Opinión

Inmigración: emergencia y oportunidad

  • Los socios europeos no han compartido la decisión de Merkel

Según cifras de ACNUR cerca de un millón de refugiados llegará este año a Europa. Guerra civil en Siria, Irak y Libia, inoperancia de la ONU y la comunidad internacional para mantener la seguridad mundial, fracaso de la Primavera Árabe, etc. La Unión Europea sigue mostrándose incapaz de diseñar una política común de inmigración, el único camino posible. La crisis de refugiados no es casual, sino el resultado de una política común fallida. Podría haberse evitado escuchando las repetidas llamadas de ACNUR para asistir a los refugiados en los campos de refugiados. Ante la falta de casi todo allí nadie puede sorprenderse de que desde hace meses centenares de miles de personas emprendan el peligroso trayecto a Europa.

Junto a los conflictos mencionados existe una fortísima presión demográfica. Es una tendencia que no cambiará: la población de África, según un estudio de Naciones Unidas, pasará de los actuales 1.200 a 2.400 millones en 2050 y 4.200 en 2100. Una explosión demográfica similar prevé el centro de investigación estadounidense PEW para el mundo islámico. El flujo de gente que viene de Oriente Próximo y África seguirá aumentando.

Estamos ante un cambio que determina el futuro de nuestra sociedad, que será más multicultural y étnicamente diverso. Urgencia y emergencia vienen dadas por la falta de previsión y reacción ante lo que se sabía que estaba ocurriendo.

La crisis ha sido gravísima estos meses de verano. Será muchísimo peor cuando llegue el frío. Estaciones de tren y tiendas de campaña ya no servirán como albergues provisionales. El fracaso de los ministros de Interior de los 28 para llegar a un acuerdo en el reparto de responsabilidades no puede repetirse.

Estamos ante una oportunidad para un continente envejecido, con tasas de natalidad inferiores a las de reposición. Existen estimaciones que registran que, sin contar con la inmigración, la fuerza de trabajo europea se reduciría en 13 millones en 2030.

Alemania ya se ha comprometido a acoger a más de 800.000 personas. Para conseguirlo la gran coalición entre conservadores y socialdemócratas probablemente sea un factor positivo. Sin embargo, Alemania sola no puede remediar esta situación. Es una cuestión europea. La canciller Angela Merkel está resuelta a enfrentarse a los detractores de la inmigración. Confirma de nuevo sus dotes de liderazgo. Fue valiente y fraterna con su invitación a todos a Alemania. Quizá prematura al no preguntar a sus socios europeos. Esperaba que las consecuencias de su decisión fueran compartidas por el resto. No fue así, aunque junto a numerosas organizaciones internacionales ha logrado sumar a varios gobernantes de Europa del Norte, además de Francia y España. Es de particular importancia el coraje político. Valor y audacia para enfrentarse a toda suerte de populismos: nacionalistas, racistas, xenófobos, etc.

Que los Estados empujen a los migrantes a abandonar sus territorios con destino a Alemania no es la respuesta indicada. Tampoco lo es la militarización y el cierre de las fronteras. Mucho menos la construcción de vallas. Ni la discriminación, aceptando solo un número muy reducido y selecto. Un primer paso ineludible es la imposición de cuotas obligatorias por país sobre la base de su riqueza y población para la relocalización en la Unión. Sin duda, los refugiados que huyen de las guerras deben tener prioridad. Las medidas de contención no deben significar la muerte de Schengen y el sueño de las fronteras abiertas.

Un problema añadido es que los miembros orientales, muy beneficiados del ingreso reciente en la Unión, tienen miedo de perder las mejoras y avances obtenidos. Sus gobiernos se oponen a la inmigración con consignas nacionalistas. El ejemplo más claro es Hungría. Hay que compartir las cargas y responsabilidades.

Nuestro elevado desarrollo económico e institucional nos permite superar este desafío. Hay que tomar en serio los temores de la sociedad. Luchar por el empleo y la integración contra la exclusión social y la marginalidad. No será fácil. Pero sí factible para un continente unido y solidario.

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