
El parón del crecimiento de la actividad económica en China, con su consecuente y retrasado efecto en los mercados de valores mundiales, ha puesto de manifiesto, una vez más, hasta qué punto las economías mundiales están conectadas y dependen de los ciclos económicos que se originan a miles de kilómetros. Todo ello, en gran medida, motivado por el hecho de que cada vez más países se hayan ido incorporando en los últimos años a cadenas de suministro mundiales.
Que China haya frenado su crecimiento a un 7% supone a nuestro entender que se han producido dos factores concurrentes. Por un lado, que China haya empezado a ser percibida no exclusivamente como la fábrica del mundo, quizás por el desarrollo de la automatización en otros países que reduce el peso del factor humano en los costes de producción. Y por otro, que los planes para desarrollar una amplia y potente base de consumo interno, capaz de alternar con las exportaciones como motor de crecimiento, están encontrando más problemas de los previstos en un principio.
De cualquier modo, el corolario es que China tiembla (viene reduciendo sus exportaciones e importaciones y sólo en los ocho primeros meses del presente año ha visto caer en casi un 2% sus ventas al exterior y prácticamente un 15%% sus compras), y por el camino los países emergentes, principalmente los latinoamericanos, principales proveedores de materias primas para el gigante asiático, han visto caer desde hace meses sus ingresos por exportaciones con la consiguiente alteración en el flujo de capitales en sus economías.
Quizás en una economía como la española, donde más de la mitad de las ventas al exterior se dirigen a Europa, el impacto que tenga la caída del crecimiento chino pueda ser menor, como de hecho señalan las instituciones económicas mundiales, léase OCDE o FMI, cuando analizan el impacto de la ralentización económica china en las economías desarrolladas. A pesar de todo, habrá que estar expectantes, pues no se puede obviar que la cuota de exportaciones de nuestro país al Lejano Oriente, área muy influida por la economía china, es superior al 6% (en particular, las ventas a China representan el 1,7% del total), y que nuestras transacciones exteriores con América Latina, área más directamente afectada por la caída de importaciones de las materias primas, representan otro 6%. Asimismo, en el caso de que el Gobierno chino optase por defender sus ventas exteriores apelando a políticas devaluadoras de su moneda, también tendría consecuencias para los flujos de intercambio de todo el mundo.
Lo que nos dicen los organismos económicos internacionales es que vamos a asistir en los próximos meses a una ralentización del comercio mundial, que caminará en paralelo a una moderación de la actividad económica en buena parte del mundo. De hecho, los datos de la Organización Mundial del Comercio vienen indicando crecimientos muy discretos del comercio mundial a lo largo de los últimos cuatro años (2,3% en 2012; 2,2% en 2013; 2,8% en 2014, y tras varias correcciones, la previsión para 2015 es del 3,3%), en línea, prácticamente, con los datos de crecimiento mundial para 2015 y 2016.
La desviación del crecimiento del PIB chino con respecto a las previsiones oficiales y no oficiales, y la consiguiente crisis de los mercados, ha puesto al mundo entero en alerta, y ha traído a un primer plano el papel del comercio mundial como canal de transmisión de inestabilidad económica y de problemas para muchos países. A pesar de todo, será este mismo contexto de intercambio de bienes y servicios a escala planetaria el que aliente la transformación de muchas naciones y ponga las bases para el desarrollo y bienestar de sus sociedades. No hay que olvidar que abrir las fronteras al comercio introduce en las economías un decisivo factor de competencia que estimula la competitividad y constituye un incentivo para la mejora de los procesos.
La reciente reunión de los países del G-20 ya ha lanzado algunas líneas de actuación para contrarrestar los efectos derivados de las crisis en las economías centrales a los países periféricos. Se necesitan nuevas inversiones en las economías locales que refuercen la demanda interna y creen las bases para un desarrollo industrial y tecnológico de las mismas. De esta manera, se diversificarán sus fuentes de crecimiento y estarán mejor preparados para seguir compitiendo a escala mundial, pero esta vez con productos que acumulen mayor valor añadido a las cadenas internacionales de suministro.