Opinión

Europa y Grecia, en las últimas

A la espera de que se confirme un acuerdo entre Grecia y sus acreedores es preciso recordar varios factores que influyen en la decisión: los intereses de Grecia y el norte de Europa no sintonizan, y se unen animosidades personales. Para Grecia salir del euro no sería fácil, pero si la alternativa es una austeridad infinita, sin quita de la deuda, su Gobierno podría decidir que abandonar la eurozona es la mejor opción.

Alemania preferiría evitar una salida griega (postura con la que parece haber contado el exministro de economía griego Yanis Varoufakis), pero el público alemán en general opta por castigar a Grecia, y la canciller alemana Angela Merkel no desea sentar precedente de rescates recurrentes a los miembros más débiles de la Unión Europea.

Si al final las negociaciones fallan Grecia saldría perjudicada, porque se enfrentaría a una situación económica caótica. Aun así, salir del euro también aportaría al gobierno nuevas opciones: sobre todo, la capacidad de devaluar su moneda y aumentar la competitividad de sus exportaciones. Para el resto de Europa, el riesgo es sobre todo negativo porque, más allá de las pérdidas obvias si Grecia no pagara su deuda a los gobiernos europeos y las instituciones internacionales, preocupa todavía más que la crisis pueda afectar a la economía real del continente.

Contagio

Hay importantes canales de riesgo a través de los cuales los problemas griegos podrían golpear a la economía europea. El primero es la desestabilización de las entidades financieras. El segundo es el trastorno a otros Estados miembros de la UE en situaciones similares a la de Grecia. El tercero y último es el advenimiento de desenlaces políticos imprevistos. Desde luego, cada una de estas amenazas por sí sola parece contenible, pero predecir su capacidad de contención no es lo mismo que decir que puedan contenerse. La combinación de las tres hace que los efectos para Europa del impago y la posible salida griega sean aun más imprevisibles. Supuestamente esa es la razón del nerviosismo en los mercados. Los acreedores europeos a largo plazo ya se habían retirado supuestamente tras el anuncio del referendo de Grecia sobre el euro, y solo los prestatarios más fiables podían obtener financiación seria a corto plazo. Si a las empresas les falta financiación para los proyectos previstos, podría afectar a la economía real enseguida, y retrasar todavía más la débil recuperación económica.

Cabe recordar que la crisis financiera de 2008 comenzó en Estados Unidos, nada menos, con el estallido de una burbuja inmobiliaria. Las pérdidas en el mercado hipotecario fueron reales, pero modestas y contenibles. Por sí solas, no deberían haber empujado al país a una recesión, y mucho menos al resto del mundo desarrollado.

El problema surgió cuando esas pérdidas llegaron al sistema financiero americano. Al principio muchas autoridades y observadores opinaban que la crisis (iniciada con el hundimiento del banco de inversiones estadounidensede Lehman Brothers) podría contenerse, pero las entidades financieras del país y sus interconexiones no soportaron el golpe, y la convulsión resultante devastó la economía real.

Los optimistas dirán que las entidades europeas más expuestas a la inestabilidad en Grecia han tenido años para prepararse. En efecto, una parte importante de la deuda del Estado griego ha migrado de los bancos a instituciones públicas tan sólidas como el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. En ese sentido, estas instituciones públicas ya han rescatado en gran parte a las entidades privadas.

Pero no han desaparecido los riesgos. El margen de error para los grandes bancos y otras entidades financieras es estrecho. Al no estar muy capitalizados, unas pérdidas modestas causadas por impagos directos y las pérdidas indirectas de empresas con negocios en Grecia pueden amenazar al capital bancario y animar a los banqueros a recortar los préstamos. Un par de errores de cálculo en una gran institución podría tener repercusiones enormes. Para empeorar las cosas, los bancos centrales solo tienen una capacidad limitada de reflotar la economía, con unos tipos de interés de casi cero.

El segundo canal por el que el riesgo y las pérdidas pueden propagarse desde Grecia es el de otros países muy endeudados, como España e Italia. Por el momento, los mercados financieros no habían sido presas del pánico respecto a la capacidad de esos países para reembolsar sus bonos, pero un cambio de situación política (sobre todo en España, donde el partido de izquierdas Podemos va bien en las encuestas) podría cambiarlo enseguida.

Por último, el impago y la salida griega de la eurozona podrían desatar fuerzas políticas impredecibles, con efecto en cadena para la economía europea. Después de todo, fue la primera ola de austeridad en Grecia la que llevó a la elección de Syriza, un partido de izquierdas que pocos esperaban que fuese a gobernar.

Más apuros e inseguridad económica podrían traducirse en gobiernos más alejados todavía del espectro político (el partido neofascista "Amanecer Dorado" es otro beneficiario de los problemas económicos en Grecia) o generar una inestabilidad importante. Los gobiernos ya no serían capaces de ofrecer una seguridad básica y mucho menos impulsar la recuperación económica. Si a eso añadimos las propuestas del primer ministro griego Alexis Tsipras al presidente ruso Vladimir Putin, velada amenaza tal vez al resto de Europa, cuesta saber qué ocurrirá después. Lo que es obvio es que los riesgos negativos para Europa son serios.

La buena noticia es que Grecia todavía no ha abandonado oficialmente la eurozona. Hay tiempo para que los distintos partidos lleguen a un compromiso y salven la cara. Es precisamente lo que el FMI parece buscar ahora, a juzgar por su último informe sobre Grecia, donde exige una mejor gestión de la deuda en Grecia y su reestructuración.

Muchos en Grecia están desesperados por conservar el euro. En el resto de Europa, los políticos tal vez no quieran arriesgarse a descubrir si las repercusiones de la salida griega son contenibles o no.

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