Opinión

Todo para el pueblo pero sin el pueblo

  • ¿Por qué no se habla de eliminar subvenciones?

La campaña electoral de ayuntamientos y comunidades autónomas entra en su recta final. Tanto los debates televisivos que se pueden ver, como los mensajes de marketing electoral dejan en todos los casos un panorama de intervencionismo muy preocupante. Todos los partidos tratan de resolvernos la vida, pero sin contar realmente con nosotros. Es la democracia convertida en votocracia. Como dice gráficamente uno de ellos: sólo es posible con tu voto.

Lo que no se sabe realmente qué es exactamente lo que es posible. Quizás, como rezan algunos carteles del mismo grupo político: trabajar, hacer, crecer. Algo críptico que no es sino jugar al despiste, por ser coloquial en la apreciación. Se puede uno mover a otro lado y se encontrará con aquello de: el corazón de la izquierda. Y, al final, da la impresión de que se trata de dar el voto para que hagan con él lo que se estime conveniente a posteriori. No en vano la realidad manda y luego vendrá la explicación de que lo que se prometió no es posible por esta o aquella razón.

Si se hace el esfuerzo de buscar los programas electorales para ver realmente de qué se trata, el resultado es desolador. No hay nada concreto. Más aún, se puede decir que no hay programas electorales, sólo mensajes de marketing sintéticos. Se puede hablar de reducciones de impuestos, pero nunca se sabrá cuales ni en qué cuantía. Eso sí, se podrán ver debates en los que en medio minuto el contrincante de turno ha de argumentar a la carrera aspectos que no tienen réplica o que necesitarían horas de debate. Como eso de que todos están de acuerdo en luchar contra la corrupción, pero nadie dice cómo.

Otro aspecto curioso de estas elecciones es su planteamiento a escala nacional. Parece que lo que se votan no serán alcaldes o alcaldesas sino presidentes o presidentas del Gobierno. Se habla del problema del AVE como si fuera posible resolverlo desde el Ayuntamiento de Madrid, por poner un caso. Se discute cómo habría que mejorar la Justicia, como si eso fuera posible hacerlo desde Vitoria, por poner otro caso. Una suerte de disparate general donde los candidatos se mueven cinéticamente en un movimiento continuo. A la vez, nadie habla de cómo mejorar el transporte interurbano o qué inversiones habría que hacer en ese sentido. Aunque para decirlo todo, sí se ha oído a una candidata a la Alcaldía de Madrid hablar de comprar coches eléctricos como solución al problema de la contaminación de la ciudad, o primar a aquellos conductores que sean responsables en el uso de su vehículo, como también hacer aparcamientos disuasorios o usar más a menudo la bicicleta. Sin embargo, usted se quedará sin saber cómo se puede comprar un coche eléctrico dados los precios de mercado que tiene, ni cómo le van a remunerar por ser un conductor responsable, ni dónde estarán los aparcamientos disuasorios, ni quién los pagará, ni por supuesto cómo podrá llevar a sus hijos al colegio en bicicleta. Por no hablar de esa sana e, incluso, benefactora propuesta de luchar contra el paro. Una lucha que se deja al albur del crecimiento económico o la promoción de los emprendedores, como si el emprendimiento fuera algo que puede ser dirigido desde las instituciones.

Con todo, queda la impresión de que las propuestas no dejan de ser más intervencionismo, se haga desde la izquierda o desde la derecha. Nadie será capaz de explicarle cómo puede aumentar su margen de autonomía económica ni que impuestos serán los que desaparezcan. Eso sí, puede temblar cuando le hablen de aumentar el IBI o cargar aún más el impuesto de sucesiones. O encontrarse con soluciones creativas para transformar su ciudad en un centro cultural a escala mundial. La cultura, ya se sabe, siempre atrae el voto.

Lo de estas elecciones es la política en estado puro. Sin embargo, es la política que retorna al Despotismo Ilustrado. Un nuevo absolutismo que nos traslada al siglo XVIII, eso sí acompañados de Twitter y Facebook. ¿Por qué no se habla de más libertad para que los ciudadanos puedan usar de sus recursos económicos con más libertad? ¿Por qué no eliminar las subvenciones para dejar más espacio a la iniciativa privada?¿Por qué no apostar por una sociedad políticamente más inclusiva en lugar de apostar continuamente por modelos extractivos?¿Por qué no ir decididamente a una eliminación definitiva del entramado empresarial público que tantas veces compite de forma desleal con la empresa privada?

A lo mejor la respuesta está en el modelo. Seguramente, no se trata tanto de mejorar el bienestar ciudadano, sino de decirle cuál tiene que ser su bienestar. Quizás porque la política actual, o mejor, los políticos actuales entienden la democracia como algo propio, y por eso discuten sin cesar entre ellos de cómo ejercerla sin darse cuenta de que la democracia es un bien de todos aquellos que participamos en ella. O lo que es lo mismo: no se trata de votar, se trata de ganar en cotas de libertad, empezando por la económica. Como siempre, no perderemos la esperanza de que sea así.

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