
No sólo hablan los hechos sino también los análisis, previsiones y prospectivas de corto y medio alcance. El proyecto que representa la UE y especialmente la Eurozona ni concuerda con el discurso europeísta de la década de los ochenta ni con las expectativas creadas.
La Europa de varias velocidades es un hecho indiscutible; las diferencias sociales y entre países se agrandan. La política y sus visiones de integración europea son simplemente una quimera. Las constituciones han sido sustituidas por un gigantesco libro contable en el que 'debe' y 'haber' ejercen su total soberanía.
Esta evidencia, sin embargo es velada por casi todo el mundo. Unos, los del Poder, porque la ficción europeísta según Maastricht sigue dando dividendos y, además, sostiene y prepara la nueva distopía envuelta en ropaje modernista y utópico: el TTIP. El Poder sabe perfectamente que los Derechos Humanos y las cartas sociales que desarrollan consecuentemente la modernidad renacentista son incompatibles con el ideario que tiene como ejes centrales el crecimiento sostenido y la impunidad del mercado. Aquí reina la hipocresía.
Los otros, los que sabiendo también todo esto callan y evaden el enfrentarse a los hechos y más aún en las inacabables campaña electorales, juegan a engañarse y de paso engañan a su pueblo. Ambos, hipócritas y miedosos, siguen sosteniendo esta gran ficción de integración europea protagonizada por la troika y Alemania. Nuestro país, como Grecia por ahora, debe asumir con criterios de patriotismo, es decir de patria como conjunto de ciudadanos, que hay ocasiones, y ésta lo es, en que el debate serio y el valor de atisbar el futuro son obligatorios para las fuerzas políticas, sociales, culturales y para la ciudadanía que mire por el futuro de sus hijos.
La UE, el euro y la deuda no pueden ser las divinidades ante las cuales la razón, el sentido común y el futuro patrio se inclinen, hipócrita, servil y cobardemente.