
Las elecciones en el Reino Unido se recordarán por el fracaso mayúsculo de las encuestas y porque pueden marcar el principio del fin de la Gran Bretaña, pues Gales querrá lo mismo que Escocia mientras despierta el nacionalismo inglés. Ya se habla de un régimen federal y hay propuestas para abolir la Cámara de los Lores y sustituirla por un Senado territorial. Nada de eso va a ocurrir pronto, si es que lo hace. Se diría que sigue vigente aquella afirmación de Salvador de Madariaga que en su libro Ingleses, franceses y españoles les atribuía la virtud del pragmatismo mientras reservaba la racionalidad para los segundos y la pasión para nosotros.
Cameron ha manejado bien la economía y al prometer un referéndum sobre la permanencia en la UE ha conectado con los miedos profundos del ciudadano medio a una inmigración que relaciona con Europa y que a su juicio pone en riesgo los sistemas sanitario y educativo y el mercado laboral. El resultado ha sido una mayoría absoluta que ni él esperaba.
Choca la abultada derrota laborista, que con la crisis parece haber perdido el rumbo al igual que el resto de la izquierda europea. Toni Blair empujó al Laborismo hacia el centro y ganó tres elecciones con su Tercera Vía pero difuminó la ideología y luego la oposición a la independencia les ha costado Escocia, de forma similar a como la yenka del PSOE en Cataluña le han convertido allí en una fuerza residual. En cambio, el partido nacionalista escocés, SNP, ha pasado en ocho meses de la derrota en el referéndum por la independencia a una arrasadora victoria que con un 5% de los votos le ha dado 56 de los 59 escaños en juego. Hoy Inglaterra y Escocia están dominadas cada una por un solo partido que no se llevan bien entre sí. ¿Imaginan si eso ocurriera en Cataluña? Al triunfo del SNP han ayudado dos factores: que la gente vea a los laboristas al servicio de Londres y la aparición de un líder en Carola Sturgeon que les ha devuelto la ilusión. Es una victoria que les permite volver a soñar con la independencia, aunque como son serios antes la incluirían en el programa electoral. De momento, Cameron les ha prometido "la mayor autonomía del mundo".
Ahora Londres tendrá que negociar con Bruselas una nueva relación y convocar un referéndum antes de fines de 2017, lo que puede dejar sin discurso a UKIP y desarmar al ala derecha conservadora. Hará bien en no avivar expectativas irrealizables que podrían volverse en su contra, pues no es previsible que consiga de Bruselas mucho más que una hoja de parra para taparse las vergüenzas. Europa desea la permanencia de Londres en la Unión, como desea la de Grecia, pero no a cualquier precio, y muestra cansancio ante lo que percibe como falta de compromiso con el proyecto europeo y el deseo de una Europa a la carta. Parafraseando al presidente Johnson, se trata de decidir si queremos al Reino Unido dentro de la UE meando fuera, o fuera y meando dentro. Abandonar Europa aumentaría el aislamiento británico, haría inevitable la independencia de Escocia y forzaría a muchas empresas a dejar la City. Mal negocio. Apuesto a que al final seguirá en la UE, pero nos esperan dos años de negociaciones muy complicadas, porque todos tendrán que salvar la cara y tampoco hay que olvidar que los cambios que se pacten tendrán que ser aprobados por los 28.
A corto plazo, los dos retos de Cameron, Escocia y el referéndum sobre Europa, le quitarán mucho tiempo y debilitarán al Reino Unido, cuya influencia en el mundo es cada día menor a pesar de ser potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad con derecho de veto. En Europa no participa en el núcleo duro de la moneda única (lo que le impide influir en muchas decisiones) y en los próximos dos años tampoco estará en condiciones de influir sobre el papel de Europa en el mundo, porque estará absorbido en determinar su propio papel en la UE.
Ya en la crisis de Ucrania el protagonismo lo han tenido Merkel y Hollande. Y aunque tradicionalmente ha sido el mejor aliado de Washington, la austeridad de Cameron con cortes en Defensa -por debajo del 2% del PIB que recomienda la OTAN y ningún portaaviones- hace que sus relaciones sean cada día menos "especiales". Se vio cuando el Parlamento de Westminster se negó a acompañar a Obama en una acción militar contra Bachar al-Assad en 2013.
Hoy Estados Unidos ve a Alemania como el país con mayor peso económico y a Francia como el más dispuesto a acompañarle en aventuras militares en el exterior. Para preservar su capacidad de maniobra, al Reino Unido le interesa seguir jugando con dos barajas a un tiempo, acercándose a América cuando la crisis aprieta en Europa y a ésta cuando predominan las tendencias aislacionistas en los EEUU y eso exige ser pragmáticos y continuar en la Unión Europea.
Una última reflexión: me gusta que todos los políticos derrotados hayan dimitido: Milliband, Nick Clegg, Nigel Farage... como antes lo había hecho Alex Salmond en Escocia. Así se renuevan los líderes y se da credibilidad al discurso. En cambio, aquí no dimiten ni los derrotados ni los que reciben sobres, hacen ERE o van a Andorra. Ya es hora de aprender.