
La economía crecerá por encima del 3 por ciento este año, se crearán más de 600.000 empleos, la inflación está bajo control y comienza a repuntar la venta de bienes duraderos como automóviles o pisos, mientras que la confianza en el futuro bate récords. Sin embargo, poco más del 20 por ciento de los españoles parece decidido a dar su voto al PP en los comicios de noviembre. La cantinela no es nueva. La economía americana lleva cinco años con tasas de crecimiento próximas al 3 por ciento, el desempleo roza sólo el 5 por ciento de la población activa y, sin embargo, Barack Obama perdería las próximas elecciones si pudiera presentarse, al igual que ocurre con David Cameron en el Reino Unido. La economía ya no es la clave para ganar las elecciones.
La gente, sobre todo la más joven, necesita recuperar la confianza. Con tasas de desempleo en torno al 50 por ciento es difícil vender ilusión. La mejoría apuntalará el resultado del Gobierno en los sondeos, pero no sé si llegará a tiempo de salvarlo de la quema.
Rajoy cometió varios pecados capitales, difíciles de redimir sólo con la confesión y el arrepentimiento. Las mentiras tienen las patas cortas. Llegó con la promesa de bajar los impuestos y lo primero que hizo fue subirlos. Además, presume de salvar a España del rescate, cuando fue el presidente del BCE,, Mario Draghi, quien amansó a los mercados al amenazar con "tomar las medidas que sean necesarias". Su manía de decidir in extremis evitó la caída en el precipicio, sí, pero no como un premio a su gestión.
La historia se repite con Cataluña. El souflé independentista comenzó a bajar gracias a las grietas aparecidas en el frente de CiU y ERC, más que porque se vislumbre una solución. La reforma de la financiación autonómica primero se retrasó de primavera a verano y luego a la próxima legislatura.
El presidente también prometió limpieza democrática y mano dura contra la corrupción. Pero el endurecimiento del Código Penal para los políticos que metan la mano en la caja es muy tímido.
El juez Ruz acaba de declarar la existencia de una caja B en el Partido Popular, después de excarcelar a su extesorero, Luis Bárcenas, quien amenaza con tirar de la manta, en cualquier momento. La impresión reinante es que el PP pudo utilizar a Bárcenas como testaferro de los cuantiosos fondos que manejaba en el exterior.
El expresidente de la Generalitat, Pascual Maragall, reveló la existencia de una comisión del 3 por ciento para las obras públicas en Cataluña. Un porcentaje que pudo ser aplicado en otras partes del territorio nacional.
La presunta corrupción se llevó por delante al presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González. Pero Rajoy no tuvo pudor en colocar a Esperanza Aguirre como candidata a la Alcaldía de Madrid, pese a que su mano derecha, Francisco Granados, fue el urdidor de la operación Púnica.
Para intentar tapar el goteo de escándalos que han salpicado a cargos políticos populares a lo largo y ancho de la geografía española, hace un par de veranos abrió un guerra de agravios contra Gibraltar. Luego intentó reactivar el siempre polémico debate sobre el aborto y de paso eliminó a uno de los pocos pesos pesados del partido que quedaba aún en activo, Alberto Ruiz Gallardón. Antes se había quitado de en medio al exvicepresidente Rodrigo Rato, al que elevó a la presidencia de Bankia. Cuando Luis de Guindos le consultó por su continuidad al frente de la entidad después de la intervención, contestó que hiciera "lo que debía".
La detención esta semana de Rato, acusado de blanqueo de capitales y alzamiento de bienes, es un torpedo en la línea de flotación de la gestión económica realizada por el PP en los últimos años, de la que ahora presume Rajoy, aunque pretenda escudarse en que la ley está por encima de todos. El escándalo es tal, que el efecto boomerang mancha a los dirigentes del PP, en lugar de mejorar su imagen ante la opinión pública.
La corrupción escaló a los primeros puestos entre las preocupaciones ciudadanas. Pero Rajoy sigue mirando para otro lado, como si nada ocurriera.
Como explica Thomas Piketty en su best seller El capital en el Siglo XXI, se caracteriza por su concentración cada vez en manos de menos personas, como efecto perverso de la crisis. Una circunstancia que provoca que la recuperación tenga más impacto en los mercados financieros, donde las acciones suben como la espuma desde hace meses, que en la vida real, y agrava las diferencias entre ricos y pobres y, por ende, enfurece más a estos últimos.
Rajoy puede ser víctima de su propia estrategia si apura el tiempo y se queda cruzado de brazos hasta noviembre. El empleo se extenderá, pero las desigualdades sociales no son fáciles de borrar en tan pocos meses y ya se sabe que el español es bravo como un toro y respira por las heridas. La corrupción y el paro son como el monstruo con dos cabezas descrito en el libro del Génesis, el Leviatán de Rajoy, al que para expiar sus pecados originales deberá vencer por completo.
P.D. El Gobierno griego de Alexis Tsipras está en un callejón sin salida. Tiene que devolver 9.000 millones de aquí al verano y prometió a sus votantes no más sacrificios. La única salida puede ser convocar elecciones o iniciar los preparativos para salir del euro. Toda una lección para Pablo Iglesias.