A cabo de pasar una semana en China, donde participé en el Foro de Boao para Asia, conferencia similar a la reunión anual del Foro Económico Mundial de Davos. El tema de mi mesa redonda fue lo que el Presidente Xi Jinping ha llamado la "nueva normalidad" de la economía china: una era de crecimiento relativamente más lento, tras tres decenios de expansión económica de dos dígitos. Pero lo que más me sorprende de la economía de China es lo notable que es. De hecho, sus resultados siguen asombrándome. Aunque afronta indudablemente muchos problemas, la cuestión fundamental es la de hasta qué punto es probable que sufra una caída.
De los cuatro países BRIC -Brasil, Rusia, la India y China-, el de Xi es el único que ha cumplido hasta ahora mis previsiones de crecimiento en este decenio. De 2011 a 2014, la tasa de avance de la economía china por término medio fue del 8 por ciento al año. Si sigue creciendo un 7, aproximadamente, en el resto del decenio, como esperan las autoridades y muchos observadores, logrará un ritmo medio de expansión del 7,5 por ciento, en consonancia con mis proyecciones.
La expresión "nueva normalidad" constituye un ejemplo de mensaje inteligente por parte de los dirigentes de China, que deben explicar a los 1.400 millones de ciudadanos de su país por qué dejará de crecer la economía un 10 por ciento al año; pero no hay nada normal en una economía cuyo tamaño ya es el doble de la que le sigue, Japón, y posiblemente superará a la Unión Europea en los cinco próximos años.
Yo estuve en China primordialmente en mi condición de presidente del Examen de la Resistencia Antimicrobiana del Gobierno de Reino Unido, pero también procuré hablar con algunas personas sobre los problemas que afronta la economía. Muchos observadores internacionales han estado preocupados por el exceso de oferta de viviendas en ese país y el auge crediticio conexo, por lo que me he preguntado si he sido demasiado optimista sobre esos riesgos. Las conversaciones que mantuve me convencieron de que es probable que los dos problemas sean superables. Desde luego, el mercado de la vivienda está estancado, pero, como me señalaron muchos, es en parte consecuencia de medidas deliberadas del Gobierno para deflactarlo (también es reconfortante que los consumidores no estén en general demasiado apalancados). Algunos constructores tendrán problemas crediticios y probablemente también algunas administraciones locales, pero el gasto del Gobierno central representa un porcentaje tan pequeño del PIB total del país, que los encargados de la formulación de políticas tienen mucho margen de maniobra, si resulta necesaria la intervención en esos sectores. Los observadores extranjeros elucubran con frecuencia con que las autoridades chinas pueden estar exagerando la potencia de la economía, pero es igualmente posible que se haya subestimado el tamaño de algunos sectores. Después de pasar unos días en Pekín, me resultó totalmente claro que China está experimentando un auge en la utilización de Internet, incluido su carácter de plataforma de consumo.
El comercio está compensando algunos de los demás sectores más débiles de la economía y puede que en realidad no todas sus repercusiones estén recogidas en las estadísticas oficiales. Lo que sí que me preocupa es que el Gobierno no se apresure lo suficiente a conceder a los millones de trabajadores migrantes del país la residencia oficial en las ciudades en las que trabajan y viven. La continua falta de acceso de los emigrantes a los servicios públicos podría impedir un gran aumento del consumo como porcentaje del PIB, pero, como me dijeron durante mi visita, la renuencia del Gobierno central a hacerlo refleja su cautela a la hora de imponer unas presiones fiscales inmensas a las administraciones locales.
Otro sector que resulta muy preocupante es el de la atención de salud. En algún momento el Gobierno central tendrá que abordar sus deficiencias. Conocí un ejemplo al examinar la resistencia antimicrobiana, ante la cual el Gobierno ha reaccionado intentando limitar la cantidad de antibióticos que puede tomar un paciente. El problema estriba en que muchos hospitales y médicos dependen de las ventas de medicamentos para gran parte de sus ingresos, lo que crea un poderoso incentivo para buscar formas de burlar las normas.
La contaminación sigue siendo también un problema grave, pero también conviene observar que en 2014 se redujeron notablemente las emisiones de dióxido de carbono de China, lo que constituye tal vez la primera prueba tangible de que el país está logando avances en ese frente. También la eficiencia energética y la energía renovable van en aumento. Lo más importante es que, pese a los problemas que afronta, ahora se reconoce de forma generalizada la singular importancia de la economía china. Los recientes logros internacionales del país -en particular, su capacidad para conseguir el respaldo del Reino Unido, Francia, Alemania e Italia para su Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras frente a la oposición de los Estados Unidos- entraña un enorme grado de confianza en que China abordará sus problemas con éxito. El papel de China en las entidades financieras internacionales vigentes podría cambiar también este año. En el próximo mes de diciembre, el Fondo Monetario Internacional examinará la posibilidad de añadir el renmimbi a la cesta de divisas que componen la unidad de cuenta del Fondo, conocida como "derechos especiales de giro", junto con el dólar de los EEUU, el euro, la libra británica y el yen japonés.
Y el mundo sigue esperando que EEUU aplique una reforma del FMI, aprobada en 2010, que fortalecería la posición de China y otras grandes economías en ascenso en la estructura de gobierno de esa institución. Dada la importancia de la economía china, seguir sin hacerlo es cualquier cosa menos normal.