La actual crisis nació en el sector financiero, a través de las hipotecas subprime, y éste sigue siendo un ámbito clave para calibrar cuál está siendo su evolución. En consecuencia, en el caso español sólo puede constituir una buena noticia considerar las buenas perspectivas que sobrevuelan las cuentas de resultados de las entidades. No en vano los expertos estiman que el beneficio neto del sector será histórico, superando en este ejercicio los 21.500 millones, lo que implica duplicar los números logrados en 2014 y, lo que es más significativo, acercarse a los 23.000 millones de 2007, antes de que las turbulencias se desataran.
Más allá de las cifras, conviene calibrar también el cambio que ha experimentado el sector hasta llegar al perfil que presentará en 2015. Los años de los rescates públicos, de la operativa limitada al carry-trade (adquisición masiva de deuda pública), de la completa sequía de liquidez quedan atrás. En su lugar, aparecen unas entidades cuyo crédito nuevo a pymes y familias creció un 11,4 por ciento, que está a punto de culminar su reestructuración interna y que incluso baraja ya operaciones en el exterior (sobre todo, Latinoamérica).
Es cierto que, en este posible cambio de ciclo, aún existen retos pendientes. La supervisión única europea supone mayores exigencias en cuanto a provisiones que la que ejercían los reguladores nacionales. Pero, sobre todo, la rentabilidad continúa en mínimos: 10 por ciento sobre recursos propios frente al 20 anterior a la crisis.
Si la recuperación se consolida, esos desafíos se superarán y, sin duda, la evolución del beneficio bancario permite ser optimistas y vislumbrar una recuperación económica que presenta buenos fundamentales.