
La respuesta de los mercados a la ampliación de capital del Santander era previsible y no resta valor a su operación.
El día posterior al cierre de la macroampliación de capital del Santander, de 7.500 millones de euros, terminó con la mayor caída del Ibex 35 desde septiembre de 2012. Dado el gran peso que el banco cántabro tiene en el selectivo, éste no podía dejar de acusar el pronunciado descenso que experimentó la acción de la entidad presidida por Ana Botín, con una caída del 14,09 por ciento, la mayor desde 1998.
Se trata sin duda de un castigo severo que, sin embargo, resulta previsible en gran parte si se considera que la entidad que amplía capital es un gigante cuyos movimientos necesariamente retumban en todo el sector.
De hecho, la banca europea soportó, en su conjunto, un retroceso del 2,44 por ciento, motivado por la previsión de que otros grandes bancos del Viejo Continente tendrán también que reforzar su capital. Si a ello se suma la exigencia del BCE de mejores ratios de solvencia a entidades italianas que suspendieron los test de estrés, y también la volatilidad que arrastran los mercados desde finales de 2014, todo se confabulaba para que la operación del Santander tuviera una acogida complicada en bolsa. Con todo, aquélla no tiene por qué verse desacreditada. Muy al contrario, por un lado, la entidad cántabra se asegura los recursos necesarios para crecer en el nuevo contexto que supone el cambio de ciclo en Europa. Por otro, vuelve casi completamente al dividendo real, pagado en metálico, y dejando de lado la remuneración en acciones o scrip dividend, que las necesidades de recapitalización le obligaron a introducir en 2009.
Los accionistas sufren un fuerte castigo por el efecto dilutorio de la ampliación, pero el banco se pertrecha para apoder afrontar mucho mejor el futuro.