Hemos vivido momentos de pánico en las bolsas. Si las caídas de alrededor del 4 por ciento del jueves se hubieran consolidado al cierre de la sesión, probablemente ahora estaríamos hablando de un escenario de recesión en Europa para los próximos meses. Los mercados caían a plomo por las promesas incumplidas del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, mientras la canciller germana arengaba con mensajes de austeridad a las huestes de la Cámara Baja de su país. Es sorprendente la insensibilidad y el desconocimiento de los dirigentes europeos sobre estos asuntos. Fue un miembro de la Reserva Federal de Dallas quien calmó a los mercados, al desvelar que EEUU retrasaría la retirada de los estímulos y, por ende, la subida de tipos de interés, si se complica Europa.
Merkel está obsesionada con que Francia e Italia emprendan la senda de los ajustes y el rigor presupuestario y está convencida de que el resfriado germano es pasajero. Pero la sola posibilidad de que la parálisis de los otras dos grandes economías del euro se extienda a Alemania, con la inflación bordeando tasas negativas, siembra el desconcierto en el mundo entero, que contaba con una recuperación sostenida de la zona euro.
La otra decepción es la política monetaria. El BCE tiene menos poderes que la Reserva Federal, ya que no puede comprar directamente deuda soberana. Para ello, debe de servirse de la banca. Pero ésta utiliza el dinero barato que le presta el BCE en su propio saneamiento, en lugar de traspasarlo a la economía. Hasta que no pasen los test de estrés en noviembre, hay pocas esperanzas de que se reactive el crédito. La pesada digestión europea retarda el proceso de recuperación. Es el cuento de nunca acabar.
Con el agravante de que Draghi ha perdido, en esta ocasión, casi toda la credibilidad que cosechó cuando salvó al euro. En su última comparecencia, prometió actuar contra la deflación y luego se mostró incapaz de poner siquiera una fecha. El peso de los consejeros de Merkel en la institución aplastan su voz.
Es una pena, porque es poco probable una tercera recesión, como temen los mercados. Aunque si siguen los mensajes contradictorios, las promesas incumplidas y los palos de ciego, acabaremos en el hoyo de la crisis.
Estoy perplejo de muchos medios, como nuestros colegas de Expansión, que se rasgan ahora las vestiduras con las tropelías de Miguel Blesa, después de elogiar su figura y su política durante años. Hacer leña del árbol caído no tiene mérito.
El cese-dimisión de Gallardón amenaza con arrasar a todo el clan de Aznar. El exministro de Justicia, protector de Blesa, frenaba las investigaciones sobre el banquero. A la Fiscalía, el brazo jurídico del Gobierno, le faltó tiempo para denunciar el caso de las tarjetas B tras su marcha.
Bankia intentó regularizar la situación pidiendo a los afectados que devolvieran el dinero defraudado por la vía administrativa. Pero fue el Frob, dueño del banco presidido por Ignacio Goirigolzarri, con el visto bueno político, el que denunció el caso a la Fiscalía. Volvió a ocurrir esta semana. Bankia no solicitó fianza civil ni para Blesa ni para Rato, al contrario que el Frob y Anticorrupción, dependientes del Ejecutivo.
Rajoy está decidido a tirar de la manta. Su partido expulsará de sus filas a Rodrigo Rato. El autor del milagro económico español dilapidará toda su carrera política, como hizo Jordi Pujol, por una cantidad ridícula, menos de 50.000 euros en B.
Moncloa ha querido dar un golpe ejemplarizante y demostrar que no le tiembla el pulso para denunciar escándalos de corrupción, quizá para lavar su imagen en el asunto de Bárcenas. La cacería acaba de empezar. Blesa y Rato son ya pasto de las llamas, historia.
Hay mucha tela que cortar hasta descubrir todo el entramado político que se benefició junto a Blesa en la operación de compra del Banco de Florida o los empresarios que protegió con dinero de la caja madrileña. Hay muchos nombres en el run-run.
Uno de ellos es el de Esperanza Aguirre. El expresidente de Caja Madrid, enemigo mortal de Aguirre, entregó al juez Fernando Andreu el acta del comité de dirección en que se aprobó la remuneración en B en el año 1988, cuando la entidad era presidida por su antecesor, Jaime Terceiro.
Blesa intenta mostrar que él se limitó a acatar una decisión previa. En la lista de consejeros presuntamente beneficiados está Esperanza Aguirre, quien niega que recibiera retribución alguna en negro. Un jarro de agua fría que puede aguar sus aspiraciones a la Alcaldía de Madrid.
Las tarjetas negras son sólo la punta del iceberg. Blesa ordenó, por ejemplo, cambiar los mármoles del piso que compró a Realia, una sociedad del grupo, en Guadalmina, porque no le gustaban a su mujer. El coste se cargó a la cuenta común de la inmobiliaria aún presidida por Ignacio Bayón. Son los auténticos miembros de La Casta.