
Emilio Botín fue el banquero más importante del siglo XX y, probablemente, del XXI. Es difícil encontrar una persona que haya trabajado con tanta ilusión hasta el último minuto de su existencia. Tenía planeado retirarse el próximo año, después de devolver al Santander al podio de los primeros grandes bancos mundiales por valor en bolsa, que ocupó hace unos años.
Hasta el último momento cumplió infatigable con su agenda, pendiente de cada detalle. Hace unos meses inauguró en Brasil la nueva etapa de Universia, un proyecto del que se había enamorado para extender la calidad de la enseñanza universitaria. Se enorgullecía de la gran compra que había hecho en el país carioca, aunque últimamente andaba disgustado con la marcha de la entidad en este país suramericano.
Había decidido desafiar el pronóstico de los expertos y redoblar la apuesta por Brasil, pese a que la mayoría augura un enfriamiento de su economía. Lamentaba haber llegado un poco tarde a México, el otro gran motor económico de la región, donde reina su rival español, el BBVA.
Aunque viajaba constantemente alrededor del planeta en pos del Ferrari de Fernando Alonso, su corazón estaba en España y en su ciudad natal, Santander. Le inquietaba el ascenso de Podemos y las tensiones sobre la unidad nacional. Consideraba que ambos factores eran muy negativos para la economía. Sin embargo, se mostraba muy optimista sobre el futuro. Creía que, en los próximos años, España recuperaría el lugar que tuvimos hace unos años en el mundo. Desde el Consejo de Competitividad, al que se sentía orgulloso de pertenecer, impulsaba todas las iniciativas para defender a nuestro país.
Ponderaba la gestión de Mariano Rajoy, defendía su política económica y también la gestión de la cuestión catalana. Aunque a renglón seguido recalcaba que un banquero tiene que estar siempre al lado de sus gobernantes. Del equipo económico del Ejecutivo, destacaba la labor del titular de Economía, Luis de Guindos, a quien atribuía el saneamiento del sector financiero. Lamentaba los escándalos que sacudieron los cimientos de la Casa Real y aceleraron la sucesión en la Corona. Elogiaba la figura del anterior Rey, don Juan Carlos, por su contribución al desarrollo de España y decía que ahora había que apoyar a Felipe VI.
Estas son algunas de las ideas que nos transmitió Botín a un grupo de periodistas, a los que nos reunió antes del verano. La dureza que transmitía la difusión de su imagen en los medios de comunicación se diluía en el trato de tú a tú. Siempre tenía una palabra cariñosa, se interesaba por tu trabajo o por algo que había leído de tu medio o de tu persona. "Preguntarme sobre lo que queráis, no hay ningún tabú", decía el banquero, después de haber preparado meticulosamente la presentación y las posibles respuestas.
No había tema que no siguiera o que rehusara comentar. Si tuviera que resumir en dos palabras sus virtudes, destacaría la vocación y la capacidad para anticiparse al futuro.
En 1986 asumió la presidencia del Santander, cuando heredó el menor de los siete grandes bancos españoles. Enseguida, rompió las reglas del mercado con el lanzamiento de una supercuenta y, luego, de la superhipoteca, que impulsaría el crecimiento de la entidad.
También fue el primero que se apuntó a las fusiones y adquisiciones. Tras la polémica adjudicación de Banesto, se unió al Central Hispano. De campeón nacional, el Santander pasó a líder europeo y luego fue el número uno del mundo por valor en bolsa. Un sueño impensable.
Salió fortalecido de la Gran Crisis. Fue el único que mantuvo su rating por encima del Reino de España. "Nos salvamos de las hipotecas basura (subprime) porque tenemos la norma de no meternos en los negocios que no entendemos", explicaba Botín haciendo gala de su prudencia en situaciones complicadas.
Ofrecía un aspecto saludable, que él atribuía al ejercicio físico, que practicaba a diario y que animaba a realizar a todo su equipo. Consciente de que el próximo 1 de octubre iba a cumplir 80 años, tenía decidido pasar el testigo a su hija.
Después de muchos años de desconfianza, el Santander se ha consolidado como uno de los grandes bancos en el Reino Unido. Otra meta alcanzada. En este ejercicio, el resultado de su franquicia británica probablemente supere al de Brasil, convirtiéndose en la filial que mayor beneficio aporta al grupo. El regocijo en la familia era doble: el negocio vuelve a ir viento en popa y la responsable del éxito de la gestión en Reino Unido es su hija Ana Botín, que siempre fue su favorita para presidir el grupo.
La mejora de las perspectivas económicas ofrecía un momento idóneo para promover un cambio tranquilo y colocar a una mujer al frente de uno de los primeros bancos del mundo. Una vez más, Botín se adelantaba a las tendencias.
La idea era anunciar su retiro antes de fin de año, probablemente en la Junta extraordinaria convocada para mediados de septiembre, con el fin de que pudiera ejecutarse el próximo ejercicio. Un infarto truncó sus planes en la madrugada del miércoles pasado, aunque el camino estaba ya trazado de antemano para que la cuarta generación de los Botín siga al frente del Santander, garantizando así su españolidad. Un buen epitafio para un banquero irrepetible.