
Aun con menor coste financiero, la deuda sube y pagamos más intereses.
El pasado jueves, el Tesoro Público informó del éxito en la colocación de bonos a tres, cinco y diez años consiguiendo, además, reducir a mínimos históricos el interés ofrecido. En concreto, para el bono a diez años -el que se tiene en cuenta para calcular la famosa prima de riesgo-, la rentabilidad media se situó en el 3,059 por ciento. Esta noticia puede tener una lectura optimista. Pero no todo es de color rosa, como pasamos a exponer a continuación.
Si repasamos en primer lugar los aspectos positivos, las luces, de esta última colocación de deuda pública española, sin duda encontraríamos que, a pesar de la caída de la rentabilidad, los inversores siguen teniendo interés por adquirir nuestros títulos, dado el cambio de percepción sobre el futuro de nuestra economía, mucho más favorable, lo que indica que el riesgo de prestarnos dinero es mucho menor -lo que a su vez influye en ese menor tipo de interés ofrecido/solicitado-. Consecuencia de esto es que la prima de riesgo se mantiene en esos niveles más que aceptables.
Igualmente, en el haber de la noticia podríamos incluir la estrategia del Tesoro de ampliar el plazo medio de la deuda emitida, aprovechando que el mercado se encuentra tan abierto a su adquisición, lo que da un mayor margen temporal para devolver esos recursos tomados a préstamo.
Resumiendo, mejores expectativas económicas para España, que hacen que nuestra deuda siga demandándose, a unos costes bajos y con un mayor plazo para devolverlos.
Sin embargo, como hemos comentado, también podemos analizar la noticia con otra visión y obtener una lectura menos optimista.
Desde nuestra humilde opinión, nunca hemos entendido la razón de catalogar como éxito que se siga emitiendo deuda. Podemos hablar de lo beneficioso que es el hecho de que los títulos españoles sigan siendo demandados, pero lo que estamos haciendo, en definitiva, es aumentar nuestro endeudamiento, y eso no es precisamente una buena gestión de las finanzas públicas. Por lo tanto, en el debe de este hecho habría que anotar el paulatino acercamiento de nuestro deuda pública al 100% de nuestro PIB -algunos expertos afirman que se alcanzará en este mismo ejercicio-, y no hay que ser un lince para entender que más deuda implica más intereses -aunque el coste medio se reduzca por las buenas perspectivas, el montante total en concepto de servicio de la deuda, los gastos financieros, aumenta-. A este respecto, el ministro de Economía, Luis de Guindos, anunció recientemente que las emisiones netas de deuda por parte del Tesoro para 2014 estarán "claramente" por debajo de los 65.000 millones de euros previstos. La afirmación se basa en la evolución de la recaudación -que depende del crecimiento de nuestra economía- y de los costes de financiación de la deuda, que hemos visto que son favorables.
No por contradecir al ministro sino porque el endeudamiento no es algo que se pueda reducir por decreto, en cualquier caso las sombras no acaban aquí: dado que el déficit público sigue existiendo, que los ingresos no cubren los gatos del conjunto de las administraciones, el acceso a los mercados a través de nuevas emisiones de deuda seguirá produciéndose y, por ello, la deuda seguirá incrementándose y con ella los intereses a pagar. Sólo podríamos eliminar este círculo vicioso si el déficit se elimina de forma drástica a través de, por ejemplo, una reforma seria de la administración pública (central, autonómica y local), tarea aún pendiente.
No parece pues que la política económica del gobierno de control del déficit y del endeudamiento sea la causante de la buena acogida de nuestras emisiones, sino más bien el cambio de expectativas de los mercados sobre la evolución de nuestra economía, así como del papel, testimonial pero en cualquier caso valiosísimo, del Banco Central Europeo.
Las agencias de calificación se suman a este breve análisis, en este caso aportando el dato positivo de una mejora en el rating asignado a nuestro país, justificado por la mejora de nuestro sector exterior y en la recuperación de la demanda interna, así como en las reformas estructurales implementadas en el sector financiero y en el mercado laboral. Sigue quedando pendiente la de la administración pública.
En definitiva, luces y sombras en la emisión de deuda por parte del Estado español y sólo el futuro nos dirá las repercusiones que las decisiones actuales tendrán en las generaciones venideras.