Cebrián y Pedro J. van de gurús de la prensa, pero su gestión arroja un resultado desolador.
Voy a dedicar este artículo a la crisis de los países emergentes y sus implicaciones para nuestra economía. Pero no quiero pasar por alto otro asunto, de mucha menor transcendencia, pero que estos días está en boca de todos. Me refiero al cese del director de El Mundo, Pedro J. Ramírez. Vaya por delante que creo que Pedro J, Juan Luis Cebrián y Luis María Ansón conforman el trío de grandes profesionales de la prensa española desde el comienzo de la democracia a la actualidad.
Dos de ellos, sin embargo, Pedro J. y Cebrián, sufren un gran descrédito entre sus colegas periodistas por sus decisiones arbitrarias y centradas en el culto al ego personal.
Tanto uno como otro presumen de ser los precursores de la prensa digital y pontifican sobre el futuro de ésta como auténticos gurús. Pero los resultados de su gestión son a cual más desastrosos. Cebrián colocó al grupo Prisa al borde del precipicio, con una deuda superior a los 3.500 millones, que se sustenta con el apoyo de las grandes empresas, sobre todo entidades financieras.
Asegura que los periodistas mayores de 50 años están desfasados y obsoletos para afrontar los nuevos retos, pero olvida aplicarse esa regla a él mismo, que sobrepasa con creces esa edad. Prisa inició tarde y mal su digitalización y se empeña en mantener una estructura gigantesca insostenible en costes de papel y de todo tipo.
Pedro J. acertó, por el contrario, en los primeros años con el lanzamiento de su oferta digital. Pero aquí nadie tiene la varita mágica y creerse el Máster del Universo es como comprar papeletas para ser el capitán del Titanic. En los últimos años, tanto Elmundo.es como Marca.com perdieron el liderazgo de Internet que ostentaban en sus respectivos sectores, mientras que Expansión no supo aprovechar la posición de casi monopolio que tenía en el segmento de la prensa económica. Como saben, hoy elEconomista.es, con 6,7 millones usuarios diferentes cada mes, según Comscore, más que duplica al periódico salmón de Unedisa (alrededor de 2,5 millones).
Ante la inacción del consejero delegado de Unedisa, Pedro J. fue metiendo al grupo en pérdidas que rondan los 800 millones desde el inicio de la crisis debido al estrepitoso fracaso de casi todas sus apuestas.
La plataforma Orbyt es un pozo sin fondo, que tiene apenas un tercio de los lectores que vendía su director, a costa de promociones prohibitivas y desorbitadas. Su último experimento, El Mundo de la tarde, ha logrado solo unas centenas de suscriptores e ingresos paupérrimos en comparación con el esfuerzo requerido para su elaboración.
El diario El Mundo sigue el declive en ventas propio del sector, sin abordar una reestructuración en profundidad ni de páginas ni de plantilla. Si a la crisis de modelo de la prensa se une la difícil situación económica, el cóctel explosivo ha terminado por llevarse por delante a su inventor.
La primera lección terrible para los periodistas en estos años es que detrás de nuestros productos editoriales hay una cuenta de resultados que es conveniente vigilar de cerca si se quiere mantener la nave a flote. El segundo error es creer que un buen profesional lo es en todas las facetas de su actividad. Una cosa es poseer una pluma ácida y bien documentada y otra es ejercer de estratega de los medios de comunicación. Entre los fundadores de las empresas que han revolucionado la comunicación como Facebook, Twitter o Amazón no hay periodistas conocidos. Ninguno de nuestros dos insignes periodistas, ahora en la cuerda floja, supieron entender sus negocios y abrir caminos innovadores.
De eso sabemos mucho en esta casa. elEconomista es hoy el primer medio económico en habla hispana y portuguesa por su difusión a través de la Red y, también, el de mayor número de usuarios en Europa o el segundo del mundo occidental, sólo por detrás de The Wall Street Journal, gracias a una apuesta temprana por lo digital, que hemos ido acrecentando a la par que reducíamos costes superfluos en la distribución en papel. La mejor garantía de la independencia informativa de un medio es que su empresa editora esté en rentabilidad. Una cosa es imposible sin la otra.
Cebrián hizo la reconversión de la prensa del movimiento a la democrática y convirtió a El País en el paladín de los nuevos tiempos que corrían en la Transición. Pedro J. Ramírez sacó a la luz la trama de los GAL, que provocó el derribo de Felipe González. Ambos son merecedores de un premio Pullitzer por sus informaciones, pero estas etapas son difícilmente repetibles.
El exdirector de El Mundo se obsesionó con los atentados del 11-M, donde cometió errores informativos de bulto y, posteriormente, intentó derribar al Gobierno de Rajoy apoyándose en el impostor de su ex tesorero. Como las cosas no salieron como él quería, comenzó a disparar a casi todo los que se movía. El próximo capítulo será para explicarnos que detrás de su cese está la mano negra de Rajoy o del primer ministro italiano, Enrico Letta, que se reunieron hace unos días.
Sería deplorable que decaiga el espíritu crítico con el que El Mundo miró la actualidad durante tantos años, pero ya estamos hartos de películas de ciencia ficción.
Así que volvamos a la realidad cotidiana. La crisis del mundo emergente cogió a muchos por sorpresa. Estábamos en que el mundo enfilaba a todo gas la recuperación, cuando estalló. El enfriamiento de la economía china y la depreciación de las monedas de países como India, Argentina, Brasil, Sudáfrica o Turquía asusta a los mercados al coincidir en el tiempo con la retirada de los estímulos a la economía americana por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos.
El mundo emergente aporta casi el 10 por ciento del PIB mundial, un porcentaje que pesa mucho sobre la marcha de muchas economías del planeta.
Entre estos países está España. La diversificación geográfica que ha servido para mostrar la fortaleza de las empresas durante la crisis, ahora está en tela de juicio. Grupos empresariales como Telefónica, BBVA o Mapfre logran alrededor de la mitad de sus ingresos de América Latina.
Sin embargo, pocos economistas creen que vaya a producirse un efecto contagio que frene la actividad en seco de estos países, como ocurrió en España con la última crisis mundial. Muchas de estas naciones verán reducida su actividad, que crece a ritmos de dos dígitos y su población verá fuertemente disminuido su poder adquisitivo para poder ganar competitividad.
El tsunami puede tener su principal efecto sobre los mercados, principalmente en los valores más internacionalizados. Pero hasta ahora es más una excusa para corregir los excesos de los dos últimos años en que se produjeron subidas bursátiles superiores de media al 20 por ciento.
A medio plazo, las consecuencias serán positivas para las economías desarrolladas, que podrán recuperar la fabricación de productos que habían cedido a estas naciones al dejar de ser rentable su producción. Antes de que eso ocurra probablemente asistamos a una tormenta económica, aunque casi nadie cree que vaya a torcer la recuperación en marcha tanto en España como fuera. Crucemos los dedos para que pase pronto.