
Se han producido cambios positivos, pero no se puede bajar la guardia porque el déficit y la deuda frenan el crecimiento.
¿Marca 2013 el final de la crisis? A pesar de que se aprecian claros signos de mejoría, es prematuro asegurarlo. A diferencia de 2012, este año termina mejor que empezó. Lejos queda el rescate de Chipre en marzo, un país que a pesar de su reducida dimensión hizo temblar de nuevo los cimientos de la UE. Aquel rescate sirvió como campo de pruebas para establecer el procedimiento de liquidación de entidades financieras dentro de la unión monetaria que se ha acordado en las últimas semanas.
Mario Draghi ha seguido lidiando con mano firme la crisis desde el BCE -bajó en dos ocasiones los tipos de interés que se hallan en mínimos históricos- y se puede decir que ha ganado la apuesta de salvar el euro. Lo ha logrado a pesar de la parálisis institucional que representaron las elecciones alemanas. Una prueba más de que Angela Merkel manda en Europa, pero Draghi no se deja mangonear por nadie. Al igual que sus homólogos de otros bancos centrales, se ha convertido en estos años en actor principal del relato económico por su protagonismo en la salida de la crisis.
Ben Bernanke termina su mandato al frente de la Reserva Federal, donde también ha desarrollado un excelente trabajo. Deja a EEUU en una senda de crecimiento sólida y con el paro controlado, lo que le ha permitido iniciar la reducción de estímulos a la economía sin mayores sobresaltos. Al contrario, las bolsas de todo el mundo han saludado la decisión, que no ha interrumpido la tendencia alcista que precede a la recuperación. Entre otras razones porque en 2013 Estados Unidos y, sobre todo la eurozona, han dejado de ser motivo permanente de inquietud y han recuperado la confianza de los inversores.
Ahora los temores se centran en la caída del crecimiento de algunos países emergentes. Un fenómeno que de rebote ha beneficiado a España como destino de inversión. Bruselas nos ha colgado el título de alumno destacado. En parte, porque se notan los efectos de las reformas -especialmente laboral y financiera- y eso nos ha ayudado a recuperar la confianza y bajar la prima de riesgo. Y en parte, porque la Comisión Europea necesita que sus medidas plagadas de altibajos tengan éxito.
Hay hechos positivos incontestables. El Ibex está a punto de cerrar el ejercicio en máximos y registra subidas anuales del 20 por ciento; las exportaciones y el turismo han dado la vuelta al déficit exterior, si hace un año salían del país salían 45.000 millones ahora entran 200.000 millones. A la vuelta del verano se empezó a notar el frenazo en la destrucción de empleo. En septiembre decíamos que podíamos estar tocando fondo, ahora ya se puede afirmar. Pero como afirmó ayer el presidente del Gobierno, es de esperar que el año que viene sea un poco mejor. Porque a pesar de los cambios evidentes, arrastramos un déficit y una deuda tan elevados que no nos permiten asegurar que hemos superado la crisis. Tampoco el crecimiento de los países que nos rodean es suficiente para confiar en una recuperación rápida. Es necesario insistir en que el Gobierno no debe bajar la guardia y concluir con celeridad, dejando a un lado las miras electorales, las reformas pendientes, ya que cualquier sorpresa puede dar al traste con la incipiente recuperación. Y hay riesgos en el horizonte. Un conflicto como la consulta independentista de Cataluña, como admitió ayer Rajoy, perjudica las expectativas económicas y puede convertirse en un factor desestabilizador en lo político y en lo económico.
2013 ha marcado un punto de inflexión en la economía y en el saneamiento del sector financiero, pero habrá que esperar a que 2014 traiga una recuperación sostenida.