El ratio deuda/PIB ha aumentado y hay menos dinero para cumplir con la deuda. Y eso no es bueno.
¿Cuál es el mayor peligro para la eurozona en la actualidad? ¿Una nueva crisis bancaria? ¿El final de la flexibilización cuantitativa en EEUU? ¿El auge de los políticos extremistas anti-europeos en países como Francia, Italia o Grecia? Todos son riesgos importantes y podrían desviar el rumbo de la frágil recuperación de la economía continental. Pero el verdadero riesgo es la deflación.
A tres años del inicio de una recesión machacante, muchos países de la eurozona se acercan a una caída de precios. En Grecia, caen en términos absolutos. En países como España y Portugal, la inflación se acerca a cero y sólo sigue por encima de ese nivel gracias a que los gobiernos, apurados de efectivo, no dejan de subir los impuestos.
Aunque la amenaza de la deflación es muy exagerada en casi todas las economías desarrolladas, en la eurozona supone un peligro real porque hace que los niveles de deuda sean mucho peores y los países periféricos ya están bajo la losa de una deuda insostenible. Y también porque eleva los tipos de interés real, justo cuando las economías se esfuerzan por salir de la recesión. Peor aún, no parece que haya nada que el Banco Central Europeo pueda hacer para atajarla.
Desde la crisis financiera de 2008, los bancos centrales se han obsesionado con la deflación. Era la amenaza de una caída de los precios y el daño que podía suponer para la economía lo que desencadenó las políticas de flexibilización cuantitativa en todo el mundo. Si se imprime suficiente dinero, los precios volverán a estabilizarse, o eso se creía. Y si hay riesgo de inflación, que lo haya; para las economías estancadas en una crisis de la deuda, hay cosas peores.
Por lo visto, funcionó. Como en una película de Woody Allen, la gente hablaba de la deflación más de lo que la veía. EEUU consiguió mantener la inflación en alza y su economía se está reponiendo. En Gran Bretaña, la deflación es tan probable como tomar el sol en octubre. La inflación ha permanecido obstinadamente alta, incluso con la economía atravesando la recesión más larga desde los años treinta. Incluso en la eurozona, los precios siguieron subiendo. Hasta ahora, claro está.
En septiembre, la inflación en la eurozona cayó a su nivel más bajo en 3,5 años, con apenas un 1,1por ciento. Fue un bajón respecto al 1,3 por ciento de un mes antes y muy por debajo del objetivo oficial del BCE del 2 por ciento. Sin embargo, ocultaba grandes diferencias en el continente. Grecia presenta ahora una deflación pura y dura, con los precios cayendo a un índice anual del 1 por ciento en septiembre. Otros países periféricos se acercan a esos niveles. En Irlanda, la inflación bajó hasta cero el mes pasado. En España, el índice de septiembre había caído al 0,48 por ciento frente al 3,49 por ciento de hace un año. En Portugal apenas llegó al 0,3 por ciento y en Italia cayó por debajo del 1 por ciento. La situación real es peor de lo que pintan las cifras. Por ejemplo, en España sigue incluyéndose una importante subida del IVA en las cifras. Descontándola, la inflación ha caído por debajo de cero. En Portugal, el índice está apenas una fracción por encima del 0 por ciento sin contar el IVA ni los precios administrados (el coste de los bienes para los que el gobierno impone límites de subida y bajada de precios), otra economía con los precios en picado.
En una economía sana, la deflación no es nada de lo que preocuparse y mucho menos de lo que suponen los economistas. ¿Quién va a quejarse de que las cosas se abaraten? Siempre y cuando los salarios sigan igual o caigan menos que el nivel de precios, la situación es mejor que antes. A veces se argumenta que desanima las compras de particulares porque creen que los precios seguirán cayendo en los próximos meses pero hay muchos sectores donde ocurre eso (los ordenadores, móviles y tabletas se abaratan y mejoran continuamente, y casi todos nos hemos acostumbrado a ello). Al final, compramos lo que nos hace falta incluso si sabemos que el mes que viene habrá mejores condiciones porque lo queremos ya. En la época victoriana, los brotes de deflación eran comunes y eso no impidió que la economía se expandiera.
Pero hay dos situaciones en que la deflación es un problema en mayúsculas y, por desgracia, se aplican a la eurozona actual. La primera es que haya unos niveles muy altos de deuda. Pongamos un país con un PIB de 100.000 millones dólares y deudas de 100.000 millones de dólares. La deflación implica que el PIB baje a 90.000 millones pero nadie está mejor ni peor mientras que los salarios no caigan por debajo de esa cifra. Eso sí, la deuda sigue siendo de 100.000 millones. El índice deuda/PIB ha aumentado considerablemente y hay menos dinero para cumplir con la deuda. Y eso no es bueno.
¿Cómo son los niveles de deuda de esos países? Muy feos. Grecia tiene una deuda total del 161 por ciento del PIB, la tercera mayor del mundo (Japón y Zimbabwe la superan, por si se lo pregunta). Italia, Irlanda y Portugal están entre los doce grandes de la deuda, con deudas del 118 por ciento al 126 por ciento del PIB. España está algo mejor, aunque no deja de tener una deuda agobiante del 85 por ciento del PIB. A medida que se sumerjan en la deflación, las cargas de la deuda empeorarán cada vez más.
Además, la deflación sube los tipos de interés real. Si los tipos son del 1 por ciento y la inflación se sitúa en el 2 por ciento, existe un tipo de interés real negativo del 1 por ciento. El dinero no sólo es gratis sino que los bancos centrales nos pagan por usarlo. Cuando se tiene una deflación del 1 por ciento un año, el tipo de interés real sube al 2 por ciento. Y lo peor es que no se puede hacer nada. Incluso si se recortan los tipos al 0 por ciento, si los precios siguen cayendo, los tipos de interés real subirán continuamente. Y hablamos de economías sumidas en una recesión profunda. El PIB de Italia se encogerá un 2 por ciento este año. Si tiramos unos tipos de interés real en aumento a una economía ya en apuros, la hundiremos.
Los inversores han estado amasando renta variable de la zona euro pensando que lo peor de la crisis se había acabado pero si la deflación cobra fuerzas, no habrá hecho más que empezar y la renta variable se verá golpeada junto con todo lo demás.