El modelo español de bajo coste se asemeja más a China que a Alemania.
Es para quitarse el sombrero. El Gobierno de Mariano Rajoy ha logrado en solo seis meses dar la vuelta al estado de opinión pública internacional sobre la economía española. Esta semana escuchaba al jefe de la Oficina Económica de Moncloa, Álvaro Nadal, con ocasión del Meeting Point celebrado en Barcelona, glosar las reformas realizadas por el Ejecutivo para recuperar la credibilidad de los mercados internacionales.
Nadal, uno de los altos cargos con más sólida formación económica, lleva razón en muchas cosas. Es fundamental desligar el alza de la inflación de la subida de los salarios y de servicios públicos, como el billete del metro o del autobús. Los ejecutivos de Leopoldo Calvo Sotelo y de Felipe González recurrían a la devaluación de la peseta para recuperar la competitividad perdida, pero ahora sólo es posible reduciendo los costes de producción.
Culpa de la burbuja inmobiliaria al anterior gobernador del BCE, Jean Claude Trichet, quien ante la presión germana para financiar su unificación colocó los tipos de interés por los suelos durante muchos años. Se penalizó el ahorro y se favoreció la inversión inmobiliaria. También elogia las proezas del sector exterior, que es un indicador adelantado de la recuperación. Somos la segunda potencia de la eurozona por crecimiento de las exportaciones tras Alemania, con una cartera de ventas diversificada tanto en productos como geográficamente y la nueva estructura de costes reducidos permitirá crear empleo con tasas de crecimiento de apenas el uno por ciento.
El alto cargo de Moncloa dejó, naturalmente, en el tintero las debilidades. El número de funcionarios se redujo en unos 350.000, pero la megaestructura de la Administración sigue casi intacta. Las mayores partidas del gasto son en sanidad y educación, casi el doble que las destinadas a la Seguridad Social, el desempleo o a intereses de la deuda.
Los recortes en sanidad recaen sobre los medicamentos y en la introducción del copago, con el fin de trasladar una parte del coste al ciudadano. No se tiene noticia, sin embargo, del cierre de ningún hospital de la amplia red creada en los últimos años, ni de la superestructura directiva de estos centros. Idem ocurre en educación. Son los estudiantes perceptores de becas o la partida de inversiones en I+D+i de estos centros los que aguantan los recortes, en lugar de cerrar universidades y atajar su extensa burocracia.
El Gobierno siempre encuentra una víctima propiciatoria en el proveedor de servicios público de turno o el ciudadano para aplicar los ajustes en lugar de sobre su megaestructura. La remuneración de los funcionarios crece el 18 por ciento desde 2008, pese a las congelaciones, y las subidas de impuestos han evitado profundizar en los recortes públicos.
El resultado de esta política llamada reformista es un sector privado arrasado, con sueldos devaluados y seis millones de parados, que subsiste por sus propios medios y sin fuentes de financiación. Por contra, el lado público mantiene casi por completo su red empresarial (véase en las televisiones públicas) gracias al presupuesto y al flujo de préstamos bancarios, que sigue al alza.
El presidente de Carrefour, George Plassat, confirmó esta semana que nuestro país "va a salir de la crisis antes que nadie gracias a la solidaridad y los sacrificios de la población", pero alertó de que lo hará sin clases medias. Otra gran verdad. Las ganancias en competitividad se consiguen mediante el brutal recorte de los costes de todo tipo, en lugar de a través de la innovación y la generación de nuevos productos de alta calidad. Somos el país con menor número de licenciados universitarios entre las cuatro grandes primeras potencias europeas y la mayoría de la mano de obra está poco cualificada.
Discrepo de mi amigo Álvaro Nadal sólo en una cosa, debería compartir el éxito de sus reformas con el gobernador Mario Draghi. Su decidida voluntad de defender la prima de riesgo de Italia y España nos ahorrará este año 5.000 millones. Como reconoció el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en la reciente entrevista con elEconomista, "los hombres de negro se hubieran quedado" si no es por Draghi. Me inquieta, además, que Rajoy se haya dormido en los laureles en el conflicto catalán, que apunta a convertirse en un polvorín.
Deutsche Bank dijo esta semana que España le recordaba a la Alemania de hace una década. Sin embargo, otras voces apuntan a que somos la China de Europa. A mí me parece mucho más apropiada esta última definición. Con un ámbito público floreciente y desmesurado frente a uno privado dominado por el bajo coste y el bajo consumo, la foto encaja, de momento, más en la potencia asiática que en la europea. La economía va a mejor y estamos labrando un gran futuro, pero nuestro modelo se asemeja más a China que a Alemania. Es lo preocupante.