Opinión

El cuento de la lechera

Mariano Rajoy

El optimismo oficial en la economía se basa en un mayor crecimiento este año y el próximo.

La economía española pasa por un momento dulce, la bolsa está en máximos de dos años y la prima de riesgo en mínimos. Cada día leemos noticias de fondos de inversión o de multinacionales que se interesan por invertir en nuestro país. Como si España hubiera salido de su letargo y, de repente, volviera a ser la de antes. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, asegura que "España volverá a sorprender al mundo" (o quizá se refiera a la posibilidad cierta de incumplir el objetivo de déficit por tercer año consecutivo).

Lo cierto es que los buenos datos sobre comercio exterior, balanza de pagos, crecimiento del PIB o saneamiento del sistema financiero y los esfuerzos de los mandatarios europeos por elogiar las reformas españolas están consiguiendo su propósito. Hemos dejado de ser el enfermo de Europa y, si el Gobierno hiciera las cosas bien, podríamos convertirnos en la estrella rutilante de los próximos años, como sueña Montoro.

Los datos internos que barajan algunos miembros del Gobierno es que la caída del PIB se quedará este año alrededor del 0,8 por ciento, casi la mitad de lo que pronosticaron organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o la Unión Europea. También muy inferior a la propia previsión del Gobierno. Lo bueno, además, está por venir. Las proyecciones internas del Ejecutivo prevén un crecimiento entre el 1 y el 1,5 por ciento el próximo año. Cada vez son más los que se apuntan a la banda alta de esta horquilla. Ojalá se cumpla. Este optimismo desbordante está comenzando a reflejarse en los informes de los bancos de inversión sobre la marcha de nuestro país. La ausencia de más escándalos económicos, aparte de los políticos, está actuando de bálsamo. La rueda de la economía se pone en marcha de nuevo.

En resumen, el arma secreta, el 'bazoka' para cumplir con sus objetivos, es que la economía vaya mejor de los previsto, debido en parte a la buena coyuntura internacional. El Gobierno confía en que los ingresos tributarios retomen la senda alcista en los próximos trimestres y el déficit comience a doblegarse sin ajustes adicionales. La bajada de la prima de riesgo al entorno de los 200 puntos debería hacer el milagro adicional de frenar el monto de los intereses de la deuda, que son los culpables de que en seis meses hayamos sobrepasado el objetivo para todo el año.

Para asegurarse ante un posible desliz en los ingresos tributarios antes de finales de año, el Congreso adelantó esta semana con el único apoyo del grupo popular la supresión de deducciones de sociedades por 3.650 millones. El impuesto de sociedades sufrió una caída del 30 por ciento en los seis primeros meses del año debido a los adelantos a los que se obligó a las grandes empresas en los años anteriores. Montoro, una vez más, intenta salir del atolladero con su fórmula mágica: la subida de impuestos, en lugar de la supresión de costes superfluos.

Por si queda alguna duda sobre sus verdaderas intenciones, ayer emitió un comunicado en el que advierte de que los menores gravámenes no deben empeñar la consecución de las metas presupuestarias, en una referencia implícita tanto a la edil madrileña, Ana Botella, como al presidente de esa Comunidad, Ignacio González, que acaban de anunciar medidas en esta línea.

Es una pena que un Gobierno que se presentó a las elecciones con la promesa de quitar impuestos no haga más que inventarse nuevos para lograr sus metas de recaudación. El efecto logrado es justamente el contrario al que pretende, porque entre tasas y gravámenes municipales, autonómicos o estatales se está ahogando el margen para un mayor consumo por parte de la clase media.

La relajación de los planes de austeridad en toda Europa está permitiendo un mayor crecimiento de su economía y una mejora de la confianza de los ciudadanos, quienes, al fin y al cabo, determinan el rumbo. La canciller germana, Angela Merkel, ha sido la primera en bajar los impuestos y aflojar los ajustes durante la última legislatura. Las reformas estructurales que pide para los demás brillan por su ausencia en Alemania.

Pero es la firmeza de la canciller frente a los países del Sur lo que la llevará, probablemente, a revalidar su victoria ante las urnas este fin de semana. La pregunta ahora es si Merkel sacará de la recámara sus exigencias sobre la austeridad y el cumplimiento del paquete de reformas, una vez que gane las elecciones, empezando por la propia Alemania. Si es así, la alegría con que Montoro ha comenzado a gastar de nuevo tiene los días contados. Por cierto, bienvenido sea, porque la rapidez con la que vamos poco a poco ganando la confianza internacional se puede volver a perder si incumplimos nuestros compromisos públicos sobre déficit y deuda. El optimismo oficial es como el cuento de la lechera. Esperemos que el cántaro no se rompa por cualquier imprevisto oficioso.

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