
Miguel Blesa confesó en privado que parte del Banco de Florida se pagó en paraísos fiscales.
Corría el mes de marzo del año 2006, José María Aznar acababa de ser descabalgado del Gobierno y el PP celebraba su primera convención nacional sin boato oficial. Tenía curiosidad por conocer quiénes asistirían, acostumbrado a que la primera bancada de la convención del partido estuviera ocupada por empresarios relevantes, alguno de los llamados amigos del Gobierno, que protagonizaron las grandes privatizaciones, y una pléyade de constructores en busca de la subvención oficial para seguir viviendo en su mundo de Jauja.
Mi sorpresa fue encontrarme únicamente con Miguel Blesa, que medio dormitaba en una esquina junto a Miguel Arias Cañete, ya despojado de sus poderes de ministro. Ni tan siquiera el expresidente de Endesa, Manuel Pizarro, que se había labrado un nombre en su ardua batalla contra el poder socialista por defender la españolidad de la eléctrica, acudió al acto.
Esto mismo que ahora recuerdo fue lo que escribí en elEconomista, que hacía apenas unas semanas que había iniciado su andadura. Formaba parte de mi comentario semanal, como hago desde entonces, y no pensé que fuera a marcar el devenir del periódico durante los siguientes meses y años. Lo que para mí sólo constituía un comentario más, a Blesa le pareció que sobrepasaba los límites de su intimidad. Así se lo hizo saber a nuestro presidente editor, Alfonso de Salas, con amenazas y malos modales.
Desde ese momento, ayudado por su director de comunicación, Juan Astorqui, comenzó una caza de brujas contra elEconomista, cuya intención secreta era acabar con su existencia. Intentó por todos los medios a su alcance (que en aquellos momentos eran inmensos) desprestigiarnos ante su influyente lobby político y económico. No hubo empresa del Ibex a la que no llamara a la puerta para que nos retirara el apoyo informativo o económico.
No sé de qué manera, aunque puedo imaginarlo, convenció a la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), bajo la presidencia de González Urbaneja, y a la Asociacion de Periodistas de Información Económica (APIE) para acallar nuestras denuncias sobre el atropello a la libertad de expresión. Con el silencio cómplice de ambas asociaciones llegó a vetar la presencia de elEconomista en las ruedas de prensa oficiales sobre resultados, pese a la protesta de nuestros colegas. Reitero las gracias a Iñigo Barrón, de El País, que inquirió públicamente a Blesa por la ausencia de elEconomista. Blesa acostumbraba a hacer lo que le daba la gana, se creía al dueño del cortijo, y no daba explicaciones a nadie.
Años después, la difunta Mercedes de la Merced, vocal de Caja Madrid por el Ayuntamiento, me explicó que nuestra información hizo añicos su estrategia. Ella misma le había convencido de que asistiera a la convención a fin de iniciar una maniobra de acercamiento y de apoyo a Mariano Rajoy para afianzarse en su puesto de presidente ante los crecientes roces entre Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre por controlar la caja.
Él se creía un Master del Universo, amigo del presidente, del mismísimo Rey y con poder omnímodo para salvar o hundir a cualquiera con el simple chasquido de sus dedos. Qué les voy a contar. Es la historia de uno de los presidentes pegados al poder político, que navegaban sobre la ola de la burbuja inmobiliaria, con las bodegas repletas de millones de euros, sin saber que el futuro les guardaba un destino cruel.
Después de dar un pelotazo en 2007 con la inversión en Endesa, en la que ganó alrededor de 2.200 millones para la entidad, vino el delirio. Comenzó a cometer un error tras otro. Intentó crear una corporación industrial a imagen y semejanza de La Caixa de Fainé. Entró en sociedades industriales como Mecalux o la aceitera SOS, que fueron al concurso de acreedores.
También adquirió la hotelera NH para que administrara activos como el Gran Casino de Madrid, en lugar de venderlo y concentrarse en el negocio financiero como mandan los cánones bancarios sobre buen hacer. Y para que no quedara duda de que no había nadie con mayor altura que él, adquirió a Repsol una de las cuatro Torres de la Castellana, por la friolera de 800 millones, el triple de su valor de mercado actual.
Ensayó su vocación de mecenas, al estilo de los Medicis de Florencia, al hacer un gran regalo a la ciudad de Madrid y a su alcalde, Ruiz Gallardón, su gran valedor frente Esperanza Aguirre. Donó el obelisco de Plaza Castilla para conmemorar el tercer centenario del nacimiento de la entidad (y último, habría que añadir a la vista de los acontecimientos) y, de paso, mejorar las vistas desde su despacho.
Naturalmente, encargó la obra al arquitecto de moda, Santiago Calatrava, aunque finalmente la altura de 96 metros tuvo que ser recortada considerablemente porque era imposible de realizar sin riesgo de caída. El Rey lo inauguró en 2009 en un acto al que el propio Calatrava excusó su asistencia.
La columna, forrada por barras de bronce revestidas de pan de oro, está dotada de un suave movimiento de basculación, que debería dar lugar a un aparente movimiento de ascensión de una onda a lo largo del mástil vertical. Pero el mecanismo se paró para siempre en 2012 tras una inversión de varios millones, porque el Ayuntamiento suprimió el presupuesto de 300.000 euros anuales para mantenerlo en funcionamiento.
La dichosa columna sería una anécdota en su curriculum si no es porque se empeñó en internacionalizar Caja Madrid. Su sucesor, Rodrigo Rato, liquidó con fuertes pérdidas el grupo Financiera Habana cubano y el mexicano La Casita, y Goirigolzarri hizo lo propio con una magnífica mansión con muelle propio en Miami, que las malas lenguas aseguran que Blesa usaba para dar fiestas privadas.
Pero el gran golpe vino con la compra del Banco de Florida en 2008, justo antes de la gran depresión, por una cuantía aproximadamente al doble de su valor (745 millones). Blesa lo presentó al consejo como un caso cerrado, que aprobó por unanimidad sin pedir explicaciones, como señala elEconomista.
El presidente explicó en privado a algunos miembros del consejo tras su aprobación que una parte "se había tenido que abonar en paraísos fiscales". Esto levantó la sospecha sobre el posible cobro de una comisión de éxito por parte de Blesa, que ahora persigue el magistrado Elpidio José Silva.
El banquero, que intentó tocar el cielo con su mano, probablemente sucumbió ante la tentación de las riquezas terrenales cuando se percató de que su puesto al frente de Caja Madrid no era eterno. Sólo Gallardón lo protegía de los embates de Aguirre, que clamaba por su salida. En uno de ellos, accedió a tomar la mayoría de Iberia para aplacar los ánimos de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
También quizá como fruto de estas presiones concedió un crédito a Gerardo Díaz Ferrán, entonces presidente de la patronal madrileña y consejero de la entidad a propuesta de Aguirre por 25 millones, que resultó luego fallido. El barco comenzó a hacer aguas por todos los rincones como consecuencia de sus meteduras de pata. Pero una vez más, el capitán de la embarcación no tuvo empacho en 2009 de colocar miles de millones en participaciones preferentes entre los desventurados clientes de la entidad financiera, como si fueran piratas de pata de palo a los que enviaba al infierno.
La actual alcaldesa de Madrid, Ana Botella, le defendió frente al candidato de Aguirre, Ignacio González. Pero esta sacrificó a su hombre en un hábil pacto con Rajoy, que propuso a Rato, para lograr el ansiado trofeo: la cabeza de Blesa. De todas formas, hubiera caído fruto de sus torpezas. elEconomista se quedó tristemente sólo en muchas ocasiones narrando las tropelías del expresidente de Caja Madrid, algo que jamás nos perdonará. Una prueba del compromiso con los lectores, que nos ha hecho líderes de la prensa económica en unos pocos años. Un esfuerzo con final feliz si, por fin, se hace Justicia.