Opinión

Contra el despilfarro (público)

El despilfarro es una pérdida que no se recupera y perjudica a todos los empleados.

En un contexto de mercados competitivos, la eficiencia económica exige la utilización racional de los recursos escasos. Esta cuestión tiene una particular relevancia cuando se compite en mercados internacionalizados en los que otros pueden tener ventajas competitivas sobre la base de salarios más bajos. Por regla general, en momentos de euforia económica o en contextos de competencia escasa, las empresas tienden a prestar menos atención a la minimización de sus costes medios. Este problema alcanza una dimensión particular en el caso del sector público.

Ahora, como consecuencia de la crisis económica, muchas empresas se ocupan de administrar eficientemente sus recursos con el objeto de contribuir a su supervivencia. Las crisis siempre aportan algo positivo. Uno de los mecanismos para alcanzar tan loable objetivo es la lucha contra el despilfarro. No se trata de un asunto nuevo. Una publicación con motivo del 50 aniversario de la empresa Ferrovial pone de manifiesto que su creador, Rafael del Pino y Moreno, ya se preocupaba por estas cuestiones allá por el principio de los años sesenta. En efecto, preocupado por la competitividad de su empresa publicó unos cuarenta manuales de procedimiento que repartía entre sus empleados para que estos conocieran los principios generales que iluminaban la gestión de la "Empresa" -en el manual, "Empresa" se escribe con letra mayúscula-. Cada centro de trabajo disponía de, al menos, un ejemplar. Uno de estos pequeños manuales -el 621-, redactado por Ramón González de Amezúa, llevaba por título "Contra el despilfarro", "un dragón de siete cabezas que se infiltra por todas partes".

"Contra el despilfarro" traduce un objetivo noble que se sitúa en la base del quehacer empresarial inteligente. Debería constituir un ejercicio general de todas las organizaciones sean éstas públicas o privadas. Ejemplos de despilfarro también se encuentran en las administraciones públicas. ¿Quién no ha visto empleados ociosos o ha sido testigo de gastos evitables o susceptibles de ser reducidos? Estas cuestiones no son objeto de auditoría. Las tradicionales auditorías correspondientes a las administraciones públicas, epidérmicas por regla general, deberían ser complementadas por auditorías de eficiencia y de ahorro de recursos. Y los empleados públicos deberían ser evaluados por su diligencia en la administración de los recursos del común.

Para empezar, debería acabarse con la habitual práctica de los responsables públicos de subcontratar trabajos que ellos deberían hacer. Por ejemplo ¿qué sentido tiene que, con un exceso de pereza administrativa, un departamento de estudios subcontrate trabajos a terceros pagando por ello un precio que sería perfectamente evitable?.

El opúsculo desborda sentido común y racionalidad. Para empezar, sostiene que "El despilfarro es una pérdida que no se recupera, y que a nadie beneficia y a todos perjudica". Perjudica incluso a los propios empleados de la empresa despilfarradora que se sienten desincentivados. Además, lo relevante es que la magnitud del despilfarro nunca es reducida, pues las conductas que conllevan una irracional administración de recursos se repiten muchas veces con el correspondiente impacto negativo sobre las eventuales ventajas competitivas de las organizaciones.

El manual razona en términos de coste de oportunidad; es decir, la interpretación económica del coste, distinta de la meramente contable. Máquinas paradas, mal cuidadas, con rendimiento defectuoso o exceso de equipo, por ejemplo, suponen un coste económico mayor que el mero coste contable. Todo ello sin olvidar los costes de la imprevisión, no contabilizados pero importantes desde el punto de vista económico.

También se aborda la cuestión del trabajo: las tareas deben llevarse a cabo "Con el menor trabajo posible" y nadie debe hacer un trabajo que pueda ser realizado por un subordinado pues deja de hacer su propio trabajo que es más importante y su subordinado se despreocupará, lo que se traducirá en costes evitables.

En definitiva, el despilfarro se esparce por doquier, con independencia de que se trate del sector privado o público y debe ser evitado. Ahora que estamos sometidos a la tiranía de la crisis económica, el sector público debe seguir el camino iniciado por el sector privado y evitar el despilfarro por los costes que conlleva. En beneficio de todos.

Rafael del Pino y Moreno fue un precursor clarividente. Un ejemplo a seguir.

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