Opinión

La nueva trayectoria de la economía

El consumo actual, ligado a gobiernos y hogares que gastan más de lo que pueden, es inviable.

El mundo cambia continuamente. Las recientes tendencias económicas sugieren que este cambio puede estar desplazando su dirección de manera fundamental. Consideremos las economías avanzadas. Durante las últimas dos décadas, el crecimiento económico fue impulsado por el consumo, de forma que la actividad económica en esos países convirtió 10 puntos porcentuales del PIB dedicados a la inversión en consumo. Como resultado, la participación del consumo en su PIB alcanzó el 81,6 por ciento en 2010. Mientras tanto, los mercados emergentes y las economías en vías de desarrollo proporcionaron una imagen casi especular de esta tendencia, aumentando la inversión e impulsando su oferta de bienes al resto del mundo y sacrificando para ello su consumo interno. Para 2010, la participación del consumo en sus PIB había disminuido del 73,4 al 67,1 por ciento.

Al mirar hacia el futuro vemos que es poco probable que la participación del consumo en el PIB pueda aumentar aún más en las economías avanzadas. Los principales impulsores de este aumento fueron la ingeniería financiera y los efectos sobre la riqueza generados por los elevados precios de los activos. Ninguno de estos factores influye actualmente. Pero ¿es posible incluso mantener el consumo actual en las economías avanzadas? Tal vez no. Los niveles actuales de consumo están asociados a Gobiernos y hogares que gastan por encima de sus posibilidades, y cuyo endeudamiento se mantiene alto, para lo que son necesarios más ahorros. También los bancos necesitan captar capital. En general, muchos agentes económicos necesitan un período prolongado de desapalancamiento. Sin embargo, las políticas actuales en las principales economías avanzadas buscan mantener los niveles actuales de consumo para apoyar el crecimiento y el empleo. Si la participación del consumo en el PIB disminuye de todas formas, es una simple cuestión de aritmética notar que la inversión y las exportaciones deben aumentar para mantener la demanda total.

¿Debemos esperar que los mercados emergentes y las economías en vías de desarrollo se hagan cargo? Para mantener un sólido crecimiento en esas economías mientras la demanda externa se debilita, la demanda interna debe convertirse en el motor del crecimiento. Esto significa un mayor consumo interno e inversión adecuada para apuntalar ese crecimiento del consumo. En las economías en que la inversión genera capacidad excedente, los recursos pueden desplazarse al consumo, siempre que las transacciones con el exterior se mantengan en niveles sostenibles.

Éstos son cambios tectónicos en la estructura de la economía mundial y están plagados de peligros potenciales. El ritmo de cambio será diferente en cada sector y economía, lo que conducirá a desajustes de la oferta y la demanda. Además, con la globalización un problema económico en una parte del mundo se transmite y amplifica en el resto del planeta, complicando sustancialmente las respuestas de política tanto en las economías en desarrollo como en las avanzadas. Un estudio del FMI sugiere que, antes de la crisis financiera mundial, los factores externos explicaban el 36 por ciento del cambio en el crecimiento de las cinco economías sistémicamente importantes (la eurozona, EEUU, China, Japón y Reino Unido); después de la crisis, sin embargo, esta participación se acercó al 60 por ciento. En el resto del mundo, incluidos los mercados emergentes, la participación de los factores externos aumentó desde aproximadamente el 43 por ciento hasta más del 60 por ciento. En este entorno debemos buscar con diligencia una coordinación mundial de las políticas. Para lograr un realineamiento ordenado del consumo y la inversión en todo el mundo, las políticas que impulsen la inversión en una parte del planeta deben alinearse con políticas que impulsen el consumo en otras. En especial, las economías avanzadas deberían aplicar reformas fundamentales para mejorar su productividad, la eurozona debería fortalecer la unión monetaria y las economías en desarrollo y emergentes deberían impulsar sus fuentes internas de crecimiento. Y esas políticas deberían ser coherentes con la estabilidad fiscal y externa. Además, deberían coordinarse globalmente las políticas y marcos regulatorios del sector financiero, para diseñar e implementar normas basadas en el consenso -ocupándose así de los problemas generados por las instituciones mundiales que son consideradas demasiado grandes o complejas para caer. Sólo así podemos reducir, y posiblemente eliminar, la inestabilidad económica y los ajustes desordenados tanto en casa como en el extranjero, incluso mientras buscamos maximizar los beneficios de los inevitables cambios en la economía mundial.

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