
En la agenda de Davos figuran problemas como la deuda soberana o el paro juvenil.
Cuando el mundo entra en 2013, se está hablando mucho de una "comunidad mundial", pero seguimos viendo señales y, lo que es más importante, comportamientos contrarios a esas afirmaciones. Esto se debe a muchas razones, pero la principal es la velocidad, la interconectividad y la complejidad del cambio mundial, nacional e incluso individual. En un complejo sistema global en el que no hay un mecanismo para librarse del riesgo, persisten y se incuban unos cambios sin precedentes y unos desequilibrios en aumento: entre el consumo y la producción, los ahorros y la inversión, la economía y la ecología, la integración social y la marginación, la igualdad y la disparidad.
Durante más de cuarenta años, los dirigentes mundiales se han reunido anualmente en Davos para examinar los problemas más graves del panorama mundial y hacer propuestas para solucionarlos. Este año, la lista es larga y consta, entre otras cosas, de los problemas de deuda irresueltos en los Estados Unidos y Europa, las preocupantes perspectivas económicas mundiales, la agitación en Oriente Medio y África septentrional y el pronunciado aumento del desempleo juvenil.
Es evidente que la necesidad de cooperación mundial nunca había sido tanta y los Gobiernos, las empresas o la sociedad civil no pueden afrontar estos imperativos por sí solos. Al repasar dichos problemas, parece que el mundo sigue inmerso en la crisis y muchos son los que expresan pocas esperanzas de que la situación -en particular, la economía- vaya a mejorar, pero olvidamos lo mucho que ha mejorado el estado del mundo.
Cuando se creó el Foro Económico Mundial, en 1971, la población del planeta ascendía a unas cuatro mil millones de personas, la mitad de las cuales vivían en la pobreza. Hoy viven en el mundo unos siete mil millones y el número de los que se encuentran en condiciones inaceptables es el mismo. La esperanza de vida media es diez años mayor -de 60 a 70- desde 1970. Asimismo, hay que pensar en el número de regímenes autoritarios que se han desplomado y de democracias que han nacido en los cuarenta últimos años. Y la economía mundial aún creció un cuatro por ciento a lo largo de los tres últimos años, pese a haber experimentado la recesión mundial más profunda desde 1945. Todavía hay mucho por hacer, pero no debemos olvidar los avances reales que se han logrado en términos relativos. Para detener la actual espiral de pesimismo y evitar la consunción de la gestión de la crisis, debemos mirar hacia el futuro de forma mucho más positiva, constructiva y dinámica y adquirir la capacidad de resistencia para adaptarnos a los marcos en transformación, soportar las sacudidas repentinas y recuperarnos de ellas, sin por ello dejar de perseguir objetivos decisivos. La combinación de una actitud dinámica y optimista -pensamiento audaz y acciones aún más audaces- con las medidas necesarias para fortalecer la capacidad de resistencia ante el riesgo es decisiva para un futuro exitoso. Así pues, el tema de la reunión anual de este año en Davos es Un dinamismo resistente. En términos generales, me gustaría que en la reunión de este año se lograran dos objetivos suplementarios. En primer lugar, la crisis económica ha engendrado una actitud más defensiva, más egocéntrica y -en el nivel de los Estados- más proteccionista. Faltan grandes concepciones unificadoras y la presión en pro de la separación sigue aumentando, lo que ha paralizado los avances sobre muchas cuestiones que requieren atención: entre ellas la reducción de las emisiones de carbono, la adopción de medidas de regulación financiera mundial y la conclusión de la Ronda de Doha de conversaciones comerciales mundiales, por citar sólo algunas.
Los debates de Davos -conforme al lema del Foro: "El espíritu de empresa en pro del interés público mundial"- se rigen por un auténtico espíritu de ciudadanía mundial, lo que significa el examen de soluciones que redunden en provecho de la comunidad mundial (sin olvidar los intereses nacionales y locales), pensando en las futuras generaciones. El Foro ha fomentado siempre el concepto de responsabilidad social de las empresas o, expresado de otro modo, de que los dirigentes empresariales deban rendir cuentas no sólo ante sus empleados y accionistas, sino también ante sus comunidades y ante la sociedad en sentido más amplio. Por eso, mi segundo objetivo para Davos este año es el de que todos los dirigentes reconozcan que sus responsabilidades económicas deben ir acompañadas de obligaciones morales o sociales.
El criterio para calibrar la responsabilidad es el de que las empresas mejoren las condiciones de sus empleados, accionistas, comunidades y medio ambiente, pero la responsabilidad moral es más amplia, pues refleja la necesidad de que las grandes empresas aborden las cuestiones éticas fundamentales, como, por ejemplo, la dignidad, la igualdad y la lucha contra la exclusión.
Abrigo la esperanza de que la reunión anual haga de catalizador para integrar las iniciativas encaminadas a lograr avances en cuestiones decisivas del panorama mundial. Como advirtió Einstein: "El mundo, tal como lo hemos creado, es un proceso de nuestro pensamiento. No podemos cambiarlo sin cambiar nuestro pensamiento". Todos debemos asumir la responsabilidad en nuestra esfera de actuación y actuar como auténticos administradores mundiales, respaldados por una rendición moral de cuentas para la humanidad. Éste es el mundo en el que vivimos; todos tenemos un papel que desempeñar en él.