
En julio de este año, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, declaró que el BCE hará "lo que sea necesario" para preservar el euro, y en septiembre el BCE decidió avanzar con su programa de "transacciones monetarias directas" (TMD) para la compra de bonos públicos de los países de la Eurozona que enfrentan dificultades.
Desde entonces, Europa viene experimentando la calma que sigue a la tormenta. Las tipos de interés de los bonos públicos de Italia y España se han reducido abruptamente; las empresas privadas han vuelto a emitir bonos, y por el continente ha comenzado a extenderse una sensación de normalidad.
Pero sería un error pensar que los problemas del euro ya están resueltos. Los fundamentos económicos no están para nada estables, y el alivio de la tensión financiera es apenas el resultado afortunado de un juego de expectativas. Mientras los inversores crean que las TMD vendrán en auxilio de Italia y España si estos países llegaran a necesitarlas, el costo financiero para ambos países se mantendrá contenido, y el rescate será innecesario. Pero ante el menor asomo de duda respecto de la eficacia del programa, el juego de expectativas se dará vuelta y en poco tiempo los bonos de ambos países estarán otra vez bajo ataque.
De las posibles razones para dudar del programa TMD, una es que para que sea operativo se necesita la aprobación de todos los gobiernos europeos. Cada país de la UE tiene sus propias normas al respecto, pero en el caso de Alemania la aprobación depende del Parlamento. Todo indica que en una situación de emergencia, Alemania preferirá aprobar el rescate antes que permitir el desastre de que Italia o España caigan en cesación de pagos. Pero cualquier demora puede bastar para provocar una huida bancaria en cualquiera de los dos países: para cuando el Bundestag alemán se decida, tal vez sea demasiado tarde.
Para eliminar esta incertidumbre, Italia y España deberían adelantarse y pedir la intervención del TMD ahora que no hay prisa; lo más probable es que el Bundestag tome la solicitud como una salvaguarda más que como una simple transferencia de fondos y la apruebe. Esto también ayudaría a eliminar la incertidumbre que hay en torno al programa y sus mecanismos de implementación. Es mucho más fácil identificar y encarar los problemas mientras no hay necesidad urgente de intervención que elaborar todos los detalles bajo la amenaza de una quiebra soberana inminente.
Por último, adelantarse a pedir la intervención del TMD no sólo reduciría el costo de financiación para los Gobiernos italiano y español (y, por ende, sus déficits presupuestarios), sino que también serviría para disminuir el coste de capital para las empresas locales, que ahora tienen problemas para acceder al crédito e invertir. Esto daría a estas agobiadas economías un muy necesario estímulo.
Así pues, la activación del TMD redundaría en numerosas ventajas. Entonces, ¿por qué los Ejecutivos español e italiano parecen tan poco dispuestos a iniciarla? La razón principal es política. En la década de 1930, todos los Gobiernos europeos temían que el abandono del patrón oro se interpretara como una señal de debilidad, y por eso esperaron demasiado. El mismo temor se repite ahora en el caso del TMD, lo cual implica un coste que los políticos que necesitan ganar elecciones son reacios a pagar.
Luigi Zingales es Profesor de Iniciativa Empresarial y Finanzas en la Booth School of Business de la Universidad de Chicago y autor de A Capitalism for the People