Opinión

De ilusión también se vive

El Presupuesto nos aboca a más ajuste y el crédito seguirá seco tras la reforma financiera de Rajoy.

Soy un descreído de la política. Después de desgañitarse durante años de oposición contra los presupuestos socialistas, por considerarlos irreales e imaginarios, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, hace lo mismo que criticaba en los demás. Lo peor es que esta actuación comienza a ser ya una costumbre en este Gobierno indeciso y taciturno, como vimos en el nombramiento de la presidenta de la CNMV, Elvira Rodríguez.

Nadie en su sano juicio, y menos aún el ministro de Hacienda, confía en este momento en que 2013 sea mejor que el actual. Tampoco se ve ningún atisbo de crecimiento de los ingresos del 3,8 por ciento, que recoge las cuentas del próximo año o una reducción del desempleo, aunque sea a causa de la merma en la población activa. Es una pena que el Gobierno tire por la borda la poca credibilidad que le queda.

La única explicación para estos presupuestos ficticios es que se quiere demorar el anuncio de mayores ajustes presupuestarios hasta después de los comicios gallegos y vascos. O que, sabedor de que la petición del rescate por muy blando que sea implicará la adopción de más ajustes, el Ejecutivo prefiere esperar a que el Eurogrupo lo imponga. Al fin y al cabo, Rajoy ya está acostumbrado a presentar sus decisiones en política económica como algo irremediable y contrario a su voluntad. Las autonomías expían sus culpas con el Gobierno y éste lo hace con Europa.

El Gobierno cubre el expediente al anunciar las reformas a las que se comprometió con Bruselas en materia de liberalización de los mercados de la energía, las telecomunicaciones o el comercio. Todas son medidas necesarias para promover el crecimiento a largo plazo, pero deja en el tintero el recorte del tamaño de las administraciones públicas, que traería réditos inmediatos. Es una manera de comprar tiempo frente a los mercados. La pregunta es si en realidad se gana tiempo o se pierde. Desde mi punto de vista, lo derrocha.

¿Y qué ocurre si la crisis es más grave de lo previsto? Sólo se me ocurre acudir a un rescate total de Europa para reducir la factura de los intereses de la deuda, que por sí sola representa casi 40.000 millones, la cuarta parte del gasto total. O... anunciar un ajuste de verdad.

Montoro presentó un tímido recorte de 7.700 millones. En lugar de reordenar la administración pública, quitar las duplicidades y suprimir las empresas públicas como se comprometió en el plan económico 2012-2015 enviado a Bruselas, prefiere ahondar en la subida de los impuestos. Si hace unas semanas desvelaba un gravamen a las plusvalías de capital, ahora vuelve a la carga con otro sobre las loterías -el Estado se queda ya con el 40 por ciento de las apuestas-, la perpetuación del Impuesto del Patrimonio que prometió suprimir o una nueva vuelta de tuerca a la fiscalidad de las grandes empresas. Su idea es que pagan alrededor del 11 por ciento, muy por debajo de las rentas del trabajo. Sin embargo, se echa en falta en paralelo medidas para abaratar la fiscalidad de las más pequeñas y solventar sus carencias de crédito.

A resolver estos problemas va dirigida la reforma financiera del ministro de Economía, Luis de Guindos. ¿Logrará el saneamiento de la banca reabrir el crédito? La respuesta es que, de momento, todo seguirá igual. Hasta el propio subgobernador, Fernando Restoy, lo descartó ayer. Antes habrá que constituir el banco malo, renacionalizar parte del sector y luego subastarlo. Los ganadores son los de siempre, la gran banca, la única con capacidad para hacer adquisiciones y ganar tamaño a precio irrisorio.

El inconveniente es que las adquisiciones de inmuebles por parte de la Sociedad Gestora de Activos se hará a un coste alto, lo que impedirá una recuperación de los precios hasta que el mercado inmobiliario haya tocado suelo, como ocurrió en Irlanda. Desgraciadamente, no creo que el test de la banca sirva para restaurar rápidamente la confianza en el sector financiero.

El Gobierno va dando pasos para cumplir con los requisitos de la Unión Europea, pero de forma parsimoniosa, lo que multiplica la desconfianza y la irritación de los inversores. La rebelión independentista catalana y las imágenes del intento de asalto al Congreso abonan la sensación de debilidad del Ejecutivo.

Rajoy debe retomar el diálogo con Cataluña y desmontar la campaña de la prensa internacional contra nuestro país. Si poco más de seis mil jóvenes son capaces de dar la impresión ante el mundo de que éste es un país ingobernable, qué ocurrirá si cientos o miles de ciudadanos se echan a la calle.

El inconveniente es que se aplazan decisiones imprescindibles para recuperar el crédito y la confianza de los mercados en la economía y se alarga gratuitamente su agonía.

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