
La inversión es crucial para el crecimiento a largo plazo, y se descuidó ya antes de la crisis.
Los países con altos ingresos tienen problemas económicos, en su mayoría relacionados con el crecimiento y el empleo. Actualmente, sus dificultades se extienden a las economías en desarrollo. ¿Qué factores subyacen a los problemas actuales y cuán apropiadas son las probables políticas de respuesta? El primer factor importante es el desapalancamiento y la consiguiente reducción en la demanda agregada. Desde el comienzo de la crisis financiera en 2008, varios países desarrollados, luego de mantener la demanda con endeudamiento y consumo excesivos, tuvieron que recomponer tanto sus balances públicos como los privados, algo que lleva tiempo -y que los perjudicó en términos de crecimiento y empleo-.
El sector no comercializable de cualquier economía avanzada es importante (aproximadamente dos tercios de la actividad total). Para este gran sector, no hay posibilidad de sustituir la demanda local. El sector comercializable podría contrarrestar parte del déficit, pero no es lo bastante grande como para compensarlo completamente. En principio, los Gobiernos podrían eliminar esa brecha, pero la elevada (y creciente) deuda limita su capacidad para ello (si bien el grado de las limitaciones es cuestión de acalorado debate). En definitiva, el desapalancamiento implicará que el crecimiento sea modesto, en el mejor de los casos, en el corto y mediano plazo. Si la situación en Europa se deteriora, o se llega a un punto muerto respecto del precipicio fiscal estadounidense a principios de 2013 (cuando expiren los recortes impositivos y entren en vigor las restricciones automáticas del gasto), será mucho más probable que la economía empeore.
El segundo factor que subyace a los problemas actuales está relacionado con la inversión. El crecimiento de más largo plazo requiere inversión por parte de las personas (en educación y habilidades), de los Ejecutivos y del sector privado. La inversión insuficiente eventualmente disminuye el crecimiento y las oportunidades de empleo. La dura verdad es que la cara opuesta del modelo impulsado por el consumo que prevaleció antes de la crisis ha sido una inversión deficiente, en especial por parte del sector público. Si se recorta la inversión para reequilibrar las cuentas fiscales, sufrirá el crecimiento en el mediano y largo plazo, reduciendo las oportunidades de empleo para los jóvenes que se incorporen al mercado laboral. Mantener la inversión, por otro lado, tiene un costo inmediato: implica posponer el consumo.
¿Pero el consumo de quién? Si casi todos están de acuerdo en la necesidad de más inversiones para aumentar y mantener el crecimiento, pero la mayoría cree que otros deben pagar por ello, la inversión será víctima de un impasse en términos de la responsabilidad sobre la deuda -que se reflejará en el proceso político, las decisiones electorales, y la formulación de medidas de estabilización fiscal.
El asunto principal son los impuestos. Si la inversión del sector público tuviese que aumentar sin incidir sobre los impuestos, los recortes presupuestarios necesarios en otras partidas para evitar el crecimiento insostenible de la deuda serían inverosímilmente abultados.
El desafío más difícil es el de la inclusión: ¿cómo se distribuirán los beneficios del crecimiento? Se trata de un desafío de larga data que, especialmente en Estados Unidos, se remonta al menos hasta dos décadas antes de la crisis; no fue atendido y ahora atenta contra la cohesión social.
El crecimiento de los ingresos de la clase media en la mayoría de los países avanzados se mantuvo estancado y las oportunidades de empleo han disminuido, especialmente en el sector comercializable de la economía. La porción del ingreso que se destina al capital ha aumentado, a expensas del trabajo. En especial en EEUU, la generación de empleo ha sido desproporcionada en favor del sector no comercializable.
Estas tendencias reflejan una combinación de las fuerzas tecnológicas y de mercado globales que actuaron durante las últimas dos décadas. En cuanto a la tecnología, las innovaciones para ahorrar mano de obra en el procesamiento de la información basado en redes y la automatización de transacciones han ayudado a abrir una brecha entre el crecimiento y la generación de empleo en todos los sectores.
En el sector comercializable de las economías avanzadas, la automatización de la manufactura -que incluye la ampliación de las capacidades robóticas y la eventual impresión 3D- se ha combinado con la integración de millones de nuevos participantes a las cadenas globales de aprovisionamiento en rápida evolución para limitar el crecimiento del empleo. La creciente capacidad de las empresas multinacionales para descomponer estas cadenas globales de aprovisionamiento según sus funciones y geografía para luego reintegrarlas con costes de transacción aún menores elimina la protección de los mercados de trabajo que solía provenir de la competencia local por los trabajadores.
Este desafío es especialmente difícil, ya que la política económica no se ha centrado en las tendencias distributivas adversas que surgen de los cambiantes resultados de los mercados globales. Sin embargo, las distribuciones del ingreso en las economías avanzadas, presumiblemente sujetas a fuerzas tecnológicas y de mercado globales similares son, de hecho, sorprendentemente diferentes. Esto sugiere que una combinación de políticas sociales y normas sociales diferentes efectivamente tiene un impacto distributivo. Si bien la teoría del impuesto óptimo sobre los ingresos se ocupa directamente de la relación inversa entre los incentivos a la eficiencia y sus consecuencias distributivas, aún falta mucho para alcanzar el equilibrio adecuado.
Un balance estatal saludable podría ayudar, ya que parte del ingreso que fluye hacia el capital iría al Estado. Pero, con la excepción de China, las posiciones fiscales en todo el mundo son actualmente débiles.
Como resultado, el desapalancamiento continúa como una clara prioridad en muchos países, reduciendo el crecimiento, con contramedidas fiscales limitadas por las elevadas o crecientes deudas y déficits gubernamentales. Hasta ahora, hay pocos indicios de la voluntad por parte de los políticos, responsables de políticas y, tal vez, del público, para reducir aún más el consumo actual mediante impuestos y obtener margen para mayores inversiones orientadas al crecimiento.
De hecho, con presión fiscal es más probable que ocurra lo contrario. En EEUU pocas medidas prácticas que se ocupan del desafío distributivo parecen haber sido incluidas en la agenda electoral de ambos partidos mayoritarios, más allá de la retórica en sentido contrario.
En la medida en que esto también sea así en otras economías avanzadas, la economía mundial enfrenta un período extendido de varios años de bajo crecimiento, con un riesgo residual de resultados peores de lo previsto proveniente de los errores y el punto muerto en las políticas europeas, estadounidenses y de otros sitios.
Ese escenario implica un menor crecimiento -posiblemente entre 1 y 1,5 puntos porcentuales menos- para los países en desarrollo, incluida China, nuevamente con preponderancia del riesgo a la baja.