Opinión

Rajoy comienza a hacer los deberes

El actual ajuste, a diferencia de los anteriores, es aplaudido. Lo peor es que llega tarde.

Se acabó la fiesta. Con estas palabras resume un amigo que vive en el extranjero nuestra situación económica. Rajoy anunció esta semana el gran ajuste, que todos esperábamos desde hace meses. Nada que reprochar, si acaso que llega demasiado tarde para devolver la confianza en nuestra economía. La prima de riesgo apenas se inmutó, una prueba de que costará meses recuperar la credibilidad perdida desde enero. El presidente abrió la legislatura confiado en que su política devolvería rápidamente la prosperidad económica, pero no fue así y no cabe culpar ya a los socialistas.

El Gobierno cometió dos errores estratégicos. Primero fue el incremento del 6 al 8,5 por ciento del déficit previsto y luego la posterior revisión hasta el 8,9 por ciento -hecho que dio definitivamente la puntilla-, debido al retraso en los pagos a proveedores. El Gobierno no podía conocer las facturas que guardaban en sus cajones sin fondo los ejecutivos regionales, pero eso demostró que las cuentas españolas son infiables.

La amonestación del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, a ocho autonomías es otra demostración palmaria de sus dificultades para garantizar el cumplimiento de los objetivos de déficit y, por ende, de la falta de credibilidad. La segunda sorpresa provino de Bankia. Los 19.000 millones solicitados por la entidad, después de presumir del mejor sistema financiero del mundo, acabaron de hundir la poca reputación internacional que nos quedaba.

El Gobierno intentó, por último, una mejora de las condiciones para el rescate de las entidades financieras a cambio del ajuste anunciado esta semana, pero tampoco funcionó. Nuestros bancos quedarán bajo tutela europea tras recibir los fondos europeos. Rajoy tuvo que presentar el miércoles un plan de austeridad draconiano a cambio de nada, ya que con la prima de riesgo en los niveles actuales, nadie nos garantiza que podamos aguantar más allá del otoño.

No me voy a entretener más en lo que deberíamos haber hecho y no hemos hecho, porque es mejor mirar al futuro en lugar de regodearse de los errores pasados. La verdad es que los recortes, a diferencia del primer paquete presentado en enero, fueron bien recibidos por los analistas de dentro y de fuera de España, si no es porque consideran que llegan un poco tarde para salvarnos de caer al abismo.

El programa contiene dos elementos que reclamaban todas las instituciones internacionales y que incomprensiblemente se demoraron hasta provocar su ira. Una reducción del sueldo de los funcionarios y una subida del IVA. Es difícil entender desde fuera que se preste ayuda a España cuando no ajusta su función pública y paga menos impuestos indirectos que el resto de Europa. En el primer aspecto, la supresión de la paga extra debería ser el mal menor, ya que en realidad es necesario la eliminación de cientos de miles de empleos públicos. En el último año, se redujeron unos 160.000, lo que deja el número total de las tres administraciones en poco más de 2,5 millones.

La cifra final deberá acercarse a los dos millones. Eso es lo que pretende Cristóbal Montoro al poner coto a las transferencias a las autonomías para que éstas cierren empresas públicas que han servido como tapadera para esconder deuda y déficit. Las peores, las televisiones públicas.

En cuanto al IVA, que por sí solo equivale a alrededor de un tercio del ajuste, el mayor inconveniente es que puede arrastrar a la economía a una depresión al frenar en seco el consumo. Pero no quedaba más remedio, como recordó Rajoy ante el Parlamento, ya que su subida se había convertido en un casus belli por parte tanto del Fondo Monetario Internacional como de la Unión Europea.

Montoro se equivocó al dar prioridad al incremento del IRPF, ya que no logró los objetivos de recaudación y encima nos enemistó con nuestros supuestos salvadores.

También existen aspectos positivos. Rajoy acertó de pleno con la reforma laboral elaborada por Fátima Báñez, pese a que es la más denostada por los sindicatos.

Como se ve, cada vez que adopta medidas contundentes es aplaudido por los mercados. La flexibilidad introducida en las plantillas para reducir sueldos, recortar horarios o propiciar traslados -cualquier medida antes del despido-, permitió crear casi 100.000 empleos en mayo. Esa flexibilidad, junto a los recortes de plantilla, facilita los crecimientos de competitividad de la economía. Una de las ventajas es que apoya las exportaciones y comienza a atraer inversiones, como la anunciada por la italiana Iveco en Madrid.

Otro gran acierto es el pago a proveedores, orquestado desde el Ministerio de Hacienda dirigido por Montoro, que debería impulsar medio punto el PIB en lo que queda de año. El Ejecutivo espera que esa inyección de alrededor de 35.000 millones a las empresas que trabajan para la Administración Pública compense el efecto negativo del IVA, de manera que el crecimiento de la actividad no se desvíe demasiado sobre lo previsto.

También es plausible el paquete liberalizador de horarios comerciales o que, por fin, se adopten las medidas para acabar con el déficit eléctrico. Aunque la fuerte carga impositiva a las compañías eléctricas y de renovables puede causar una oleada de despidos en el peor momento.

El problema es complejo, porque con cuatro países europeos intervenidos y dos en la sala de espera, Italia y España, y los ataques al euro se pueden recrudecer en cualquier momento y conducirnos a la UVI. La coyuntura internacional no ayuda. La brusca desaceleración de la economía americana en los últimos meses, así como el aterrizaje suave que pretenden pilotar las autoridades chinas, pueden abortar el despegue europeo y provocar una fractura del euro.

Rajoy comienza a hacer bien los deberes, pero la credibilidad perdida durante estos meses costará tiempo recuperarla. Entretanto, habrá que darle oportunidades para que haga los ajustes necesarios. Si yo fuera presidente me plegaría a los deseos de Merkel y dejaría para mejor ocasión la fracasada alianza con Hollande y Monti. Los experimentos, con gaseosa, como decía Eugenio D'Ors. Es la única manera de salvarnos.

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