
Peor que no pagar la deuda es, además, hacer exhibición de que no vas a hacerlo.
Uno de los comportamientos que nuestra sociedad considera más censurables, es el de la familia que intenta vivir por encima de sus posibilidades económicas. Ante el problema de que los ingresos no cubran el nivel de gasto familiar, lo normal es que se planteen dos vías de solución: o recortar los gastos o intentar incrementar la renta familiar con nuevas aportaciones de sus miembros.
La vía de utilizar el ahorro o la venta del patrimonio familiar sería vista socialmente como una irresponsabilidad tanto como la presión de alguno de los familiares para no reducir su nivel de gasto. Sin embargo sí que estaría bien visto que este mismo miembro, tan reivindicativo, decidiera cambiar su actitud e iniciar una actividad laboral o empresarial, para reducir este déficit.
Si el que dirige la economía familiar acude a un banco para financiar este desfase, lo más seguro es que, cuando plantee que tiene un problema, el de que la familia gasta 120 e ingresa 100, le conteste que vuelva cuando los números se inviertan, porque a partir de la aprobación, el problema pasaría al banco. Sólo con un plan serio de reducción de gastos y de incremento de ingresos tendría posibilidades de que el banco le pueda ayudar a salir de su precaria situación económica.
Sin embargo, esto que nos parece evidente en la vida privada no conseguimos tenerlo claro cuando esta situación se genera en la vida pública. Para alcanzar un alto nivel de vida un país, su economía ha de tener un nivel de competitividad similar. Es el éxito de los productos nacionales en los mercados lo que determina la renta y el trabajo de sus habitantes y la calidad de su estado de bienestar y no la buena voluntad de los políticos ni la cantidad ni la intensidad de las manifestaciones y protestas sociales.
Creo que una buena parte de nuestros problemas actuales no los tendríamos si, en el momento de que un político promete mantener un alto nivel de prestaciones públicas, le hubiéramos hecho la misma pregunta que nos planteamos antes de una inversión de entidad en nuestra casa o despacho que consideramos necesaria. ¿Cuánto cuesta esto y de dónde sacaremos el dinero para pagarlo?
O que, para solucionar temas importantes, utilizáramos el camino habitual de fijarnos en el que mejor los resuelve. Por ejemplo, si en lugar de llevar el centro del debate de los problemas a la calle, con el deterioro que supone para los intereses generales de la ciudadanía y hasta del sistema político (entonces, ¿para qué sirven las elecciones y los parlamentarios? y, finalmente, ¿ para qué sirve nuestro actual sistema democrático?), los dirigentes sindicales, sociales y políticos, adaptaran sus métodos de trabajo haciéndolos más productivos, los graves problemas sociales como el paro o la educación podrían solucionarse rápida y eficazmente. Bastaría que, en la reunión, se pusieran sobre la mesa los sistemas laborales de los tres primeros países con menor paro y con mejor calificación en educación y se diera un tiempo corto para su adaptación a nuestro país, para que todo comenzara a cambiar. Si la discusión se alarga, pueden acortarla aprobando el que está el primero en cada tema. Es un sistema fácil, que no exige alta preparación ni gran esfuerzo, que permite amplios consensos y que tiene los resultados garantizados. Si la reivindicación violenta es tan efectiva para los intereses ciudadanos ¿por qué los que más la han utilizado últimamente, los griegos, están en la ruina? O ¿es que a sus dirigentes no les afecta el deterioro económico?
España está en una situación parecida a la familia anterior, al carecer de soberanía monetaria que le permitiría como el resto de países que no participan en la UE cubrir sus desfases con emisión de moneda, está condenada a hacer un ajuste interior o que se lo hagan sus acreedores, sin condicionantes políticos ni servidumbres electorales. Con el agravante no sólo del desmesurado crecimiento de la deuda de los últimos años sino de los cortos períodos de su amortización
Si, anualmente, el Estado necesita varios cientos de miles de millones de euros para cubrir la amortización de sus préstamos exteriores y el déficit público, la aprobación de estas operaciones y el tipo de interés van a depender de su calidad como prestatario y cuanta peor imagen tenga, más recursos tendrá que dedicar a la partida de intereses y menos podrá disponer para atender a las necesidades sociales principales como educación y sanidad. Todo ello si no se cansan de continuar siendo prestamistas y nos exigen la devolución de lo prestado.
Así pues, todos los que colaboren en el deterioro de la imagen de seriedad y de solvencia del país, son también responsables de que las partidas de los gastos sociales queden irremediablemente reducidas.
Por poner un ejemplo, si este año el Estado necesita una financiación de 200/225.000 millones de euros, sólo 2/2,5 puntos equivalen a lo que se espera recaudar por la reforma impositiva aprobada a final de año. Es lo que pasa en un grupo familiar con una hipoteca en la que le suben 2/2,55 puntos, inmediatamente tienen que recortar otros gastos necesarios. Esto lo tiene claro cualquier familia, sea cual sea su ideología, su voto o los conocimientos de economía.
Si en Grecia, sus medios de información hubieran hecho un cálculo del coste de las huelgas y manifestaciones teniendo en cuenta no sólo las consecuencias en cuanto a la producción del país y el empleo, el incendio de los edificios, los destrozos de material urbano? sino también los costes financieros provocados por la imagen de caos en el exterior, el ámbito de la responsabilidad de su quiebra se habría ampliado inmediatamente con gente próxima a los indignados.
Y esto se extendería tanto a las emisiones de deuda del Estado como a las emisiones de las empresas y entidades financieras, cuyo sobrecoste y las dificultades de su financiación empeorarían su competitividad y con ello el nivel de empleo general y la base imponible de los impuestos directos e indirectos de ese país. Como podemos comprobar en nuestros despachos cada cliente tiene un límite para su crédito y un tipo de interés y cada vez hay más diferencias entre los serios y solventes y los que no lo son. Esto anterior no lo determina, para los Estados, el capricho de los malvados mercados, sino el propio funcionamiento del sistema crediticio.
Y es que hay una cosa peor que no poder pagar una deuda, el que encima hagas exhibición de que no la vas a pagar.