La desconfianza nos la hemos ganado a pulso por nuestro deterioro institucional.
S i tuviéramos que señalar una característica fundamental de la recesión que lleva asolando a la mayoría de las economías de los países desarrollados los últimos cinco años, ésta sería la falta de confianza provocada por la incertidumbre que se desencadenó con el estallido de la crisis financiera a finales de 2007 en EEUU y que se extendió como un incendio a Europa y al resto de los países desarrollados. Ello explica que, como consecuencia de la incertidumbre, el "activo favorito" no sólo para las instituciones financieras sino para la mayoría de la gente sea la liquidez. Dicho de otra forma, la demanda de dinero sigue desbocada. Esto, a su vez explica, mal que les pese a los keynesianos de nuevo cuño, que la política monetaria expansiva se haya mostrado completamente ineficaz. ¡Qué ironía! Esto nos lo enseñó Keynes. Quienes utilizan el nombre de Keynes en vano debieran leer el "Breve Tratado sobre la Reforma Monetaria" (1923), y "La Teoría General del empleo, el interés y el dinero" (1936), y olvidarse de una vez por todas del modelo IS-LM, una interpretación burda de la Teoría General.
La falta de confianza y la incertidumbre se ha convertido en un factor especialmente grave en nuestro país. La desconfianza nos la hemos ganado a pulso por nuestro deterioro institucional. Un deterioro que afecta a los fundamentos mismos de la organización del Estado. Una organización tan disparatada que no entienden la mayoría de los españoles, ni mucho menos, y esto es tremendamente grave, nuestros socios europeos, y claro está, ni esos malvados e insaciables mercados que colocan nuestra prima de riesgo por las nubes. Por lo que se refiere a los mercados, más nos vale tranquilizarlos y devolverlos la confianza llevando a cabo las reformas necesarias, ya que de ellos depende el que podamos saldar las deudas que nos tienen acogotados. Porque de momento, lo que siguen viendo son unos niveles de paro insoportables, producto de las rigideces de un mercado de trabajo heredado prácticamente tal cual del franquismo y defendido con uñas y dientes, en contra de la reforma laboral, por sindicatos y el principal partido de la oposición. Tampoco se ve una voluntad decidida de erradicar la corrupción del ámbito político, desenmascarada solamente cuando los corruptos pertenecen a la otra parte. Un sistema financiero, parece que felizmente en vías de solución, pero que ha pasado en un breve espacio de tiempo de ser uno de los más solventes del mundo, a la aparición de auténticos socavones en los balances, no sabemos muy bien si secretos, de un número importante de instituciones. Un poder judicial que, además de sus corruptelas, se haya mediatizado por el Ejecutivo y los partidos políticos, ello lleva aparejado la desconfianza generalizada en la Justicia por el incumplimiento de las leyes; lo que a su vez lleva consigo, no sólo la inseguridad jurídica, sino también la inseguridad regulatoria. Además, algo no debe ir bien en nuestro sistema político, cuando los cambios de gobierno implican poner patas arriba gran parte de las normas implantadas por el gobierno anterior y que afectan negativamente a aspectos tan fundamentales como la educación o a las posibles inversiones extranjeras en nuestro país.
Son muchos los deberes que tenemos que hacer para sentar las bases del crecimiento económico y la creación de empleo. Deberes que a buen seguro van a aumentar cuando el Gobierno tenga que sentarse para concretar el acuerdo conseguido para la recapitalización de la banca. El Gobierno, además de llevar a cabo las reformas imprescindibles, no sólo debiera comunicar bien, sino comunicar sus planes de forma detallada y firme, que no sólo no lo hace, sino que con frecuencia hace lo contrario de lo que había prometido. Muy a menudo, más que propuestas razonables y razonadas, nos sorprende con ocurrencias que parecen surgir a salto de mata y si esto desconcierta a los ciudadanos es fácil deducir la pésima impresión que producirá en nuestros socios de la UE y en los malvados mercados.