
Es mejor no engañarse, estamos intervenidos en todo excepto en el nombre.
Salió el médico del cuarto del paciente y su ceño de preocupación nos encogió a todos el alma. Su dictamen: el enfermo ha sufrido una recaída sin precedentes; su nivel de desempleo es inaceptable; la infección de la deuda pública avanza imparable. Y, lo que es peor, si siguen por este camino ni ustedes podrán pagar la cuenta del hospital ni encontrarán tampoco quien se la financie.
Y, tras esa andanada en el primer párrafo del informe del 14 de junio, el FMI alerta al Gobierno de que "la situación requiere una respuesta ambiciosa con una comunicación que la enmarque dentro de una estrategia integral a medio plazo". Que es la manera fina que tienen las señoras del FMI de poner el dedo en la llaga y señalar que la política de comunicación del Ejecutivo es manifiestamente mejorable y, lo que es realmente preocupante, que en su opinión el Gobierno va dando palos de ciego, sin un plan de actuación coherente. Es curioso que en esta apreciación concurra gran parte de la opinión pública y publicada. En una democracia gobernar es algo más que poner en marcha la imprenta del BOE. No se debe confundir mandar con liderar. Liderar es motivar, comunicar claramente los objetivos y transmitir una visión si no ilusionante por lo menos esperanzadora del futuro. Lo malo es cuando sólo se transmite la penitencia del sacrificio y no se sabe vender los objetivos: un diseño de país, un proyecto de futuro, que movilice y dé sentido a las amarguras y apretones del presente. Hoy, en las actuales circunstancias, la competencia más necesaria en un Gobierno es precisamente ésa: saber generar y saber gestionar la esperanza.
Los dos próximos años serán duros. El necesario desapalancamiento privado y la consolidación fiscal contribuirán a acentuar la recesión de la demanda y el empleo. Ya estamos viendo que sin el aval de las instituciones europeas la capacidad del Gobierno y de los bancos para financiarse es cada día más cara y limitada. Y seamos realistas: nadie nos va a sacar las castañas del fuego. El FMI lo deja bien claro cuando vuelve a reiterar: "Sólo un paquete integral de reformas aplicado sin reservas podrá restablecer la confianza y colocar de nuevo la economía en la senda del crecimiento y del empleo". Y por segunda vez reclama lo que constituye el tema central de este artículo: "Será clave la comunicación clara y coherente de dicho paquete". Este Gobierno en el mejor de los casos comunica pero no transmite. Lo cual es extraño; todos recordamos aquellos programas de TVE, Tengo una pregunta para usted, donde en 2007 y luego en 2009 Rajoy se mostró cercano y buen comunicador. Da la impresión de que, cuando se le quita el podio, emerge la persona llana y directa que sabe tratar de tú a tú al ciudadano, entiende sus inquietudes y expone con firmeza sus soluciones, sin refugiarse en los melindres ideológicos de un Zapatero que ha dejado al PSOE en la oposición sin otro argumento que una fingida desmemoria.
Es mejor no engañarse, estamos intervenidos en todo excepto en el nombre. Y está intervenido aquél que no tiene margen de maniobra y tiene que acometer finalmente las reformas que le exigen aquéllos a los que solicita alivio. Las condiciones son claras: finalizar la reforma bancaria y, lo que es capital, "una solución cooperativa en la que los trabajadores acepten una mayor moderación salarial -y aquí está la clave- y los empresarios trasladen esos ahorros a los precios". Porque el necesario sacrificio del trabajador debe traducirse en una bajada global de precios que estimule el consumo interno y las exportaciones.
Y mientras estemos en ello no deberíamos olvidar que hoy, mañana y pasado también estaremos pagando las pérdidas en las que ha incurrido una banca codiciosa e irresponsable y el frívolo derroche de una clase política corrupta -por acción u omisión- a la que nosotros permitimos disponer de este país y sus recursos públicos como si fuera su cortijo al amparo de una partidocracia que, como sonaba muy parecido a democracia, nos dio el pego.
Hace la friolera de 2.400 años, Platón ya advirtió que "la honestidad de un sistema político depende del nivel de exigencia de sus ciudadanos". Y ésa es, desgraciadamente, una asignatura que como país también tenemos pendiente y por la que nosotros, y sobre todo nuestra juventud, estamos ahora pagando. Para ello, es imperativo desarrollar una Ley de Transparencia con dientes e incorporar un Consejo Fiscal independiente que, como propone el FMI, evalúe la sostenibilidad de los presupuestos tanto del Estado central como de las Administraciones locales con indicadores públicos de su seguimiento.