
Entre el 70 y el 80% de los griegos quieren permanecer en la zona euro, según las encuentas.
Dos años han pasado desde que explotó la crisis de la deuda soberana griega. Lo que empezó como una crisis presupuestaria se transformó en una general y de múltiples caras: un hundimiento económico, social y político que podría devastar el futuro del país.
En Europa, la crisis de deuda de un país afecta a toda la zona euro, y ahora mismo otros cuatro países miembros -entre ellos dos grandes- están intentando abordar graves desequilibrios presupuestarios, así como tensiones en el mercado financiero. De hecho, la eurozona en su totalidad está sufriendo los efectos -directos e indirectos- de estos acontecimientos, tanto en su sistema financiero como en su economía real.
Así, durante el transcurso de dos años la crisis de deuda griega se transformó y se extendió. Se convirtió en uno de los factores -en realidad el principal- de un problema complejo y creciente ahora comúnmente conocido como la crisis del euro.
Es evidente que el principal desafío político que debe asumirse, y superarse, para vencer una crisis así, tanto en Grecia como en la eurozona, consiste en definir y desarrollar una estrategia de dos puntos que combine las medidas y reformas necesarias para alcanzar la sostenibilidad presupuestaria, recuperar la competitividad y proteger la estabilidad financiera, con políticas y reformas con un efecto inmediato y real en la actividad económica y el empleo. En Europa cada vez hay más consenso sobre la idea de que éste es el enfoque adecuado. La cuestión es saber si esto puede suceder y cuándo.
Me gustaría centrarme en el caso de Grecia, pero algunos aspectos de la estrategia implican iniciativas a nivel europeo. La opinión según la cual la austeridad y las políticas de estabilidad compensan en cierto modo las de crecimiento está completamente equivocada. Obviamente esto no es así a largo plazo, dado que la estabilidad es una condición para el crecimiento a lo largo del tiempo.
También es tan cierto como previsible que un programa de adaptación económica -orientado a reducir el déficit público, garantizar la sostenibilidad de la deuda e introducir reformas para mejorar el sistema laboral y el de jubilación-, siendo realistas, tendrá un coste a corto plazo.
Y, asimismo, es razonable creer que restringirá los salarios y el empleo durante un corto espacio de tiempo, al menos hasta que se hagan realidad los beneficios para la estabilidad y el crecimiento. Los sacrificios a corto plazo podrían ser necesarios -inevitables, incluso- dependiendo del tamaño de los desequilibrios presupuestarios de partida y de la debilidad estructural. Su objetivo es cosechar las ventajas a largo plazo de un crecimiento más fuerte y beneficioso.
En el caso de Grecia, sin embargo, la gravedad y la duración de la recesión también se deben a otros factores. Primero de todo, los retrasos y la ineficacia con la que se aplicó el primer programa anticrisis, ya que las reformas que incluía podrían haber ayudado a estimular la actividad económica y a desactivar en parte el efecto de las iniciativas de consolidación presupuestaria.
En segundo lugar, la crisis de liquidez que vino a continuación. No ocurrió sólo porque las instituciones financieras griegas no tuvieran acceso al capital después de la rebaja de la calificación de la deuda del país, sino también por la hemorragia de capital causada por 1) la falta de confianza en las perspectivas económicas del país y 2) el miedo en la opinión pública a que Grecia saliera de la eurozona. Los rumores y la absurda campaña de los medios sobre esta posibilidad, tanto a nivel doméstico como internacional, tuvieron un papel fundamental en avivar el miedo generalizado y en disparar la retirada masiva de depósitos.
Incluso aunque el BCE aportó considerable financiación para compensar la caída de la liquidez de los bancos griegos, la escasa disponibilidad de crédito para el sector privado (también debido a que el valor de las garantías para la refinanciación del BCE había bajado) fue un elemento clave en la recesión económica.
Todos estos factores subrayan la importancia fundamental de la confianza y el hecho de que, en una unión monetaria, las condiciones financieras de los Estados miembros pueden separarse drásticamente de la posición de la moneda común, que en los últimos años ha sido muy cómoda.
De todo lo que se ha dicho hasta ahora podemos dar por sentado que una estrategia política destinada a superar la crisis debería estar basada en tres pilares fundamentales:
1) Un programa económico centrado en políticas fiscales orientadas a la consolidación y reformas de los mercados cuyo objetivo sea la sostenibilidad de la deuda y una mejora sustancial de la evolución del crecimiento a largo plazo.
2) Medidas que reactiven el capital y la liquidez de la banca nacional, al tiempo que desvinculan el sistema bancario y la financiación del sector privado de las restricciones provocadas por la crisis de deuda soberana.
3) Acciones políticas que ayuden a estimular la actividad económica y a reducir el desempleo a corto plazo.
Para concluir, me gustaría hacer hincapié en dos hechos alentadores: el primero es que la inmensa mayoría de la población griega se da cuenta perfectamente de hasta qué punto podrían ser devastadoras las consecuencias de una salida de la zona euro. Es por eso por lo que, según numerosas encuestas recientes, entre el 70 y el 80 por ciento de los griegos quieren permanecer en ella. En otras palabras, sí que entienden y aprecian las ventajas a largo plazo de una moneda fiable en términos de estabilidad y, finalmente, prosperidad.
En este punto la cuestión es si apoyarán un proceso de adaptación y reformas económicas -vital si quieren seguir siendo de manera coherente una parte de la eurozona- que con el tiempo conferirá crecimiento constante y sostenido o si, por el contrario, considerarán que los costes de dicha adaptación serán demasiado altos a corto plazo en comparación con los lejanos e inciertos beneficios, prometidos o previstos en el largo plazo.
Espero que el Gobierno nacido de las próximas elecciones trabaje mano a mano con nuestros socios europeos de una manera constructiva para hacer más palpables las ventajas futuras. También desearía que los griegos no bajaran la guardia y, en cambio, siguieran en el camino de las reformas, que con seguridad llevarán a una sólida recuperación económica y a un crecimiento fuerte.
Finalmente, quiero subrayar la importancia de una acción convincente y resolutiva a nivel europeo con el fin de solucionar la crisis del euro. Una crisis así no se solucionará hasta que 1) se tomen iniciativas específicas, comunes y valientes para estimular el crecimiento aquí y ahora, y 2) se aprueben medidas que también afronten y resuelvan problemas sistémicos de los mercados mediante una intensa consolidación y fortalecimiento del eje de la unión monetaria y económica europea.
Me gustaría que el creciente acuerdo sobre estos puntos pudiera llevar a un consenso real en un futuro próximo y también a la integración de los mercados financieros y al control de las instituciones financieras. En caso contrario, la solución de la crisis en la eurozona seguirá siendo un objetivo político escurridizo. Las autoridades y los reguladores europeos no deberían dejar que esto sucediera.