
Si Grecia se marcha y España se estanca habrá un problema colectivo que deberá liderar Alemania.
En vez de pensar en hacerles un feo a sus amigos, Gran Bretaña debería centrarse en reconstruir la economía europea si Atenas abandona el euro. ¿Es que nuestro Gobierno nunca va a parar de hacernos quedar mal? Justo después del discurso de David Cameron a los líderes europeos y el presidente del Banco Central Europeo sobre cómo salvar el euro y fomentar el crecimiento (bastante osado viniendo de un país en recesión), ahora Theresa May dice que está trabajando en unos "planes de contingencia" para impedir que una avalancha de griegos saque su dinero de los bancos y se lo lleve a Londres cuando su país salga del euro.
No lo dijo exactamente así, pero sonaba casi tan ridículo. May aseguró que "estaban trabajando" sobre la posibilidad de imponer controles de inmigración de emergencia en el caso de que demasiados griegos (o irlandeses, portugueses, españoles, italianos?) dieran señales de querer venir a trabajar a Gran Bretaña.
Es una noticia alarmista porque transmite la impresión de que esos países, amigos y aliados nuestros, fueran a convertirse en cualquier momento en el origen de una marea de refugiados, cuando no hay señal alguna de que vaya a pasar. Claro que viniendo de alguien que en los últimos 18 meses se ha esforzado por convertir el aeropuerto de Heathrow en un centro de procesamiento descarnado de refugiados, no debería sorprender a nadie.
Lo peor es que la idea perjudica a nuestra reputación y a nuestros intereses. Estamos diciendo que si nuestros amigos y aliados tuvieran problemas, les daríamos con la puerta en las narices. Y también suponemos, con arrogancia, que Londres es el único sitio, o el primero, al que los ciudadanos de la UE querrán mudarse, en lugar de París o Berlín. Y que no tenemos ninguna intención de colaborar con ellos para solucionar el problema.
Por último, implica sorprendentemente que el Gobierno conservador de un país "abierto para los negocios" preferiría no tener que acoger a una multitud de personas en su mayoría bien formadas y en muchos casos con dinero propio. Resume la brillantez de la política tory antes y después de la atrocidad de la Plaza de Tiananmén en 1989, con la que se quiso persuadir a los ciudadanos más emprendedores del mundo, los habitantes de Hong Kong, de quedarse quietecitos o marcharse con su dinero a Canadá? o a cualquier parte menos a Gran Bretaña.
Desde luego, esta primavera está siendo complicada para todos mientras esperamos a ver cómo votan los irlandeses en el referendo sobre el tratado fiscal de la Unión Europea (sin Gran Bretaña ni la República Checa), los franceses en las elecciones al Parlamento del 10 de junio y, sobre todo, los griegos en la repetición de los comicios del 17 de junio. Que el Gobierno español haya tenido que hacer la semana pasada por uno de sus bancos lo que Gran Bretaña hizo con Northern Rock, Royal Bank of Scotland y Lloyds en 2008 ha sido desconcertante, aunque fuera de esperar cierto sentimiento de compañerismo.
Los tiempos difíciles exigen planes de contingencia. Pero desde Gran Bretaña esa planificación debería demostrar no sólo nuestros supuestos valores de apertura, acogida y cosmopolitismo, sino también nuestro deseo tradicional de asegurarnos de que las broncas en el continente no se vuelvan peligrosas e inestables. Tanto el discurso de Cameron como las declaraciones de May consiguieron precisamente lo contrario, justo cuando su Gobierno nos dice sin cesar y con mucha petulancia que el mundo tiene la mirada puesta en nosotros.
Pues no, el mundo está mirando a Grecia mientras echa un vistazo preocupado de reojo a otras partes del Mediterráneo. Parece que Alemania se prepara para una negociación rápida con el nuevo Gobierno griego si está dirigido por el partido rebelde Syriza, en cuyo caso Grecia decidirá marcharse del euro. Deberíamos esperar y aconsejar que las negociaciones duren unos diez minutos la noche después de que se forme el nuevo Gobierno.
Lo digo porque Der Spiegel ha publicado que el nuevo plan del Ejecutivo alemán para Grecia consiste en proponer que se la trate como a Alemania del Este tras la unificación en 1990, aunque sin un montón de dinero de los contribuyentes occidentales. La lección alemana vendrá en forma de una agencia externa, presumiblemente de la UE, establecida para asumir el programa de privatización en que los griegos se han estancado hasta el momento. Parece diseñado para ser un mal arranque. Un Gobierno que llegue al poder exigiendo que los griegos asuman el control de su destino no va a entregar la privatización de los activos estatales a extranjeros, ni siquiera a cambio de cierta facilitación de las condiciones del rescate. Si es verdad, el propósito del plan es que Alemania parezca justa pero dura y que al final Grecia haga lo que todo el mundo espera: irse del euro.
El plan de contingencia más importante tiene que ver con lo que pase después. Cameron le ha dicho al presidente del BCE, Mario Draghi, que debería inundar la eurozona con dinero, precisamente lo que el Banco de Inglaterra no está haciendo en estos momentos con nuestra economía estancada por una tasa de inflación obstinadamente alta. Si (sólo si) Grecia se acaba marchando, la recomendación será acertada, y lo más probable es que Draghi lo haga de todos modos.
Entonces, cobrarán importancia otros dos factores. Uno es garantizar que ni los bancos españoles ni los de cualquier otro sitio se hundan en el caso de que la recesión de la eurozona empeore, como es probable que suceda. Si Grecia se marcha y el Gobierno español no puede permitírselo por sí solo, será un problema colectivo que Alemania debería estar dispuesta a resolver, tal vez con alguna clase de participación en títulos colectivos de la Unión Europea en bancos españoles.
El segundo es el lanzamiento, nada más marcharse Grecia, de un programa plausible y no solamente simbólico que reactive las economías deprimidas de Europa. Es necesario de por sí, evidentemente, aunque también porque, de lo contrario, a los mercados financieros no les quedaría más remedio que contabilizar (y después pronunciar) la muerte si los ingresos fiscales disminuyen sin piedad.
Un programa de estas características necesitará una pizca del italiano Mario Monti (un gran impulso para liberalizar los mercados de servicios, que suponen el 65-75 por ciento del total de las economías de la Unión Europea, y motivar la inversión empresarial, como propuso en febrero en una carta a los Ejecutivos de la UE, también firmada por Cameron) y otra del francés François Hollande, en forma de programas cofinanciados de infraestructuras, tanto digitales como físicos.
Desde luego, si Cameron fuera lo bastante sensato como para apoyar las dos opciones, participar en una recapitalización bancaria (¿no es Londres el centro financiero de Europa?) y suplementar los planes de obras públicas de la eurozona con un empuje de la inversión de capital también en Gran Bretaña, hasta podría conseguir dar una imagen de país constructivo, bueno y competente. Aunque sólo sea por una vez.