
Tras la primera vuelta de las presidenciales del domingo, los sociólogos políticos franceses presagian que, salvo imponderables catastróficos, François Hollande ganará la segunda con un porcentaje entre el 53 y el 56 por ciento. En efecto, el líder socialista atraerá todo el voto de la izquierda y la mayor parte del centro, en tanto Sarkozy sólo arrastrará una parte de la extrema derecha de Le Pen, que, con el 18 por ciento de los sufragios y la tercera plaza en las elecciones, ha obtenido un éxito perturbador por múltiples motivos.
Un precedente revelador sugiere bien expresivamente lo que para Europa y para España puede significar la llegada a la presidencia de Francia del socialdemócrata Hollande: cuando el socialista Lionel Jospin ganó las legislativas francesas en 1997, con el conservador Chirac en la presidencia de la República desde 1995 (comenzaba la célebre cohabitación), se estaba elaborando el Pacto de Estabilidad, una de las fases preparatorias de la moneda única lanzada en Maastricht (1992) y acordada en el Tratado de la Unión Europea de 1993. Pues bien: tras el cambio francés, el Pacto de Estabilidad pasó a llamarse Pacto de Estabilidad y Crecimiento.
Este hecho es bien indicativo de lo que sucederá si se cumplen los pronósticos y se consuma la victoria de Hollande, a pocos meses de la aprobación del Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria, de 2 de marzo de 2012, firmado por 25 de los 27 miembros de la UE y a falta de ratificación todavía (el tratado entrará en vigor en 2013 si para entonces lo han ratificado al menos doce países del Eurogrupo).
Hollande ya ha anunciado que no está en contra del criterio de estabilidad impulsado por Alemania, aunque no cree que sea necesario alcanzarla con la urgencia fundamentalista que exige Merkel, ni que haya que dar absoluta primacía a este objetivo sobre el de la recuperación económica de la propia Unión, y en especial de los países del sur que padecen la mayor recesión.
Hollande no es, evidentemente, un peligroso heterodoxo por defender estas ideas. Sin ir más lejos, este fin de semana el FMI ha propuesto algo parecido: un comunicado del Comité Financiero y Monetario del FMI que preside Tharman Shanmugaratnam ha señalado que "alcanzar una consolidación fiscal creíble" exige "más acciones" por parte de "muchos países" de la vanguardia económica. Éstos, sin embargo, deben "evitar medidas excesivamente contractivas", para no dañar la "fragilidad" de la recuperación que están experimentando. En definitiva, y sin rodeos, el FMI urge a equilibrar la austeridad con incentivos al crecimiento económico.
Es digno de resaltar, además, que ha bastado con que Hollande proclamase este discurso para que el propio Sarkozy cambiase el suyo: el todavía presidente de Francia ya postula que el BCE se convierta en prestamista de última instancia y que financie el crecimiento. "No es posible que el BCE no participe en el apoyo al crecimiento como todos los bancos centrales en el mundo" -declaró Sarkozy la pasada semana a la emisora France Inter, en lo que habrá sonado a herejía en los oídos de Merkel-. En otras palabras, el germen del centro-izquierda francés está ablandando la rigidez alemana de forma probablemente irreversible.
En este sentido, es claro que la flexibilización en puertas beneficia a España. Porque, además, el mencionado Tratado de Estabilidad, que dota al Eurogrupo de una gobernanza clara y operativa, facilita el camino de los eurobonos, que resolvería el problema de la deuda pública, y abre paso a una ralentización de la convergencia: Hollande ya ha anunciado que Francia pondrá en marcha un programa de estabilidad plurianual con el que alcanzará el déficit cero en 2017.
Alemania va a las urnas en otoño del año que viene, y es evidente que Merkel sentirá en el cogote la respiración del socialdemócrata SPD, que acudirá a las elecciones con un programa semejante al de Hollande. Lo cual obligará a los conservadores de la CDU-CSU a flexibilizar su posición, que también lesiona los intereses alemanes. El gran país centroeuropeo, con un potente sector exterior, sale perjudicado de la depauperación y la atonía de sus principales clientes. Todo lo cual sugiere que estamos en puertas de un cambio relevante que facilitará las cosas al atribulado Gobierno de Mariano Rajoy.