Según las leyes de la termodinámica, es prácticamente imposible que todas las moléculas de aire de una habitación, de repente, se dirijan a una esquina. Esto no sucede así con los mercados financieros.
A diferencia de las moléculas del aire, los inversores siguen la dirección de otros inversores de manera racional. Saben que si hay una estampida para escapar de los bonos griegos o españoles, el último que se quede con esos activos no va a lograr precisamente una satisfacción.
Por ello, los mercados financieros están sujetos a las ondas del movimiento, igual que si una habitación cerrada generara de repente un vendaval al ir las moléculas de un lugar a otro al unísono. Estas corrientes podrían ser la amplificación de preocupaciones subyacentes de la economía (curiosamente conocidas como fundamentos) o el resultado del pánico autoinducido, o de una campaña de rumores malintencionados para remover los mercados y sacar beneficio de la manipulación de los precios de los bonos.
El trabajo de los bancos centrales y de los Gobiernos es calmar ese aire. Si los inversores asustados están escapando de la deuda soberana o bancaria, el banco central tiene que dar un paso adelante y decir: "No tengáis miedo". Comprando los valores que otros desechan en el mercado, el banco central estabiliza el mercado y da un toque de atención para que los especuladores no adopten posiciones basadas en el miedo, que no les van a traer beneficios. El trabajo más importante de la autoridad monetaria es mantener la mantener la cabeza fría cuando los demás están perdiendo la suya.
Durante meses, hasta el domingo, el Banco Central Europeo parecía ajeno a esta tarea fundamental con respecto a las deudas soberanas de los miembros de la eurozona. En vez de actuar como un agente estabilizador del mercado y demostrar que la eurozona no se puede derrumbar debido al pánico, el BCE insistió en que su trabajo no consistía en contener el miedo del mercado.
En nombre de la independencia de los bancos centrales y la lucha contra la inflación, se negó a comprar deuda soberana desechada por otros en el mercado. Esta obsesión ha durado hasta el pasado fin de semana. El domingo, el BCE por fin comprendió el fracaso de su planteamiento y declaró que iba a intervenir para estabilizar los mercados de deuda soberana de la eurozona.
Los bancos centrales pueden estabilizar los mercados que son presa del pánico, pero los Gobiernos y tesoros públicos juegan un papel más importante: garantizar la fe absoluta y la credibilidad de la nación. Hace poco, el Gobierno griego lo hizo de manera valiente y audaz diciendo alto y claro que, a pesar de haber acumulado una montaña de deuda durante una década de despilfarro, hasta 2008, se van a apretar el cinturón y van a pagar sus deudas, siempre que se les dé tiempo.
Tras Grecia pueden venir más
En esta época tan cínica, casi nadie aplaudió este acto de valentía de Grecia, y eso que toda la eurozona se va a beneficiar a largo plazo de sus honorables medidas (hay temporadas, después de una guerra, hiperinflación, revoluciones, pobreza extrema, agitaciones sociales o el final de una ocupación militar, en las que hay que condonar deudas pasadas; ninguna de estas situaciones están presentes en la eurozona hoy en día). La verdad es que mientras que Atenas ha dado un paso adelante y ha evitado la quiebra, sus aliados más potentes en la zona euro no han prestado gran ayuda.
Piensen cuántas veces se ha discutido sobre la quiebra de Grecia en estos últimos meses entre gente que debería mostrar más inteligencia, incluyendo los máximos responsables económicos de Alemania. Ahí estaba Grecia, luchando por garantizar su fe absoluta y credibilidad, mientras que sus socios de la eurozona retrasaban las ayudas y debatían como si nada la posibilidad de la quiebra.
El mes pasado, Alemania, Francia y otros Gobiernos de la eurozona dieron marcha atrás, ya al borde del derrumbamiento que ellos mismos habían creado. Pero el plan de rescate todavía se tiene que implementar y los rumores tan dañinos sobre la quiebra continúan, no en cuanto a Grecia, sino que ahora les toca a España, Italia y otros.
Mientras que a Europa se le puede criticar su titubeo y falta de acción para salvar el euro ante el miedo de los mercados y la especula- ción desestabilizadora, el espectáculo al otro lado del Atlántico ha sido más sorprendente todavía.
Teatro político de EEUU
Estados Unidos se ha metido no uno, sino varios goles en propia puerta en estas últimas semanas, culminando con la degradación de su deuda por parte de S&P, al plantearse de manera presuntuosa y absurda la posibilidad de una quiebra voluntaria. Para colmo, todo esto ha sucedido en una época en la que el Gobierno estadounidense no tenía ningún problema para colocar su deuda. Es un caso de temeridad política en su máxima expresión.
La crisis de Washington es el resultado de una irresponsabilidad flagrante de su clase política. En el núcleo de esta crisis se encuentra la determinación, tanto de republicanos como de demócratas, de favorecer a los ricos con recortes fiscales y otros obsequios, principalmente para devolver el favor de las donaciones para la campaña electoral (pero también para servir a sus propios intereses, ya que tanto el Congreso como la Casa Blanca están dominados por gente rica). Si piensan que exagero, tengan en cuenta qué fue lo primero que hizo el presidente Obama después de suscribir el deprimente pacto de la deuda de la semana pasada: una cena de campaña de 35.800 dólares el plato, una demostración de opulencia vulgar típica de la Edad Dorada que se acepta como normal en la corrupta democracia de Estados Unidos.
El resultado es un déficit enorme y crónico, y un interminable teatro político para ver cómo se puede solucionar esta situación, en el que ambos partidos dejan fuera los impuestos (y los recortes en defensa).
Lo demás es pasto para los medios de comunicación, muchas poses, amenazas recurrentes de llevar a EEUU a la quiebra, llegando a un pacto que representa el gobierno de los ricos, para los ricos, y los demás que se fastidien, seguido de una degradación de la deuda.
No se encuentra, por parte de demócratas o republicanos, atisbo alguno de que estuvieran representando los valores de sus votantes en la reciente negociación. La mayoría de los votantes lo tenían claro en todas las encuestas: aumentar los impuestos a los ricos, poner fin a las guerras y proteger el gasto público. El hecho de haber obtenido casi lo contrario en el pacto sobre el techo de deuda es el reflejo de un sistema político infestado de dinero que es menos democrático que en cualquier otro momento del siglo pasado.
El resultado de esta mezcla desastrosa de poderes políticos sería algo inimaginable en Estados Unidos desde la Guerra de Secesión, y podría decirse que desde que Alexander Hamilton se convirtiera en el primer secretario del Tesoro de EEUU. Los líderes políticos han hablado abiertamente de la quiebra. Es cierto que estaban jugando a ver quién era el más chulo, pero este tipo de juegos a menudo acaba de manera desastrosa. Aun habiendo aprobado el pacto sobre el techo de gasto, la reputación de Estados Unidos queda marcada.
Ese halo de autoridad gubernamental que va asociado a la palabra del político se ha disipado tanto en Estados Unidos como en Europa. Y cuando se pierde la confianza, resulta muy difícil recuperarla. Se podría decir que la base de la crisis transatlántica actual no es más que una pérdida de confianza. Vivimos tiempos sin honor en los que nuestros políticos tratan la fe absoluta y la credibilidad como un eslogan del pasado, y no como un credo según el cual hay que vivir. La palabra credibilidad viene del latín, creer. La fe en nuestras instituciones más importantes se ha debilitado enormemente en las últimas semanas.
Jeffrey Sachs, profesor de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia (EEUU) y director del proyecto Milenio de Naciones Unidas. ©The Times.