Seguramente, el Ejecutivo adoptará nuevas reformas y más ajustes en aplicación del pacto". Con estas palabras, remataba Zapatero, el pasado 11 de marzo, el acuerdo del Consejo Europeo extraordinario.
Era el preludio del Consejo Europeo del 24 y 25 del mismo mes, donde se aprobó un ineficaz Pacto por el Euro: pretendidas medidas de estabilidad, saneamiento y reformas que, visto lo acontecido días después con Portugal y la persistencia de los desequilibrios y dificultades en Irlanda y Grecia (pese a las rebajas de tipos y alargamiento de plazos sobre los préstamos-ayudas), los políticos son remisos a adoptar o soportar.
Después de tal anuncio y las continuas noticias posteriores de que el Gobierno prepara nuevos ajustes, ¿alguien duda aún de que nos esperan nuevas subidas de impuestos, aunque su forma, cuantía y momento traten de minimizar su repercusión electoral?
Pronto nos bombardearán con el mensaje de que los españoles pagamos pocos o bajos impuestos. Pero además de los directos, indirectos o especiales, considerada toda carga o desembolso forzado de un modo u otro por la acción de la Administración Pública (incluidos aranceles, contribuciones, tasas, arbitrios, multas, tarifas, cotizaciones diversas, etc.), ¿sabe cuánto paga de impuestos?
Sus impuestos
Aunque la respuesta exacta varíe según las circunstancias personales de cada uno, un cálculo aproximado seguro que rondará el 33 o el 40% de sus ganancias o ingresos -puede que más- y, en todo caso, concluirá que mucho. Ello sin contar la inflación, que también actúa como otro impuesto directo sobre las tenencias de dinero, además de como un aumento indirecto -mediante la no deflación de tipos, bases imponibles o cuantías deducibles- de los impuestos que ya pagamos.
Pues bien, aunque le cuenten que pagamos pocos impuestos -o su variante de que pagamos mucho porque otros se escapan o evaden-, su percepción es correcta: abonamos impuestos muy altos; de los más altos de Europa. Y lo que es peor, lo hacemos de forma muy injusta, pues fundamentalmente soportan la fiscalidad las rentas del trabajo dependiente (asalariados) o aquellos ingresos que no tienen forma de eludir la inspección y, además, los destinos de gasto que se dan a esos ingresos no son muchas veces transparentes, eficientes, adecuados o razonables.
Aún peor. Dado que los españoles declaramos ganar relativamente poco -según datos aportados por Hacienda del ejercicio 2007, el 96% de las declaraciones por IRPF corresponde a contribuyentes que ganan entre 0 y 60.000 euros brutos (unos 2.700 euros netos en 14 pagas mensuales máximo)-, el mayor esfuerzo o porcentaje de ingresos que extrae el Estado por IRPF proviene de los tramos de renta comprendidos entre 19.500 a 45.000 euros y, de éstos, los situados entre 30.000 y 36.000 son los que más aportan en porcentaje a la recaudación del IRPF.
Parece obvio que nuestro injusto sistema fiscal precisa una reforma en el doble sentido de aminorar todas las cargas a los ciudadanos y de simplificar su tramitación y sus figuras, eliminando aquellas que actúan en cascada, como los tributos por sucesiones o transmisiones, y buscando siempre evitar o minimizar la destrucción de incentivos -que todo impuesto tiene- a producir, emprender, crear, trabajar, inventar, emplear, contratar, intercambiar o comerciar. Cuantías y complejidades que, además, están asociadas a la evasión fiscal.
Gastos y más gastos...
Los políticos argumentan que durante la crisis nuestra presión fiscal ha bajado (del 37,08 al 34,7%), por debajo de la media europea (del 40%). Pero es evidente que, en términos de esfuerzo, un determinado porcentaje de impuestos, por ejemplo el 40%, no resulta lo mismo para un alemán que para un español, ni para una renta alta que para una baja.
Con todo, la OCDE ha publicado que Hacienda se apropió en 2010 del 39,6 por ciento del sueldo real bruto de los trabajadores españoles (sólo incluye la tributación por IRPF y las cotizaciones sociales) frente al 38,2% de 2009, lo que supone la segunda mayor subida de impuestos directos salariales de toda la OCDE, cuya media fue del 34,9%o.
Si a eso añadimos los impuestos indirectos (también ha subido el IVA), el contribuyente español entrega al Estado de media el 47% de su renta bruta anual, casi la mitad de lo que gana, y dispone del 53% restante. ¿De todo? No, si consideramos que han subido los impuestos especiales (alcohol, tabaco, carburantes) o sobre el ahorro (plusvalías), por no hablar de impuestos de ámbito autonómico o local (IBI, céntimo sanitario, Residuos Urbanos y otros muchos asociados a lo ecológico, la construcción o la mera actividad económica), cuyas figuras han aumentado exageradamente estos años.
Y la evolución comparativa del Impuesto de Sociedades nos deja en uno de los puestos más altos de la UE, con un tipo del 30%, cuando el promedio de la zona euro es del 25,7 por ciento.
Los políticos podrán quejarse de que recaudan poco (por cierto, nunca dicen de verdad para qué, disfrazándolo de beneficios para los ciudadanos), y puede ser cierto por la crisis, pero eso no significa que los impuestos, que no han parado de subir en los últimos ocho años, sean bajos.
Y la próxima vez que le prometan algo en campaña, calcule no sólo cuánto le va a costar, sino hasta qué punto políticos y burócratas se benefician de manejar tantos fondos como nos usurpan, muchas veces de forma opaca y espuria, porque se dedican a ofrecer no lo que es propio del Estado, sino lo que otros ya hacen eficientemente.
Fernando Méndez Ibisate, profesor de Economía de la UCM.