Opinión

Yo también estoy indignado

Que Zapatero no entiende de economía es más que obvio. Recuerdo las primeras navidades que pasó en Moncloa, en las que le pregunté: "Presidente, ¿cómo ve la economía?".

-"De eso no quiero ni opinar. Es algo que detesto y de lo que tengo que hablar todos los días", contestó.

Pero de ahí a ponerse ante las cámaras de televisión, como hizo ayer, y señalar que los mercados y la oposición exageran porque España está cumpliendo con sus compromisos, va una diferencia. Eso es querer negar lo obvio y abocar al país al desastre más absoluto. En las últimas semanas, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, solicitó a España una subida de impuestos y una reforma laboral seria. Esta semana, ha sido el Fondo Monetario Internacional (FMI), de manera más fina, el que ha vuelto a insistir en que son necesarios cambios urgentes en el mercado laboral y en el marco fiscal.

Y luego está la voz de los mercados. La Bolsa de Madrid ha perdido en sólo dos días casi el 5 por ciento. Una calamidad sin parangón. ¿Cuál es la respuesta del Gobierno?

En primer lugar, aprueba una reforma de los convenios colectivos inservible y carente de progresos. Y luego, por si fuera poco, presenta un techo de gasto presupuestario para el próximo ejercicio que reduce éste sólo en el 3,8 por ciento. Todos los organismos internacionales (véase el informe del FMI de esta semana) ponen en duda que España pueda lograr el objetivo de reducir el déficit al 4,4 por ciento en 2012. Pero la vicepresidenta segunda, Elena Salgado, sostiene que "los ingresos van mejor porque la economía ha vuelto a la senda del crecimiento" y sólo es necesario reducir el gasto la mitad que el ejercicio anterior. ¿A qué crecimiento se refiere?

Salgado tenía un plan B, un recorte de en torno al 10 por ciento que a última hora se cayó del guión, como ha ocurrido otras veces. En estas circunstancias, que a nadie le extrañe que la bolsa española fuera la única de Europa que se mantuvo ayer en números rojos y la prima de riesgo escalara a un máximo histórico.

Vista la actuación del Gobierno en la reforma de los convenios colectivos y en el techo de gasto, así como su insistencia en señalar que no son necesarias más subidas de impuestos, la conclusión es que han decidido cruzarse de brazos hasta las elecciones. Ello abonaría la tesis de que el candidato Rubalcaba piensa adelantar los comicios al próximo noviembre. Si no es así, abróchense los cinturones. Ya les aseguro que la economía española no aguanta hasta la primavera sin una intervención similar a la de Grecia o Portugal.

Ya pasamos por estas circunstancias en otoño pasado, cuando estuvimos a punto de caer en manos del FMI, como reconoció esta semana el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, pese a que en aquel momento negó la portada de elEconomista.

El problema está en los políticos, que sólo miran por sus intereses. No están a la altura necesaria. El movimiento de indignación que recorre las capitales del sur de Europa tiene una sólida base de credibilidad. En nuestro país, Zapatero y Rubalcaba se fuman un puro, aun a costa de ver al país hundirse, con tal de dejar una herencia envenenada a Mariano Rajoy. En Grecia, el partido de la oposición de Antonis Samaras rechaza los ajustes de Papandreu, abocando a los griegos al caos, pese a su tradición conservadora y liberal.

Ya ocurrió en Portugal, donde la falta de apoyo del su actual gobernante, Pedro Passos Coelho, obligó al ex primer ministro José Sócrates a convocar elecciones an- ticipadas y provocó la intervención. Coelho se encarga ahora de pilotar las reformas que dicta Bruselas.

Lo parodójico del asunto es que Zapatero llamara ayer a la responsabilidad al líder opositor griego, cuando actúa por los mismos criterios electorales en contra de los españoles. Aunque claro, vean el respaldo que nuestro flamante líder de la oposición, Mariano Rajoy, da al programa de izquierdas de su candidato extremeño, José Antonio Monago, con tal de gobernar. El plan incluye el cierre de las centrales nucleares de Almaraz, después del bochinche que armó porque Zapatero quería clausurar la de Santa María de Garoña, en Burgos.

La consigna es vender España. El presidente del BBVA, Francisco González, se fue a México a anunciar un plan de expansión en ese país, mientras aquí pierde cuota. El tiempo se acaba, los mercados suelen tener un instinto asesino, como lo han mostrado esta semana, y nuestros políticos siguen a lo suyo. Creo que todos debemos estar indignados con estos gobernantes.

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