La volatilidad pasa factura. El alto grado de incertidumbre ha llevado a muchos gestores de los grandes patrimonios a triplicar su inversión en depósitos hasta dejarlo en unos 14 euros por cada 100 que tienen en sus carteras.
Una proporción impensable para los inversores más sofisticados, acostumbrados a buscar unas rentabilidades más elevadas. Sin embargo, la guerra del depósito ofrece unos tipos dopados, muy por encima -hasta tres veces- del interés que da el propio BCE.
Y al mismo tiempo se alejan de una deuda sometida a los castigos del mercado. Semejante tendencia subraya la escasez de productos en los que invertir en estos momentos. Pero tal situación puede empezar a cambiar. El dinero no siempre va a cubrirse tanto.
En primer lugar, la guerra del depósito ya no encuentra fuerzas con las que seguir. Su financiación a largo resulta insostenible. Así que las entidades van a pedir mayores plazos para mantenerlo. Por otro lado, el escenario fuera ya repunta. Pese a algunos datos malos de empleo en EEUU, la economía da síntomas de vida y los mercados deben anticipar esto.
Cierto es que aún hay que encauzar la situación de Grecia y que en España contamos con un Gobierno casi descabezado, pero en el exterior la bolsa debería dar alegrías, tiradas por el empuje emergente. Pese a que hemos asistido a terremotos, revueltas, alzas en las materias primas, dudas sobre el crecimiento y tensiones soberanas, ningún gran índice sufre ahora números rojos.
Así que una vez consolidados estos niveles, cada vez más expertos esperan que la vuelta del verano brinde un alza significativa.