Desde amplios sectores de la opinión pública mundial, se formula una idea según la cual Occidente está condenado a perder la hegemonía global de la que disfruta desde hace cinco siglos a favor de Asia y, en especial, de China.
Esta dinámica de declive relativo sería imparable y supondría un desplazamiento hacia el Este del poder político, económico, financiero y estratégico global. Las hipótesis sobre la irreversibilidad de los movimientos históricos tienen una larga trayectoria en el pensamiento occidental, si bien han sido refutadas por los hechos hasta el momento.
Así, en los años 30 del siglo pasado, la democracia burguesa y el capitalismo parecían sistemas condenados a desaparecer ante el empuje del fascismo y del comunismo. En los 80, el modelo japonés y el de los Tigres Asiáticos eran el futuro frente al insoslayable declinar del capitalismo liberal anglosajón. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. ¿Es inevitable la decadencia de Occidente?
De entrada, el desarrollo asiático es un triunfo de la propia civilización occidental. Con sus matices y sus rasgos específicos, con sus pasos hacia delante y hacia atrás, los avances económicos y sociales experimentados en esa área del planeta en los últimos 50 años se han debido a la asunción de los principios básicos del capitalismo, esto es, la apertura hacia el exterior, la paulatina extensión y garantía de los derechos de propiedad, el cumplimiento de los contratos, la progresiva asunción del rule of law... es decir, el conjunto de instituciones que hizo posible el crecimiento y la elevación del nivel de vida de la población en las sociedades occidentales desde la Revolución Industrial, proceso del que quedó al margen el grueso de las sociedades asiáticas durante un largo período de tiempo.
Sin la paulatina y, en muchos casos, aún precaria introducción de ese entramado institucional, es inimaginable la expansión experimentada por Asia en estas décadas. Desde esta perspectiva, el éxito asiático es el resultado de haber asumido el núcleo central del ideario de Occidente.
Condenadas a caer
La idea de que las grandes civilizaciones, como Grecia o Roma en el pasado, están condenadas a caer o, al menos, a estancarse planea como una especie de psicosis colectiva sobre grandes e influyentes sectores de Occidente. En este caso, el declive occidental se simbolizaría en el fin de la hegemonía norteamericana.
Este planteamiento fatalista se vería reforzado por la teoría formulada hace tres décadas por el economista Mancur Olson que puede formularse en los siguientes términos: en las sociedades democráticas avanzadas tienden a emerger poderosos grupos de interés, los célebres buscadores de rentas, que poseen más incentivos para repartirse la riqueza existente que para generar nueva riqueza. Esto conduce a debilitar los incentivos que hacen posible el crecimiento económico. En buena medida, ésta es la situación de Europa.
Y existe un claro riesgo de que se convierta en la de EEUU. En consecuencia, la hipotética decadencia de Occidente no procede de ninguna amenaza externa, sino del propio interior de las sociedades occidentales que han creado un entorno institucional que erosiona las bases que hacen posible mantener altos niveles de crecimiento.
Libertad y prosperidad
Ahora bien, el éxito histórico de Occidente ha sido el resultado de un conjunto de elementos que se autorrefuerzan: el pluralismo político, múltiples Estados y autoridades competitivas entre sí; el capitalismo, el más poderoso instrumento conocido para crear riqueza; la libertad de pensamiento que hace posibles los avances científicos; el rule of law, los derechos de propiedad, la ética del trabajo y el gobierno representativo.
Este marco institucional ha permitido lograr, allí donde se ha instaurado, las mayores cuotas de libertad y prosperidad registradas en la historia de la Humanidad. A pesar de su deterioro a lo largo del siglo XX, esas instituciones todavía conceden a las sociedades occidentales una ventaja competitiva sobre las nuevas potencias emergentes y, de hecho, constituyen una aspiración para las masas del mundo entero. El China way of life no parece ser un programa atractivo para los habitantes del Planeta.
Desde esta perspectiva, la principal amenaza a Occidente no procede de China ni del Islam ni de las emisiones de CO2, sino de la pérdida de fe en la civilización que heredamos de nuestros ancestros. En este contexto, es vital la evolución de EEUU.
EEUU, el último bastión
América ha sido una idea, la experiencia política, económica, cultural y social más cercana a los ideales del liberalismo clásico. Eso explica su conversión en la primera potencia mundial y la persistencia de la hegemonía occidental a pesar del paulatino abandono o erosión de los principios liberales en la Vieja Europa. Los EEUU han sido el último bastión de Occidente y, sin ellos, probablemente el mundo hubiese sucumbido ante el empuje del imperialismo soviético. En los momentos más difíciles, siempre quedaba América como una garantía, como una válvula de seguridad?
Ahora, la situación de EEUU se ha vuelto muy preocupante, y no sólo por la crisis económico-financiera iniciada en 2007 y cuyos efectos aún perduran. Con los matices que se quiera, la Administración Obama parece haber olvidado los principios que hicieron la grandeza norteamericana y ha abrazado una filosofía contraria a la legada por los Padres Fundadores. De hecho, EEUU se ha embarcado en una política similar a la que sentó las bases del declive europeo.
Si esa tendencia no se invierte, América y, con ella, Occidente sí entrarán en un período de decadencia. Pero eso no es inexorable. La sociedad norteamericana siempre ha mostrado una extraordinaria capacidad de reacción. Ésa es la esperanza.
Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.