Los líderes europeos han presentado su Pacto por el Euro como la panacea. Sin embargo, parece legítimo que algunos sospechen que el ferrari que quieren vender no es más que un seiscientos pintado de rojo y con unos alerones implantados.
Ayer, en las páginas de elEconomista, el propio Barroso afirmaba que se sientan las bases de una unión económica. No obstante, todavía dista mucho de parecerlo. Se ha prestado a Grecia e Irlanda con unos intereses tan elevados que garantizan la inviabilidad de sus cuentas. Y los portugueses son los siguientes.
El rendimiento de su deuda resulta insostenible desde finales de 2010. Su economía no ha crecido con fuerza ni siquiera en los tiempos de bonanza. Aunque sus sueldos sí que se habían disparado. Y si a eso se añade la espiral recesiva que alimentan los recortes, el cóctel ha resultado explosivo.
Ayer, el Gobierno luso del socialista Sócrates no fue capaz de reunir el consenso suficiente para aprobar un paquete de medidas que lo aleje del rescate. Acto seguido, el primer ministro presentaba su dimisión. Se abre un periodo de incertidumbre con el que no podrán hacer frente a las importantes emisiones de deuda que tiene el país en abril y junio. El salvamento se daba por hecho.
Lisboa se ha negado al sacrificio y ahora le será impuesto desde fuera. La buena noticia es que España se distancia del pelotón de los torpes.
En la situación actual, podemos devolver la deuda con unos crecimientos bajos, pero hay que tener cuidado: una recapitalización brutal del sistema financiero o unos agujeros desmesurados en las finanzas locales y autonómicas podrían recuperar la amenaza del rescate.