Dice Antonio Machado en sus apuntes sobre la guerra: "Cuando penséis en España, no olvidéis ni su historia ni su tradición, pero no creáis que la esencia española os la puede revelar el pasado. Esto es lo que suelen ignorar los historiadores. Un pueblo es siempre una empresa futura, un arco tendido hacia el mañana".
La cita me viene al pelo para explicar lo que ha ocurrido esta semana. Los sindicatos creyeron que los ciudadanos se iban a echar a la calle como ovejas mansurronas el pasado 29 de septiembre, pero se encontraron con que no. La historia se escribe día a día. Los ciudadanos la juzgaron como una huelga a destiempo y para protestar contra una política económica a la que ellos han contribuido.
El poder de convocatoria de los sindicatos quedó reducido a los sectores industriales, como si fueran organizaciones de la Revolución Industrial, en lugar de la era de Internet. Tanto Cándido Méndez como Ignacio Fernández Toxo se enrocan en que aquí no pasa nada. Ambos han convocado sendos comités para confirmar su rumbo y, lo que es aún peor, afianzarse en sus poltronas. Pero o toman nota o en unos años quedarán en sindicatos de clase, de influencia restringida.
Su afiliación cae de forma masiva, aunque ellos se niegan a reconocerlo, mientras que sube la de las organizaciones profesionales. El error de Méndez es pegar el pensamiento de UGT al de Zapatero, porque es dar un paso atrás en el tiempo y tirar por la borda la autonomía que instauró Nicolás Redondo cuando se desligó de la política de Felipe González.
Zapatero tiene ahora una oportunidad de oro para acometer las reformas que reclaman los mercados. El recorte del gasto para 2011 es inferior al prometido, como reveló elEconomista esta semana, y las cuentas de la Seguridad Social están infladas. Entre otras cosas, porque la previsión de crecimiento del 1,3 por ciento para el año que viene es increíble.
Derrotados los sindicatos, el presidente puede en este momento alargar la vida laboral y la edad de jubilación, endurecer la reforma laboral o acometer un fuerte recorte del gasto corriente sin que nadie le rechiste. Si no aprovecha esta oportunidad, los ciudadanos lo juzgarán en las urnas, como han hecho el pasado 29 con Cándido y Toxo. Y ya se sabe, cuando las barbas de tu vecino veas pelar...
Repsol, después de muchos dimes y diretes, ha logrado dar el pelotazo. Los chinos de Sinopec desembolsaron en la madrugada del viernes (mediodía en Hong Kong, donde se registró el pago) 5.200 millones por el 40 por ciento de su filial brasileña, a la que la empresa española había aportado activos por 1.000 millones. Si las matemáticas no me engañan, ello significa que la petrolera lograría, de golpe y porrazo, plusvalías de 7.000 millones por una compañía cuya nueva valoración rondaría los 13.000 millones de euros.
Antonio Brufau aguantó las presiones del presidente de Sacyr, Luis del Rivero, quien quería hace unos meses que se desprendiera de una buena parte de sus inversiones en Brasil a precio de saldo. El valor de Repsol puede duplicarse en unos años.
La gran beneficiada, no obstante, es la constructora de Del Rivero, que deja atrás todas las cortapisas sobre su futuro que ponían los analistas hasta hace sólo unas horas.
El ínclito Del Rivero, emocionado por el rumbo que pueden tomar Sacyr, parece que ahora llama el Guardiola de los negocios a Brufau. La frase tiene su coña porque, teniendo en cuenta que Del Rivero es hincha del Real Madrid, no se sabe si es que aún no acaba de depositar toda su confianza en el presidente de la petrolera o está decepcionado con Mourinho.
Amador G. Ayora, director de elEconomista.