Los sindicatos se emplearon ayer con todas sus armas para detener el país. No les quedaba más argumento para recuperar su fortaleza después de tres años perdidos durante los que no han hecho otra cosa que ir cogidos de la mano del Gobierno... hasta que los mercados y Bruselas tuvieron que detener este idilio insostenible para nuestra economía.
Entonces, las agrupaciones sindicales se quedaron vendidas por el presidente, pero también se encontraron ante la obligación de protestar y canalizar un sentimiento de frustración generalizado. La huelga se hacía inevitable. La pregunta era cómo llevarla a cabo.
Los propios sindicatos andaban temerosos de la respuesta social, así que se han esforzado en atacar los centros neurálgicos tradicionales. Para ellos era fácil tomar la industria, donde están muy organizados. En Barajas, era menos complicado para Iberia atenerse a los servicios mínimos que estar pendiente de si puede o no fletar un avión.
Sin embargo, las organizaciones sindicales fracasaron en su intento de asediar Madrid. Aunque pudieron obstaculizar los autobuses, el metro funcionó siempre al menos a un 75 por ciento de su capacidad. El tráfico era algo más reducido de lo normal porque muchos ciudadanos querían evitarse molestias. Pero en ningún momento se detuvo la vida normal de los ciudadanos.
Tiendas, restaurantes, escuelas y hospitales siguieron abiertos. Y lo más importante: estos grupos no lograron movilizar a la gente detrás de ellos. Ni siquiera a los funcionarios, un colectivo donde este asociacionismo tiene mucha fuerza. Apenas un 7 por ciento de ellos secundó la protesta.
Error de estrategia: el 29-S va a pasar factura
Los sindicatos han cometido numerosos errores tácticos y de estrategia. Convocaron una huelga de corte decimonónico que se basaba en la imposición forzosa de los paros. Pero no contaron con el sector servicios, las pymes y los autónomos
Esta huelga analógica se olvidó también de Internet, de modo que a primera hora de la mañana los medios online ya titulaban e interpretaban el resultado en contra de los intereses huelguistas.
El 29-S va a pasar factura. En su momento, los sindicatos cubrían las insuficiencias de un sistema en el que las clases populares estaban excluidas. Pero éste ya no es el caso. La sociedad es más madura de lo que estas agrupaciones han calculado. Es consciente de que sus expectativas tienen que ser rebajadas y no caen por un discurso demagógico más propio del pasado.
Justo cuando los sindicatos habían empezado a distanciarse de la política, Zapatero consiguió dar un vuelco a esta evolución. Abrazados al presidente, UGT y CCOO adquirieron una intención partidista clara. Bajo la excusa de que representaban a todos los trabajadores, rompieron el pacto social.
Jóvenes y mayores sufrieron el peso del ajuste mientras los que contaban con contratos indefinidos sabían que no serían despedidos porque resultaba caro. La historia de esta crisis habría sido otra si los sindicatos hubiesen cambiado esto al comienzo. En Holanda, los agentes sociales contribuyeron a un escaso 4 por ciento de paro porque buscan el bien común, sin enfrentamientos.
Aquí, el abrazo de Zapatero les ha dejado sin contenidos. Sólo se les percibe como aliados políticos que cargan contra la oposición y los empresarios. Ni Ejecutivo ni sindicatos querían que la huelga fracasase para poder seguir ejerciendo tal pinza.
Pero hoy se ha desmoronado la vieja ensoñación sindical de que ellos representan el interés general. En sus declaraciones sobre el seguimiento, Toxo y Méndez parecían políticos tras unas elecciones. Y como los políticos con los que se han compinchado, tampoco pensarán en dimitir. Deberían ceder el testigo a unos sindicatos modernos. Éstos han acabado enajenados por quedarse anclados en otro siglo.