Opinión

Simon Johnson: La banca estatal a escala mundial

Un estribillo habitual entre los lobbistas del sector bancario estadounidense es "no podemos quedar en desventaja frente a nuestros competidores extranjeros." La Administración Obama lo ha mantenido en gran parte a raya y lo cita en público y en privado como uno de los motivos de la oposición a la aplicación de unos topes en nuestros principales bancos y para prevenir que el Congreso incremente los requisitos de capital.

El Tesoro estadounidense, por el contrario, confía en el proceso del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea, una especie de oscura convocatoria de reguladores bancarios de varios países que posee un pobre historial en lo que se refiere a establecer unas normas suficientes y prudentes. Pero el razonamiento estadounidense oficial es que la crisis del 2007-08 fue tan traumática que ahora los homólogos europeos querrán ser más cuidadosos.

El problema de este planteamiento es que existe una diferencia fundamental y desorbitada entre la imagen que tienen los bancos en Estados Unidos y la que tienen en otros importantes países. En cierta medida, se debe a la tradición.

Estados Unidos posee un largo historial de sospechas en lo que respecta al poder político y económico de los bancos desde principios del siglo XIX, mientras que Alemania ha tendido a mantener una relación de mayor colaboración entre el Estado y los grandes bancos. También se debe a lo que pensamos que debería hacer el Gobierno, nuestro grupo probancario en el Ejecutivo es ampliamente respaldado cuando insiste en que las autoridades federales no deberían dirigir los bancos, pero Francia se muestra mucho menos reacia a mezclar los asuntos políticos con los financieros.

Esto es sumamente importante, ya que si un Gobierno respalda a sus bancos, éstos necesitarán mucho menos capital para garantizar su viabilidad. El capital es un amortiguador contra las pérdidas, representa la riqueza de los accionistas y, como tal, absorbe el daño causado por unos malos préstamos o unas desastrosas compras de títulos. Si el capital de un banco cae a cero (o incluso por debajo), se queda fuera del negocio, salvo que pueda recaudar un nuevo capital, lo que es bastante difícil que un banco fallido consiga en los mercados privados.

Pero si el Estado respalda a sus bancos, estará más dispuesto a inyectar el capital necesario. Puede que las autoridades públicas no quieran hacerlo con carácter rutinario, debido principalmente a que acentuarían los problemas de riesgo moral de la gestión de los bancos, es decir, no tendrían ningún incentivo para ser cuidadosos. También podría ser políticamente impopular ofrecerles un excesivo respaldo de esta naturaleza.

En relación a las pruebas de esfuerzo europeas, los gobiernos pertinentes dejan claro que no permitirán que fallen más veces sus grandes bancos. Veremos si este compromiso se traduce en una gobernabilidad corporativa y en unos cambios de personal más eficaces que en el caso de Estados Unidos, donde los 13 principales banqueros (y prácticamente todo el mundo en las principales instituciones financieras) fueron incondicionalmente rescatados.

De cualquier modo, el paisaje competitivo mundial está experimentado un cambio inequívoco. A pesar de todos los evidentes y enormes problemas de incentivos en la eurozona (incluidos los préstamos irresponsables a muchos niveles), el Estado no se retira de los bancos en Europa. Más bien al contrario, su implicación es cada vez mayor. En estas circunstancias, la probabilidad de que el proceso de Basilea comporte un significativo aumento de los requisitos de capital es incluso menor. Aunque las cifras de los titulares parezcan razonables, habrá tantas exenciones y excepciones, por la insistencia de Europa, que el resultado final no supondrá la colocación de unos amortiguadores más potentes frente a las pérdidas en los principales bancos mundiales.

Y ahora desembocan en el escenario mundial los bancos chinos, adorados por los mercados y respaldados por el Estado. Sin duda existe una estructura de gobernabilidad en torno a estos bancos que ha funcionado al estilo de China. Pero cuando estas entidades se globalizan, tienden a zafarse de las limitaciones nacionales que han funcionado perfectamente. Si no, recuerden lo que sucedió cuando los bancos japoneses iniciaron su globalización en los años 80 comprando lo que no está escrito.

¿Qué significado tiene para los bancos globales radicados en Estados Unidos tras el proyecto de ley de reforma financiera Dodd-Frank? Sus principales competidores extranjeros están respaldados por unos gobiernos solventes, como Alemania y China. Indiscutiblemente, esto es una forma de subvención opaca, desleal y peligrosa para esos sectores financieros. ¿Cómo podemos entonces competir?

En cierta medida hemos seguido su ejemplo, aunque las garantías de nuestro Gobierno para los bancos "demasiado grandes para quebrar" son, podría decirse, más ocultas y más peligrosas que las que vemos en Europa.

Pero, ¿en realidad deseamos llegar a esto? Cuando se ofrecen subvenciones ocultas a diversos sectores no financieros de nuestros socios comerciales, estamos remedando la Organización Mundial del Comercio. Hasta ahora, la banca no había sido vista en los mismos términos, la idea era que podríamos conseguir la convergencia suficiente a través de otros medios, entre ellos el Comité de Basilea.

Con los Estados europeos y China respaldando a sus bancos mundiales indefinidamente, este enfoque tradicional es cada vez menos atrayente. O bien ocupamos el mismo espacio bancario respaldado por el Estado (y afrontamos sus peligrosas consecuencias) o deberemos contemplar el ámbito internacional para el comercio de servicios financieros desde una nueva perspectiva.

Simon Johnson, profesor del Instituto Peterson y de la Escuela de Administración Sloan del MIT, ex economista jefe del FMI.

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