Parece que la economía global se dirige hacia una recesión seria este año. Los programas de austeridad de urgencia de algunos países ralentizarán el crecimiento. Los ajustes de inventario dejarán que las cosas sigan su curso. Las consecuencias de las políticas fiscales que roban demanda futura (como el plan Renove de EEUU, los beneficios fiscales a los compradores de viviendas o el efectivo para electrodomésticos verdes) se extinguirán. Las condiciones del mercado laboral seguirán siendo frágiles. Continuará el lento y doloroso desapalancamiento de las hojas de balance y unos hogares, entidades financieras y Estados con dificultades de ingresos.
Como resultado, los gobiernos y consumidores que han gastado de más y ahora necesitan desapalancar (EEUU, Gran Bretaña, España y el resto del mundo), gastarán, consumirán e importarán menos, mientras que los que han ahorrado de más (China, Asia emergente y Japón) no van a gastar más. En un mundo de exceso de oferta, la recuperación de la demanda agregada global será débil y empujará al crecimiento general mucho más abajo.
El escenario más realista del crecimiento global es doloroso, incluso si evitamos una doble recesión. En EEUU, el avance del 1,5 por ciento en la segunda mitad de este año y hasta 2011 se va a percibir como una recesión, dado el probable aumento adicional del desempleo, grandes déficit presupuestarios, una caída mayor de los precios de la vivienda, abultadas pérdidas de los bancos en las hipotecas y préstamos, y el riesgo de que una oleada de proteccionismo perjudique todavía más las relaciones con China.
En la eurozona, la evolución será prácticamente nula hacia finales de año, a medida que la austeridad fiscal y las correcciones bursátiles, junto con el aumento de los spreads soberanos, corporativos y la liquidez interbancaria surtan efecto. El alza de la volatilidad y el riesgo de la deuda soberana también menoscaban la confianza de empresas y consumidores más allá de Europa.
Quienes esperan que China mantenga la economía global a flote seguramente se lleven una decepción porque el gran motor del crecimiento mundial se está ralentizando, de una tasa del 11 por ciento o superior al 7 por ciento a finales de año. Y eso va a perjudicar a los exportadores chinos y trae malas noticias para el crecimiento exportador en el resto de Asia, que cada vez depende más de las importaciones chinas.
Políticamente, la segunda recesión global no podía llegar en un momento más difícil. En EEUU, demócratas y republicanos se retirarán pronto a sus rincones para preparar las elecciones parciales de noviembre. Mientras, el presidente Barack Obama tendrá que volver a persuadir al contribuyente americano de la necesidad de una nueva oleada de gasto estatal para proteger una recuperación frágil, justo cuando los ciudadanos dicen en las encuestas que la deuda del país es una amenaza tan grande como el terrorismo.
Es decir, Obama tendrá que contar a los votantes también que la solución a largo plazo a la inseguridad económica del país exige, a la vez, austeridad y sacrificio, aunque en el extranjero se enfrenta a un problema todavía mayor. Obama tiene poca mano con los escasos republicanos moderados que quedan, pero la última cumbre del G-20 en Toronto ha demostrado que es aún menos capaz de convencer a los gobiernos europeos de que no hagan caso a las preocupaciones fiscales. Es improbable que esos países cambien de opinión en cuanto a que lo que sucedió el año pasado en Grecia, España y demás -y los temores de que surjan nuevas crisis- exige que el continente aprenda a vivir dentro de sus posibilidades.
Tampoco debemos esperar mucho del próximo G-20 en Seúl, en noviembre. El temor generalizado a una crisis global ofreció cierto grado de unidad en las reuniones anteriores, pero ya no hay consenso internacional en cuanto a cuáles son los verdaderos peligros del mañana. Las hipótesis discrepantes dentro del grupo sobre el papel de los gobiernos en una economía nacional dificultan llegar a un acuerdo sobre los detalles de cualquier cosa que tenga sustancia.
Los críticos de Obama a menudo le menosprecian porque su talento se limita a una oratoria excepcional. Sin embargo, y aunque eso fuera verdad, las palabras importan. Los planes para impulsar el gasto estatal a corto plazo y adoptar la austeridad a largo plazo sólo serán más difíciles si el presidente no es capaz de explicar los motivos de esa necesidad. Por su parte, los republicanos tienen que aceptar que el camino hacia la recuperación global empieza en casa, con mayores prestaciones de desempleo y ayudas a los gobiernos estatales y locales.
Los países que ahorran demasiado también tendrán que poner de su parte en la demanda global. En concreto, los líderes chinos deben reconocer que, si no permiten una revaluación más sustantiva de su moneda, tendrán graves consecuencias dentro de sus fronteras. No tiene mucho sentido tratar de reforzar a los exportadores locales chinos mientras se pone en peligro la salud a largo plazo de sus mejores clientes. Pekín también tendrá que moverse mucho más rápidamente para alentar el consumo interno chino.
La eurozona necesita austeridad fiscal, pero también el nivel de crecimiento que ofrece, sobre todo, la relajación de la política monetaria por parte del Banco Central Europeo. También se debe integrar en la agenda la reestructuración temprana de la deuda de los miembros insolventes. Alemania debería posponer su consolidación fiscal durante un par de años para impulsar la renta disponible y el consumo. Fuera de Europa, Japón debe acelerar las reformas económicas.
Estas medidas llevarán tiempo. Incluso si se emprenden todas bien, el crecimiento global se recuperará, como mucho, lentamente. Si no se abordan, el riesgo de una recaída global y otra crisis financiera crecerá bruscamente. Los responsables de las políticas no pueden seguir mareando la perdiz durante mucho más tiempo.
Nouriel Roubini, profesor de Economía de la Universidad de Nueva York y presidente de Roubini Global Economics, e Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group y autor de The end of the free market.