Zapatero también ha tenido que dar marcha atrás en su disparatada política energética. En Moncloa, se ha vislumbrado la energía como un ámbito donde el presidente podía hacer y deshacer según le convenía a su discurso político, sin miramiento alguno por los criterios de coste y eficiencia.
De este modo, suprimió la central de Garoña y descartó la energía nuclear porque no cabía en su concepción de lo verde; fomentó las renovables sin control alguno porque se convirtió en el eje de su modelo de economía sostenible; a continuación, tuvo que plantear la retroactividad de las primas porque se produjo un exceso de oferta debido al beneficio garantizado que subyacía en su política; y para colmo regaló ayudas al obsoleto sector del carbón porque afectaba a su León natal.
Al final, ha logrado que los distintos agentes del sector se enfrenten entre sí al tiempo que se sembraba la inseguridad jurídica. Pero los números mandan, y la política energética ha tenido que sufrir el mismo giro que las demás. Ahora, Zapatero ha acordado con Rajoy el comienzo de las negociaciones para un pacto energético.
El equipo del PP ha logrado que todas las materias se incluyan de nuevo en esas conversaciones, en especial la energía nuclear, que deberían constituir uno de los ejes principales del mix energético de este país. Sin embargo, mal comienza el acuerdo con la congelación de las tarifas, lo que significa que el coste se financiará con más deuda a través del llamado déficit tarifario. Y eso tendremos que pagarlo luego con recargo. Hay que encontrar una combinación que asegure un aprovisionamiento a largo plazo sostenible con nuestros bolsillos.