Opinión

Amador G. Ayora: Sobre las cenizas del Ave Fénix

Se dice que en el Edén, debajo del Árbol del Bien y del Mal, floreció un arbusto de rosas. Junto a la primera rosa, nació un pájaro de bello plumaje y un canto incomparable, y cuyos principios le convirtieron en el único ser que no quiso probar las frutas del Árbol. Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, cayó sobre el nido una chispa de la espada de fuego de un querubín, y el pájaro ardió al instante.

De las propias llamas surgió una nueva ave, el Fénix, con un plumaje inigualable, alas de color escarlata y cuerpo dorado. La inmortalidad fue el premio a su fidelidad al precepto divino, junto a otras cualidades como el conocimiento, la capacidad curativa de sus lágrimas, o su increíble fuerza.

Se dice que el Ave Fénix logró resurgir de las cenizas. En la última semana han ocurrido tres acontecimientos que abren esperanzas hacia un cambio de tendencia. La primera decisión positiva la tomó el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, al prolongar las líneas de liquidez a la banca. La segunda es que el Gobierno comenzó a filtrar documentos que muestran que está decidido a acometer una reforma laboral más o menos seria, que ampliará las causas para abaratar el despido a 20 días por año trabajado, evitará la judicialización de éste y facilitará las cláusulas de descuelgue en los convenios colectivos.

La tercera es que, en un auténtico sprint, el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ha logrado dar la vuelta a la reordenación del sistema financiero. Ordóñez dio un ultimátum a Bancaja y, por ende, al presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, para que se fusionara antes del pasado miércoles. El presidente de la entidad, José Luis Olivas, debería entenderse con Rodrigo Rato (Caja Madrid), Isidro Fainé (La Caixa) o Amado Franco (Ibercaja).

La única opción explorada fue la de Caja Madrid. Rato accedió al cargo con el compromiso ante el gobernador y ante la vicepresidenta segunda, Elena Salgado, de que la entidad jugaría un papel primordial en la ordenación del sector. Desde el primer día trabajó en la unión con Caixa Galicia o la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), que acabaron en brazos de otras entidades, como se sabe.

Olivas se resistió todo lo que pudo. Después del toque del gobernador, la semana pasada transcurrió entre frenéticos contactos. Las dos administraciones aprovecharon su afinidad política. Pero fue necesaria la entrevista de Ordóñez con Esperanza Aguirre para que cediera en el traspaso de la sede a Valencia, o la intervención de Mariano Rajoy ante Aguirre y ante Camps para facilitar un entendimiento entre las dos partes.

El propio Rato se trasladó a finales de la semana pasada a la ciudad del Turia para negociar las condiciones. Valencia sale beneficiada porque obtiene mayor representación de la que le correspondería por el tamaño de Bancaja en el futuro órgano rector de ambas entidades y, además, mantiene el control sobre las participadas. Alguna de ellas, tal como Iberdrola, es de los mayores inversores en la Comunidad Valenciana, donde tiene la sede su filial de Renovables.

Lo importante del compromiso no es si Madrid o Valencia ganan peso; las dos saldrán favorecidas al crear un coloso que, aunque está muy lejos de La Caixa por beneficios, es la mayor entidad española en volumen de recursos.

La operación tiene sentido y crea muchas sinergias por el reparto de las oficinas. El reto ahora es acometer los ajustes necesarios con los alrededor de 5.000 millones que recibirá y en dotarla de una gestión eficiente. Un consejero delegado es más urgente que nunca. Las fusiones frías adolecen de falta de experiencia de gestión y pueden acabar en apuros si las cosas no se hacen bien.

Zapatero dio marcha atrás esta semana en sus propuestas de reforma laboral después de consultar con Cándido Méndez, de UGT. Concluida la reordenación financiera con prisas, si el Gobierno acomete cambios profundos en el mercados de trabajo, España aún puede resurgir como el Ave Fénix, al igual que los mercados.

Amador G. Ayora, director de elEconomista.

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