Opinión

Editorial: La rebajas permanentes

El camuflaje se generalizó con la guerra total del siglo XX. Pese a que tan sólo hay dos plazos por ley en los que se puedan anunciar rebajas, la crisis ha empujado a los establecimientos a recurrir a fórmulas encubiertas como ofertas o promociones para declarar las rebajas permanentes. Para los vendedores, es importarte rotar el stock y ahorrarse el coste de almacenaje en un momento en el que el público es más exigente, compra justo lo que necesita y ya no todo se vende.

De esta forma, el comercio busca además adelantarse a la próxima subida del IVA y aprovechar cualquier incentivo que esto pueda suponer, por pequeño que sea, para unos consumidores exhaustos. Alguna como Cortefiel ha sido incluso sancionada en el pasado por saltarse el tiempo de rebajas.

Sin embargo, éste es el camino equivocado para hacer frente a la crisis del sector. No sólo se requiere adaptarse a la nueva mentalidad, que afecta a las marcas y a la renovación que hace el cliente de sus haberes, sino que también se exige una mayor liberalización, sobre todo en horarios y precios. Frente a esto, los pequeños deben ofrecer el servicio personalizado, la especialización y unas horas de apertura más acordes a la jornada laboral. En cualquier caso, llevamos ya dos años en estas condiciones.

¿Cuánto tiempo se puede aguantar? Hasta ahora, los grandes se han limitado a prescindir de sus temporales; han concedido facilidades de pago y se han comido márgenes. Pero dado el escenario de estancamiento que encaran, deben plantearse la redefinición de productos, cómo pueden diversificarse y qué tamaño pueden permitirse ante una clientela que se siente en plena economía de guerra.

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