El canciller Bismark decía que cuanto menos se sepa sobre cómo se hacen las salchichas y las leyes, mejor se duerme. Dos siglos más tarde, la canciller Merkel tiene que componer un rescate del euro... que ya huele a Franfurt. Todos hemos visto el proceso. Azuzada por su débil situación en casa, Merkel ha tenido que mostrarse dura con Grecia.
Esa reticencia ha tenido la ventaja de extraer condiciones más estrictas para la indisciplinada Atenas; sin embargo, también ha exhibido las grietas del euro. Ahora, los alemanes denuncian la existencia de lobos especuladores; de ahí que la canciller prohíba los cortos al descubierto. Intenta presionar al resto de europeos para poner coto a los mercados. No obstante, esto dejaría sin liquidez la deuda que necesitan financiar. Y la mayor parte de las operaciones se hacen fuera de la zona euro, por lo que pueden saltarse con facilidad.
Lo único al descubierto es la posición de Merkel, quien sufre para aprobar medidas en su cámara alta, y busca desesperadamente recobrar el capital político. Debe hacer pedagogía en casa. Cierto es que Alemania se ha sometido a 10 años de ajustes en su competitividad, con los sueldos contenidos mientras los europeos del sur disfrutaban de sus burbujas.
Pero igual de verdad es que ha disfrutado de una devaluación competitiva: de haber seguido con el marco, éste se habría encarecido mucho. Aunque venda más en Asia y sus importaciones sean algo inmunes a la divisa -el comprador de Mercedes considera como opción BMW o Audi-, la UE les ha salido muy barata. Y ellos fueron los primeros en incumplir sin sanciones. El pastor alemán ha ladrado. Eso ha atraído a los lobos.