A un centro de solidaridad llegó hace unos días una pareja. "Hace cuatro días que no comemos. Ayúdennos por favor".
No es la habitual escena de un país del Tercer Mundo donde el hambre es parte del paisaje. Se trata de un matrimonio que tenía un negocio abierto hasta hace unos meses, hasta que llegó la "inexistente crisis" y se llevó por delante su presente y su futuro.
Son los nuevos pobres de nuestra opulenta sociedad.
Tengo ante mí el informe de Cáritas Diocesanas de Barcelona. Una institución caracterizada por su bien hacer, por conocer directamente la necesidad y la angustia de los más desfavorecidos.
El informe es abrumador, un torrente de plomo que cae sobre nuestras conciencias. Y, sobre todo, pone en evidencia la ciencia (si alguna tienen) de los responsables de la cosa pública.
Mientras Zapatero sonreía y la bancada socialista aplaudía sus memeces, se duplicaba el índice de asistencia a casos de extrema miseria. El pasado 2009, Cáritas tuvo que asistir al doble de los ayudados en 2008, entre ellos "un porcentaje de los no atendidos por las instituciones públicas" bien porque debían esperar un plazo de tres meses, bien por tratarse de inmigrantes irregulares o ¡¡no empadronados!!
¿Se trata de burocracia o de burrocracia?
Y Cáritas continúa implacable con su testimonio, que no es el frío y sesudo estudio desde la distancia, sino el inmediato desde la experiencia: "Persiste una tasa de pobreza muy alta, situada entre el 18 y el 20% de la población española (...) ¡¡durante los 14 años ininterrumpidos de bonanza y crecimiento económico!!".
No se trata de personas inadaptadas, enfermos o ancianas: "Por edades, solamente el 3% son viejos, el 41% (...) ¡¡el 28% jóvenes y el 36% menores!!".
Éste es el desnudo retrato de la España social y de progreso.
Y mientras se nos arruga el alma, a otros no se les cae la cara de vergüenza, porque la tienen de cemento.
Javier Nart, abogado.