En su empeño por no asumir su responsabilidad, el Ejecutivo vuelve, por enésima vez, a una mesa de diálogo. Ayer, comenzaron las negociaciones con los partidos. ¿De verdad podemos esperar algo productivo de estos encuentros? Se entiende que una formación en el poder pida al resto que la apoyen para tomar medidas impopulares pero necesarias. De este modo se evita que pague la factura en las elecciones, y se deja claro que las reformas son inevitables. Lo que no se comprende es que el PSOE presente a estas alturas una lista de propuestas que no contenga nada concreto ni del fuste que se precisa. ¿En qué cabeza cabe que vuelva a redactar un documento que resuena a la vaga economía sostenible? ¿Podemos permitirnos el lujo de perder más tiempo? Y tampoco ayuda la oposición que despliegan los partidos respecto a la prolongación de la vida laboral: parece de broma que el PP exija un cambio y, en cuanto obtenga algo, no anime al Ejecutivo a continuar por la buena vía. Todos quieren aprovechar la situación para ganar capital político ante un Zapatero que ha renunciado a la política económica. La escasa asistencia a la manifestación de los sindicatos ya indica que la reforma de las pensiones se considera parada. Ayer, se rehusó a la moderación en los sueldos de los funcionarios. Y que Corbacho no entre en las conversaciones pone de manifiesto otra realidad: el Gobierno no tocará el Talón de Aquiles del mercado laboral sin el permiso de los sindicatos. Tristemente, de darse un acuerdo, será de mínimos. Los políticos no dan para más, pese a que todos los expertos afirmen que la falta de reformas pueda retrasar el crecimiento entre cinco y diez años.