No es la primera vez que un dirigente muy ideologizado se ve en la obligación de recurrir de repente a la más estricta ortodoxia económica. En los años 50, Franco incluso elevó los sueldos para combatir las dificultades. ¿Les suena a las subidas laborales acordadas recientemente? Pero el dictador se dio cuenta de que las cuentas no cuadraban. Ahora como entonces, nuestra economía padece un problema de competitividad con el exterior y precisamos de financiación extranjera. Al igual que Franco, Zapatero todavía argumentaba hasta hace un mes que la crisis no la podían pagar los trabajadores y, por tanto, no se podrían recortar derechos. Pero los tirones de oreja procedentes de fuera y la ejemplar historia griega han suministrado al líder socialista suficiente pasto intelectual como para darse cuenta de la gravedad de la situación. No basta con gastar a la espera de una mejora. Los mercados le advierten que el optimismo es infundado. Hay que rehacer las cuentas, razón por la que Zapatero ha anunciado casi por sorpresa varias reformas. Pero la cuestión es: ¿resulta creíble ese giro hacia la ortodoxia? El presidente ha perdido toda su credibilidad defendiendo durante dos años justo lo contrario. La búsqueda ahora de acuerdos con la oposición se antoja un parapeto. Zapatero debe cumplir con su deber, al igual que en 1993 hiciera González con medidas. Es su turno, porque si espera a una recuperación antes de las elecciones, eso no tiene visos de acontecer. En un artículo publicado en elEconomista, el prestigioso profesor Alesina plantea que las reformas surten efecto con más rapidez de lo que creen los políticos. Así sucedió en los 50. Está a tiempo.