En las épocas oscuras de la historia española, cuando el país se enfrenta a situaciones críticas y los gobiernos de turno son incapaces de abordarlas, se suele recurrir a la socorrida doctrina según la cual un contubernio o una conspiración externa es el origen de los males que han asolado o asolan a España. Se trataría de un complot internacional urdido por la anti patria para destruir la Vieja Piel de Toro. Esta tesis fue uno de los leitmotiv del franquismo para justificar el rechazo al régimen de la comunidad internacional y, ahora, resucita en boca del Gobierno socialista para explicar los problemas económico-financieros del país. La única diferencia entre el enfoque del franquismo y el del PSOE es el sujeto conspirador activo. Antes era el contubernio judéo-masónico-comunista y, ahora, lo es el capitalismo financiero internacional. Este planteamiento reviste tintes paranoicos, pero se asienta en una vieja y conocida falacia intelectual: la teoría conspiratoria de la historia y de la sociedad.
De acuerdo con ese enfoque, todo lo que ocurre, en especial fenómenos como las crisis económicas, el desempleo, la pobreza, etc., que por regla general disgustan a la gente, son el resultado directo del designio de algunos individuos y grupos poderosos. En los viejos tiempos, esa creencia se sustentaba en las conspiraciones de los dioses que producían guerras y un sinfín de desastres. En los modernos, el lugar de las divinidades ha sido ocupado por hombres o entidades cuya perversidad o ambición son responsables de todos los trastornos que aquejan a los países. Ésta es la retórica tradicional de muchos líderes populistas pero, por desgracia, también la de algunos gobiernos democráticos, léase el español, que utilizan ese esquema teórico para explicar el fracaso de sus políticas y las negativas consecuencias derivadas de ellas.
La asunción por el PSOE de esa doctrina conspiratoria no es casual, sino que se asienta en su visión de la sociedad. La idea de que todos los procesos sociales y sus resultados, aun aquellos que a simple vista no parecen obedecer a las intenciones de nadie, son el efecto voluntario de gentes interesadas en producirlos. Esto es una manifestación de la fatal arrogancia y de la falacia constructivista atribuida por Hayek al socialismo. Que existen conspiraciones no puede dudarse pero, en las sociedades complejas, en las economías de mercado cuyos resultados son la consecuencia de millones de decisiones descentralizadas, la teoría conspiratoria pierde toda fuerza y las malignas intenciones de un puñado de capitalistas empeñados en convertir el paraíso socialista en un infierno resultan cómicas, un insulto a la inteligencia y un mecanismo para eludir las responsabilidades del Gobierno en la pésima situación económica, financiera y social de España.
Por otra parte, la hipótesis según la cual unos especuladores sin escrúpulos estarían detrás de la desestabilización de la economía española no resiste el más elemental análisis. Ello supondría que los especuladores pierden dinero porque, en términos generales, la especulación sólo puede tener un impacto deses- tabilizador si la mayoría de los que la practican venden cuando el precio de los activos -acciones, bonos, etc.- es bajo, y compran cuando es alto. No parece que ésa sea la situación de los mercados españoles y tampoco parece que los mercados y los inversores estén ganando sumas ingentes de euros como fruto de su hipotética actuación desestabilizadora. Por el contrario, huyen de España S.A. o exigen un precio más alto para adquirir activos hispanos porque la economía española se ha convertido en un lugar arriesgado y su solvencia está en cuestión.
Ese panorama no obedece a las maléficas intenciones de nadie, salvo que se considere como tales a la gestión económica realizada por el Gobierno Zapatero. No ha sido el capitalismo financiero internacional quien ha generado un descomunal endeudamiento del sector público; quien ha fabricado dos millones y medio de parados desde el inicio de la crisis o quien ha negado de manera persistente la existencia de ésta. Ni tampoco son los capitalistas y los mercados quienes han sido causantes de la falta de una política económica capaz de cerrar la sangría presupuestaria, frenar el proceso de destrucción de empleo y sentar las bases de la recuperación. Ese cuadro clínico de enfermedad crónica es la consecuencia de las acciones y omisiones del Gabinete socialista y por eso la solvencia de España está en cuestión y ahora pagamos las consecuencias.
Nadie en su sano juicio, con un mínimo sentido común, puede pensar que es posible mantener un crecimiento explosivo del trinomio gasto/déficit/deuda en un escenario recesivo y sin expectativas de recuperar tasas de crecimiento razonables en el horizonte del medio y del largo plazo. Mucho menos, nadie puede considerar posible mantener esa situación sin una estrategia fiscal y presupuestaria de saneamiento de las finanzas públicas y sin medidas que hagan posible restaurar la competitividad perdida de la economía nacional. En este contexto, nadie sin una marcada vocación suicida apuesta por un país en esas condiciones y, por tanto, los incentivos para seguir el consejo de Woody Allen, "coge el dinero y corre", son muy altos. Los mercados no han perdido su confianza en España, sino en el Gobierno liderado por Zapatero y, como se ha apuntado, tienen sólidas razones para fundamentar esa opinión.
En lugar de buscar enemigos externos, el Gabinete debería asumir su responsabilidad y actuar con rapidez para evitar el colapso de la economía nacional. Esto supone diseñar un plan de austeridad presu- puestaria consistente, con compromisos concretos y con plazos de ejecución definidos, y acometer las reformas estructurales que hagan factible restaurar las bases del crecimiento. Esas dos acciones no pueden ser cosméticas. El deterioro de la credibilidad gubernamental ha alcanzado unos niveles tales que recuperarla le exigiría adoptar un programa de estabilización tan radical que es impensable que el socialismo de Zapatero sea capaz de ponerlo en marcha. Proclamar a los mil vientos la conjura del capitalismo internacional contra el Gabinete socialista es lo de siempre: la atribución a un chivo expiatorio de la incompetencia propia; como diría un castizo, un engañabobos. Cuando se escuchan clamores patrióticos para justificar lo injustificable, uno recuerda el viejo aforismo del doctor Johnson: "El patriotismo suele ser el último refugio de los granujas".
Lorenzo B. de Quirós, miembro del Consejo Editorial de elEconomista.